Con solo un par de años en el mercado mundial, el fenómeno de los scooters o monopatines compartidos se ha convertido en una tendencia que promete modificar la forma en que nos transportamos en la ciudad. ¿Nueva alternativa o moda pasajera? El debate está abierto.
Por Edmir Espinoza
Aparecieron como aparecen los marcianos en las películas de Hollywood. Sin aviso previo, casi en simultáneo y generando un estupor que navega entre la curiosidad y el pánico.
Desde hace seis meses, cual diminutos platillos voladores, miles de artefactos eléctricos con pequeñas ruedas y un sistema de alquiler vía smartphone comenzaron a poblar calles y veredas de casi todas las grandes urbes latinoamericanas. Ciudad de México, Buenos Aires, Bogotá, Santiago de Chile, Sao Paulo y Lima fueron las metrópolis elegidas para la expansión de un negocio que promete viajes rápidos, cómodos, silenciosos y cero contaminantes, y que, con apenas un par de años operando en Estados Unidos y Europa, ha revolucionado el concepto de movilidad sostenible y construido un imperio económico de dimensiones monstruosas.
La corta historia de los scooters eléctricos compartidos o de alquiler comienza en los Estados Unidos, a inicios de 2017, en ciudades como Portland, San Francisco y Washington. Tal fue la acogida inicial del servicio que a fines de ese mismo año empresas como Bird y Lime ya operaban en las principales ciudades de Europa, llegando a completar unos veinte millones de trayectos en su primer año de funcionamiento. En este contexto, el mercado latinoamericano –de grandes y extensas megalópolis, en su mayoría planas y con climas poco extremos, que favorecen la micromovilidad– se presentaba como una oportunidad de crecimiento exponencial.
El éxito de este nuevo sistema de movilidad fue inmediato, y explicado por urbanistas y expertos como la respuesta lógica a una vieja necesidad: la de viajar de forma rápida y sencilla por núcleos urbanos congestionados, o para completar trayectos largos que requieren otras formas de movilidad masiva, como el metro, el bus o el tren (la llamada “última milla”). Sin embargo, tras el entusiasmo inicial, comenzaron los problemas. El mal uso del servicio por parte de los usuarios provocó no pocos accidentes (solo en dos hospitales de Los Ángeles se registraron en un mes 249 accidentes en scooters, un 40% de los cuales ocasionó fracturas óseas, según un estudio a cargo de la Universidad de California, publicado en JAMA Network Open en enero de 2019). También despertó la incomodidad de miles de ciudadanos, que perciben que esta forma de movilidad no solo reduce el escaso espacio disponible para ciclistas y peatones, sino que representa un peligro para estos y colabora con el desorden urbano.
Regulación urgente
Ante esta ineludible coyuntura, gobiernos locales y municipales de todo el mundo se apuraron en diseñar reglamentos que incluyeran a los nuevos vehículos de movilidad personal (VMP) como parte del ecosistema de transporte de sus ciudades. En tiempo récord se comenzaron a establecer diversas ordenanzas que apuntaban a regular el uso de los scooters o monopatines, limitando su velocidad, zonas de tránsito y estacionamiento, y obligando a las empresas prestadoras de servicios a contar con un seguro contra accidentes, entre otras normas. Así, mientras las principales ciudades del mundo intentaban adaptarse al nuevo y vertiginoso contexto que planteaban los monopatines compartidos, Lime, la empresa más importante del mundo en el rubro, era valuada en 2400 millones de dólares, por encima de los 2000 millones de Bird, su más cercano competidor.
Pero regular un sistema de movilidad tan reciente tiene sus complicaciones. Si bien la mayoría de ciudades optó por incluir estos nuevos vehículos de movilidad personal en la normativa ya vigente de las bicicletas, prohibiendo su tránsito por veredas y limitando su velocidad y zonas de parqueo, todavía existe un debate abierto sobre si la masificación del uso de scooters podría alterar el orden vial de las urbes, y si la infraestructura vial de las ciudades (sobre todo las latinoamericanas) está preparada para la circulación de estos vehículos.
