Espaciosos ambientes que destilan sensualidad. Así es el departamento del interiorista Eduardo de las Casas, ubicado en el primer piso de un edificio diseñado por los arquitectos Sandra Barclay y Jean Pierre Crousse.
Por Caterina Vella / Fotos de Elsa A. Ramírez
El entusiasta interiorista Eduardo de las Casas vivió durante muchos años en una casita muy bien arreglada que su padre le regaló cuando era un joven abogado graduado de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Por aquel entonces, no imaginaba que lo único que quería su hijo era renunciar a su trabajo en una empresa suiza para irse a Europa a estudiar Diseño. “Era el año 1974. Fue una tragedia. ¿Un hijo decorador? Mi papá creía que estaba loco, y me dijo que si me iba sería con mi plata y mi esfuerzo. Me fui con cuatro centavos a hacer un curso en la Escuela de Artes Accesorias de Ginebra”, rememora sin arrepentirse por un segundo de su “loca” decisión para aquellos convencionales tiempos. Su pasión por las cosas bonitas era mucho más intensa que la abogacía.
De regreso a Lima, tras gozar de París, aprovechó sus contactos para conseguir una entrevista con Beto Levy, el legendario dueño de la tienda Hogar. Fue a la reunión elegantísimo, vestido como un lord inglés, para explicarle que tenía que trabajar en Hogar, o de otro modo se iría a alguna de las tiendas de la avenida Arenales. “Se rio y me dijo que le gustaba la gente agresiva y que no quería perderme. Solo me podía ofrecer un puesto de vendedor de telas, y es así como comencé. Marisa Guiulfo, que tiene un gusto exquisito, fue una de mis primeras clientas”.
Pasaron los años, y su pequeña casita de cien metros cuadrados, colindante con el parque Naciones Unidas en Miraflores, se convirtió en la cereza del pastel para una constructora decidida a levantar allí un edificio. Sabían que Eduardo de las Casas no estaba interesado en vender, pero sin su terreno el proyecto no cuadraba. Les tocaba a ellos mover contactos y negociar con actitud. Le dieron incluso la potestad de elegir a los arquitectos. “Escogí a Sandra Barclay y Jean Pierre Crousse. Y, cuando la obra se hizo, por razones técnicas de arquitectura me dieron doscientos treinta metros cuadrados”, dice mientras da un relajado sorbo a su whisky.
Espacio sagrado
¿Cómo un decorador interviene su propio espacio? Lo habitual, especialmente al considerar el trabajo de Eduardo de las Casas, es imaginarse un espacio recargado. Sin embargo, al entrar, predomina la sensación de amplitud gracias al gran ambiente social, integrado por la sala y el comedor, con sus muros de cuatro metros de altura pintados de blanco, con sus obras de arte con muchos desnudos entre los que destaca un potente torso de Anselmo Carrera. “Mucha gente pensó que mi departamento sería barroco, pero yo no lo quise así. Pensé en meter los muebles que tenía y punto”, comenta. Incluso le añadió una ampliación idéntica en caoba al librero que ya tenía, sobre el que se exhibe una colección de huacos Recuay y, más abajo, dos vasos Chancay rodeados de libros de arte y diseño.
Durante sus viajes a Europa, acompañado por Orry Dajes, su socio y cómplice desde hace cuarenta y cinco años, Eduardo de las Casas ha comprado muchos de los objetos decorativos que hay en la casa. Como el cántaro etrusco, otra de sus piezas favoritas, o el caballo de carrusel italiano que se encuentra sobre el muro de concreto expuesto del área del comedor.
“No soy aferrado a las cosas. Las vendo y vuelvo a comprar. Lo que no venderé nunca es aquello que mi madre me dejó en herencia”, dice mientras muestra una mesa de la dinastía Coromandel, un delicado jarrón y una pieza Imadi también de China. La butaca dorada con esterilla, que sus hermanas mayores vendieron en los setenta, fue recuperada veintidós años después de la casa de una clienta, y ahora se exhibe en el ingreso del departamento, junto a un cuadro de Carlos Revilla y una columna jónica adquirida en un remate.
En blanco y negro
“Adoro el negro y el blanco”, exclama al entrar a su cuarto, un enorme espacio con vista al parque, como toda el área social del departamento. Está resguardado de las miradas por un vidrio especial y una soberbia cortina de franjas verticales blancas y negras que simulan un telón teatral. La pared de doble altura de la cabecera de la cama impacta por la cantidad de obras de amigos artistas y reconocidos pintores que ha ido coleccionando, entre ellos David Herskovitz y Fernando Taboada. También hay un desnudo de un gran pintor cubano, “tan erótico que no lo pude poner en la sala”, dice con picardía.
El baño es uno de los centros gravitacionales del departamento. Revestido con un damero de mayólicas blancas y negras, espejos por todos lados para agrandar aun más el espacio, una ducha española y otra convencional dentro de un cubículo transparente y un lavabo de mármol negro. “Adoro el baño. Además, lo he diseñado yo. Me senté con Sandra Barclay y le pedí que me dejara dibujarlo. Cuando lo terminé, me dijo que estaba perfecto”, cuenta.
Para terminar, Eduardo de las Casas revela un comentario que el decorador Armando Arana le hizo en una de sus visitas: “Siempre supe que tenías buen gusto, pero lo que has hecho acá es algo espectacular”, recuerda mientras hace tintinear los hielos de su vaso de whisky.
Artículo publicado en la revista CASAS #273