Una pareja de coleccionistas, caracterizados por su mentalidad abierta, fueron los clientes ideales para Luz María Buse, quien se atrevió a unir lo clásico y lo contemporáneo en busca del efecto sorpresa.
Por Caterina Vella / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Luz María Buse conocía bien esta casa de estilo neoclásico en San Isidro, pues es amiga de los propietarios. Había ido muchas veces como invitada, y había quedado deslumbrada por la colección de arte contemporáneo que tenían, que iba madurando y enriqueciéndose con los años. Cuando la llamaron para cambiar los pisos de madera y dar un nuevo aire a todos los ambientes, se sintió contenta de que confiaran en ella. “Me encanta partir de una historia personal, alguien que ha hecho su propio recorrido y desarrollado su intuición. Igual volteo la casa partiendo de ciertos patrones que me ayudan a manejar mejor el espacio, como haría un arquitecto si entrara a hacer correcciones”, comenta.
La colección de arte fue el factor desencadenante para el trabajo de la interiorista. Una de las obras más importantes es un nudo de tela de Jorge Eduardo Eielson, de un amarillo intenso que resplandece como el sol. Buse quería que vibrara, así que cambió las paredes blancas por un negro black forest, inspirada en el fondo del estudio de fotografía de su esposo, Javier Silva. “Mi primera propuesta fue hacer la pared oscura, como si fuera un lienzo, para colocar encima todo lo que nos viniera bien. De esta manera, se logró una vibración brutal del sol de Eielson, que es una obra fuertísima”, explica.
Otro elemento importante de la gran sala era la chimenea, que pintó de blanco. Sin embargo, para no convertirla en el centro gravitante del espacio, colocó en la repisa otra de las joyas de la colección: una pieza de arte cinético del chileno Iván Contreras Brunet. Buscando el balance sobre el alero izquierdo, se luce una escultura de Joaquín Roca Rey y, a su lado, una delicada obra de Sandra Gamarra y una pintura de Fernando de Szyszlo. En la pared lateral, dispuso uno de los grandes lienzos de Ramiro Llona, para luego comenzar a trabajar con obras de menor formato. “Moví muchas cosas respetando los criterios de las técnicas y estilos. Pero tampoco es una cosa rigurosa. Nada es riguroso en esto, la intuición y otros factores influyen”, agrega.
Intensidad y temperatura
Así como Buse no tiene miedo a los colores oscuros sobre las paredes, tampoco lo tiene a combinar alfombras, cortinas y muebles de diversos estilos y épocas con telas decorativas de colores, texturas y patrones variados. Es más, se divierte haciéndolo cuando sabe que sus clientes podrán convivir con su audacia. “Me permitieron poner una alfombra persa bellísima con dos butacas con un tapiz, antiguos patrones que han vuelto a revivir, y sillas con una tela geométrica diseñada por Lorenzo Castillo. Cualquier coleccionista te diría: ‘Ponme todo muy moderno, muy limpio, porque acá lo que importa son las obras’. Pero no es así. Hay que mantener la intensidad en todo, manejar temperaturas difíciles, conceptos que no son tan sencillos, pero que se van juntando. Hay momentos en que te preguntas cómo se armó la criatura. Hay intuición, elaboración y también sorpresas”, comenta entusiasta, consciente de haber alcanzado cierta afinidad. Eso sí, los sofás los tapizó de blanco, para evitar tanto color.
Buse se considera una clásica diletante. Ha hecho muchas cosas en la vida, pero lo que la ha caracterizado siempre es su pasión o aversión por los objetos. Recuerda que cuando era niña escondía las cosas que no le gustaban y volvía loca a su madre. Incluso aprovechó un viaje de su familia para vender algunos muebles que le parecían feos y librarse de ellos.
En sus tiempos de estudiante de Filosofía en la Universidad Católica, fue una de las primeras en tener en su cuarto estantes con ladrillos para libros –de lo más alternativo para la época–, y una cortina de yute que colgaba de un tronco largo y delgado que encontró en el parque El Olivar. Dejó la universidad para viajar a Europa y, a su retorno, trabajó en Knoll, en ese tiempo Decoraciones Línea, con el maestro italiano Marcello Martire. Hasta que un día la invitaron a participar en el diseño de un showroom y le encantó. Ahora –con Thelma Panduro llevando los timbales de la orquesta, como dice–, busca en sus proyectos resaltar la visión personal, identidad y singularidad de cada uno de sus clientes. Como los valientes propietarios de esta casa de coleccionistas de espíritu abierto con ganas de jugar y atreverse.
Artículo publicado en la revista CASAS #272