Para Jessica Tantaleán –ex subgerente de Transporte No Motorizado de la Municipalidad Metropolitana de Lima y actual funcionaria del observatorio de movilidad de Las Palmas de Gran Canaria (España)–, la irrupción de esta fiebre de micromovilidad representa una gran oportunidad para comenzar a hablar sobre cómo nos movemos dentro de nuestra ciudad. Tantaleán explica que las administraciones públicas deberían aprovechar este escenario para aplicar estrategias de convivencia entre todos los modos de transporte y transmitirlas a la ciudadanía. “La aparición en escena de los patinetes y el nuevo contexto que ha generado en las ciudades también deben ser contemplados como una oportunidad para cambiar actitudes y comportamientos urbanos sobre cómo nos desplazamos y cómo disponemos del espacio público para la comodidad y seguridad de todos”, comenta.
Por su parte, Fernanda Rivera, directora general de Seguridad Vial y Sistemas de Movilidad Urbana Sustentable de la Secretaría de Movilidad de la Ciudad de México (Semovi), también cree que este tipo de vehículos eléctricos sin anclajes configura una nueva alternativa de movilidad. “Es innegable que tienen muchas ventajas: son funcionales, sirven muy bien para el primer o último tramo de viaje y, en ciudades como las nuestras, donde tenemos una gran congestión de vehículos motorizados, representan una gran solución tanto por su practicidad como por el poco espacio que ocupan. Sin embargo, creemos que las reglas claras, tanto para las empresas que operan como para los usuarios, van a ser claves para sacar lo mejor de estos nuevos modos de transporte”, explica Rivera, quien cree que la llegada de estos nuevos modos de transporte incidirá en el discurso de la movilidad. “Tenerlos en diferentes zonas de nuestras ciudades hace que la gente comience a hablar del tema y a entender la importancia de utilizar modos de transporte alternativos al automóvil”, comenta.
En Lima, única ciudad donde opera este servicio de VMP, distritos como Miraflores y San Isidro han comenzado a trazar sendos planes para regular estos vehículos. En el caso específico de Miraflores, la municipalidad solicitó la asesoría del observatorio ciudadano Lima Cómo Vamos, que hace poco más de un mes presentó un documento con lineamientos y recomendaciones para la Gestión Municipal de Nuevos Dispositivos de Micromovilidad en el espacio público. Dicho informe refiere que, ante la irrupción de nuevos modos de movilidad personal, surge la necesidad de adecuar los marcos normativos para regular el uso de los nuevos vehículos y artefactos de la micromovilidad. Todo ello con un objetivo principal: facilitar el uso de estos vehículos y crear las condiciones apropiadas para que los diversos usuarios del espacio público y las vías urbanas convivan de manera segura. Para ello, el observatorio apuesta por una normativa que se adapte a un nuevo universo de usuarios y vehículos, y advierte la necesidad de concientizar a la ciudadanía sobre el orden de prioridad en la movilidad por la ciudad.
Futuro incierto
Aunque comparte el entusiasmo por diversificar las formas en que nos movilizamos por nuestras ciudades, Ciro Biderman –ex director de Innovación de la Agencia de Promoción de Inversiones y Exportaciones de Sao Paulo y doctor en Economía Urbana por el Departamento de Estudios Urbanos y Planificación del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT)– cree que los scooters compartidos pueden traer también algunos efectos negativos a las dinámicas de las ciudades. “En este tema tengo sentimientos encontrados. Por un lado, sí, los monopatines parecen un buen mecanismo para complementar los viajes y permiten que la gente interactúe con la calle y su ciudad. Además, es una forma de aprovechar de forma eficiente la energía eléctrica con vehículos con muy poco peso, pero veo también que estos modos desincentivan un uso más activo del transporte. Un tramo que mucha gente hacía a pie hoy se hace en monopatín. Y claramente, para la sociedad siempre será mejor que se camine, porque ayuda a la salud, no utilizas energía y genera una dinámica ciudadana que es necesaria en la urbe”, explica.
Como cada una de las nuevas tendencias tecnológicas que inundan las grandes ciudades y generan negocios millonarios, la fiebre de los scooters compartidos es impredecible. Bien puede convertirse en un vehículo que absorba un importante porcentaje de viajes urbanos cortos, o quizá sea reemplazado en un par de años por algún otro aparato chino que prometa llevarnos más rápido y de forma más divertida de un punto a otro de la ciudad. Habrá que estar atentos.
Artículo publicado en la revista CASAS #270