Marcela Mujica ha apostado por una paleta de tonos neutros en los acabados de esta casa, para darle voz al arte. Pinturas, fotografías, esculturas e instalaciones iluminan los ambientes sobrios y elegantes, modernos y estimulantes. Todo bajo un estilo ecléctico contemporáneo.
Por Gonzalo Galarza Cerf / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Cuando llegó a esta casa diseñada por el arquitecto Richard Malachowski, Marcela Mujica se dio cuenta de que estaba lista para decorarla. “Lista para prenderla”, recuerda. El cliente, una pareja con hijos mayores, le había contado sus necesidades y revelado sus pretensiones. Querían una casa que vibrara con el arte. Buscaban ambientes que respiraran comodidad y calidez. Deseaban espacios que invitaran a habitarlos y hacerlos suyos. “Querían que cada ambiente hablara por sí solo, pero a la vez entre ellos”, cuenta Mujica.
Pensando en eso, la interiorista decidió apostar por una paleta de colores bastante neutra, para que las piezas artísticas y de diseño encontraran su voz en la casa. “En la sala, decidí solo ponerle color al sofá, un azul oscuro, porque los colores de los cuadros jalan la vista. Además, la alfombra persa daba peso al espacio”, detalla Mujica.
La casa, ubicada en La Molina, recibe a los visitantes con una sala de doble altura en la que conviven diversas piezas artísticas (fotografías, esculturas y pinturas) y distintas texturas en los tapices y el revestimiento de las paredes, de Romantex y Deco Interior’s. Esa es la propuesta de Mujica, un estilo ecléctico contemporáneo. “Me gusta mezclar mucho y lograr un concepto: que nada tenga que ver con nada, pero que a la vez todo conjugue”, sostiene.
Sobre el sofá blanco destaca el cuadro de Fernando Taboada, que dialoga con un óleo dorado de Silvana Pestana encima de la chimenea. Por debajo de esta se lucen dos piezas de arte cinético de la francesa Nathalie Cohen, que aportan movimiento y dan pie para apreciar las plantas que se asoman sobre la ventana, a su costado. El brillo proviene de una escultura de cacao creada por Pestana y colocada sobre el centro de la mesa.
La otra pared de doble altura de la sala, un lienzo ideal para cualquier decorador, exhibe obras de Mariú Palacios, Aldo Chaparro, Luisi Llosa y Gam Klutier. Fotografía, escultura y pintura conversan a distintas alturas. Las obras reunidas, sumadas al diseño de los muebles contemporáneos, hacen que todo luzca sobrio y elegante, moderno y estimulante. Desde aquí se aprecia el jardín de la casa, que ha sido trabajado por la paisajista Lizette Miró Quesada con las pautas de los clientes y de Marcela Mujica. En realidad, desde todos los ambientes sociales se contempla ese verde vital que concede una porción de su terreno a la piscina.
Encanto exterior
La dueña de la casa, una mujer amante de las plantas, quiso que estas cobraran relevancia. Por eso, en la terraza contigua a la sala, apenas separada por una mampara casi imperceptible, resalta un grupo de palmeras bajo un fondo de madera. Los muebles, de líneas sencillas y tonos neutros en los tapices, permiten que tanto la vegetación como la obra de Jesús Pedraglio cobren relevancia. Este ensamblaje del artista peruano –una especie de nudo colgante– parece decirle al visitante que de aquí en adelante la convivencia es de cara a la naturaleza.
Y lo que se tiene enfrente de esa primera terraza es otra cuyo protagonista es el helecho colgante, especie que agrupada en serie termina por envolver el espacio destinado a la parrilla. Solo en este lugar Mujica hizo una intervención: diseñó y construyó un techo para albergar las plantas bajo él. Se trata de una zona de alto tránsito de los miembros de la familia, igual que el bar, que se encuentra a su lado.
Empapelado por un gris más oscuro en sus paredes, y diseñado con una barra de piedra cuarcita, el bar resulta potente y atractivo. Otra vez se aprecia la apuesta por las texturas y una iluminación de la barra posterior acorde al espacio, que destaca la figura de las botellas. Dos fotos de Renzo Rebagliati aportan profundidad y modernidad. Mientras que los bancos y sillas de cuero brindan jerarquía. El mobiliario y la alfombra oscura terminan por vestirlo por completo.
En la pared más amplia, destaca una obra de Luisi Llosa, geométrica y lineal, de tonos intensos, en contraste con los grabados en blanco y negro de Fernando Taboada, ubicados a su costado. Y otra imagen de Rebagliati, que es iluminada por una lámpara de mesa, cierra ese espacio. Muy cerca de allí, resalta por contraste la escultura blanca de Percy Zorrilla sobre la chimenea. “Si bien el cliente tenía algunas obras, durante el proceso de decoración fueron adquiriendo más piezas”, cuenta Mujica.
En busca de la luz
Quizá el ambiente más luminoso sea el comedor, con una mesa larga y unas sillas de madera con tapiz blanco, a excepción de las grises de la cabecera. La alfombra persa, de tonos suaves y cálidos, armoniza tanto con la pintura de Valeria Ghezzi como con el aparador que se ubica debajo de ella. El espejo lateral resulta determinante para introducir el verde del jardín exterior y su luz a este espacio interior de uso diario.
“Cada pieza está bien pensada, todo bajo el mismo concepto que se ha ido desarrollando a lo largo de un año de trabajo”, afirma Mujica. Y eso se contempla en cada espacio, como si fueran pequeñas historias que cuentan un gran relato. El de una casa que quiso apostar por un cambio y, como dice la decoradora, prenderse y vibrar.
Artículo publicado en la revista CASAS #272