Manuel de Rivero, César Becerra y Fernando Puente Arnao, fundadores de 51-1 Arquitectos, bautizaron como “Casa del Jardín Largo” a este proyecto residencial que planteó el desafío de unir dos terrenos. En este peculiar escenario, la textura de los materiales abre un diálogo permanente con la vegetación.
Por Gonzalo Galarza Cerf / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Una familia quiere vivir en una casa más grande. La que tienen, de dos pisos con pequeño jardín, les resulta cada vez más chica. Empiezan a mirar opciones hasta que se presenta una, literalmente, a la vuelta de su casa: el lote posterior se pone a la venta. Entonces recurren a los arquitectos de 51-1 –Manuel de Rivero, César Becerra y Fernando Puente Arnao–, autores del diseño de su departamento de playa, quienes respaldan la idea de comprarla. Pero ¿cómo unir ambos terrenos?
Esto ocurrió en 2016. El reto que tenían por delante los arquitectos era integrar todo como si fuera un gran espacio. Y decidieron hacerlo a través del jardín. En ambos lados tenían dos terrenos planos de diez metros de ancho. La decisión espacial que tomaron, la más importante, afirman, fue rellenar el jardín con tierra y crear distintos niveles para dar protagonismo al área verde. A partir de allí, explican, había que mirar el resto.
El diseño de los planos tomó año y medio; la construcción, otro año y medio. Tres años para dar vida a la que bautizaron “Casa del Jardín Largo”. A un lado, se mantuvo la estructura de la casa familiar, ampliando un tercer nivel (dormitorio principal, cuarto de servicio y lavandería) y renovando otros espacios (cuarto propio para cada hijo, cocina, comedor de diario). Al otro lado, se hizo una nueva edificación: en la primera planta, un cálido espacio de parrilla con una mesa larga y una sala con chimenea; en la segunda, una sala de música y un escritorio. Todo bajo un interiorismo neutro y sobrio.
Radicalidad y contundencia
“La arquitectura es relativamente tradicional. La paleta de la casa se restringió al ladrillo artesanal, la madera y el concreto expuesto. Solo que lo usamos de una manera más radical”, explican los arquitectos de 51-1. Esa radicalidad y contundencia es notoria en el uso del ladrillo enchapado de forma vertical en casi todas las paredes y techos. Para lograr una fachada profunda y dar intimidad a la familia, alternaron vanos grandes y pequeños. Además, usaron postigos para complementar esa tarea, contrarrestando el impacto del sol durante el día.
En la otra fachada, dado que tiene doble frente, sobresale el gran bloque que parece estar flotando. Su base permanece oculta por plantas. La escalera, además, funge de celosía, lo que les permitió mantener la intimidad de ese ambiente social, cubierto por ventanas y plantas. De cara al jardín, también la terraza permanece abierta, mirando la piscina casi al mismo nivel, en una caja con ventanas. Les interesaba volverla un elemento más, casi como si fuera una pared de concreto. Por eso no excavaron para hacerla.
“Los clientes querían algo que no les cansara a largo plazo. No han querido excesos”, revelan los arquitectos. La apuesta del enchapado de ladrillo quizá fue lo que más les inquietó, pese a la confianza plena en su trabajo. Sin embargo, el resultado, al final, les encantó. Las paredes pintadas, dicen, no duran mucho tiempo. La piedra, el ladrillo y el concreto expuesto también envejecen y se ven afectados por la humedad y el moho. Pero esas pátinas son las que interesan a 51-1 Arquitectos.
“Hay una búsqueda para que los materiales respiren”, señalan los responsables del proyecto, quienes apuntan a que la vegetación complete el trabajo realizado, a que la arquitectura sea un soporte. “El ladrillo tiene que ver con el jardín, como si fuera un huerto cerrado. Imaginamos que el jardín se pondrá más frondoso. Diseñamos con el tiempo a favor”, agregan.
La escalera como un árbol
Si al exterior el jardín y el ladrillo son los protagonistas, en el interior, la escalera cumple este papel. Es un elemento casi flotante que parece un árbol, según los arquitectos de 51-1, porque cuando llega a su cenit empieza a chorrearse. Tras demoler la estructura original, pensaron que, dada la nueva altura de tres pisos que iba a tener esa parte de la casa, necesitaban un elemento más suelto, menos rígido. Por eso no se repite la huella de un nivel a otro. De día, la luz cenital entra a través del techo inclinado y se derrama en la escalera. Por la noche, la ilumina una cinta led oculta en el pasamanos.
El artista Koening Johnson creó los patrones de la baranda. Desde el techo, además, por la pared de ladrillo caen vincas, las mismas plantas que se encuentran en la terraza. Como para recordarnos que la vegetación empezará a hacer suya esta casa, tanto como la familia que la habita.
Artículo publicado en la revista CASAS #275