La creatividad de Santiago Agurto Mazzini siempre está en ebullición. En su caso, diseñar es sinónimo de perseverancia en el trabajo. Es por ello que ha ideado un sistema a través del cual ofrece propuestas arquitectónicas. Como en todo negocio, no siempre le compran la idea. Pero eso no le preocupa: lo único que le interesa es no parar.
Por Laura Gonzales Sánchez / Retrato de Sanyin Wu
“Mi vida. Eso es para mí la arquitectura. Es mi forma de vivir. Es mi hobby, la oportunidad de entretenerme siempre”. Así de contundente es el arquitecto Santiago Agurto Mazzini cuando se le pregunta por la disciplina que abrazó, sin ninguna duda ni cuestionamiento.
Siendo niño, acompañaba a su padre a “ensuciarse los zapatos”, como llamaba a las visitas de obra. “Él era muy estricto. Al punto de que, al egresar de la secundaria, quise postular a la UNI. Me dijo que no sería posible porque se prestaría a malinterpretaciones que el hijo del rector –Santiago Agurto Calvo lo era en ese momento– ingresara. Así que fui alumno de Ingeniería Civil en la Católica durante un año, al cabo del cual mi padre renunció por diferentes motivos y pasé a ser alumno de esa universidad”, cuenta.
Recuerda con nostalgia que uno de los estudios en los que trabajó, luego de terminar la carrera, fue el de su padre. “Había dos modalidades de trabajo y, por consiguiente, de pago: uno era al destajo (cantidad de láminas a mano alzada) y otra por sueldo. Yo estaba en este último régimen. Y cuando me di cuenta de que podía ganar más, me volví un cohete dibujando. Llegó un día en que mi padre me dijo que no me iba a firmar más mis diseños, que sacara mi título. Y así fue”, confiesa.
El resto es una historia que el arquitecto, gestor, promotor, diseñador y deportista –nos representó en karate alguna vez en un evento mundial en Japón– se ha encargado de escribir desde hace casi cinco décadas. Y, como se diría, “a pulso”.
Transformación de un arquitecto
Santiago Agurto se alegra de que los jóvenes arquitectos de hoy sean unos suertudos. Él califica a su época como “la generación perdida”. Como profesional, ha vivido distintos contextos, cada uno con sus pros y sus contras. Como cuando, tras ganar la propuesta técnica en el concurso para diseñar la remodelación del Gran Teatro Municipal, elaborada con su padre, esta fue desestimada por esas insanias que siempre han existido cuando entra a tallar la competencia mal entendida. Eso no ha sido óbice para que se desanime o claudique. Por el contrario, le ha servido para reafirmarse en este apostolado y reinventarse. “Porque el que no lo hace, va muerto”, nos dice como quien lanza una profecía.
Esto porque, entre otras razones, va quedando atrás el arquitecto artista que solo se dedicaba a diseñar por encargo, a trabajar para un estudio o como parte de proyectos estatales.
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Los de hoy ejecutan las obras, tienen participación en las decisiones del sector público, integran equipos interdisciplinarios que trabajan la imagen de las marcas a través del diseño, etcétera. El desempeño profesional de Agurto es la combinación de todos estos quehaceres, a los que se suma el constante deseo de investigación, de exploración.
–En un mercado inmobiliario ondulante como el nuestro, ¿qué formas vas encontrando para seguir manteniéndote, como hasta ahora, muy vigente en el sector?
–En busca de mi autonomía y libertad, he encontrado un sistema que me permite llevar al cliente una propuesta real no solo arquitectónica, sino también de números, de tipos de departamentos, de área, de costos… que puede interesar a futuros inversores. Esto significa que paseo, veo un terreno y elaboro un diseño. Me permito trabajar con tranquilidad, seguridad y tener la capacidad para ahorrar. Ahora se juega la ley de la oferta y de la demanda en cuanto a los honorarios. Hace varios lustros, el Colegio de Arquitectos normaba estos montos, y eso permitía al profesional vivir holgadamente.
–¿Qué te asegura que un potencial inversor no va a copiar tus ideas y te vas a quedar sin honorarios por el trabajo?
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–Siempre habrá ese riesgo. Sin embargo, yo inicio el desarrollo del anteproyecto confiando en la buena fe. Lo que solicito cuando me reúno con el propietario del terreno y/o con el inversionista es que respeten mi idea preconcebida. Y, muy especialmente, que respeten la expresión externa del edificio. Y, desde luego, a los clientes a los que he visitado.
–El uso de materiales es un punto muy importante a la hora de establecer los costos. ¿A qué das más importancia? ¿A tus preferencias o a los precios?
–Ahora estoy obsesionado con el acero.
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Siempre todo proyecto es susceptible de mejorar. En los últimos tiempos, he venido trabajando con concreto visto, aluminios y cristales incoloros, tratando de que sean materiales de fácil mantenimiento y durabilidad. Casi no uso pintura. Anteriormente, he experimentado con madera bambú, con aluminio, con ladrillo caravista, con acero inoxidable. En cuanto a los colores, me inclino más por los verdes, los beiges, los grises, tonalidades que bajo un procedimiento los da el concreto visto.
Vamos dejando a Santiago Agurto y se nos van quedando las líneas de sus reflexiones. Nos sensibiliza saber que su madre ha sido la inspiradora de dos modelos de rampa portátil para silla de ruedas que ha diseñado para que ella ingrese a su departamento sin obstáculos. Y que haber permanecido un año trabajando en Vilcashuamán, a tres mil ochocientos metros sobre el nivel del mar, le inyectó con más fuerza el deseo de ayudar. En este sentido, tiene un kit portátil de compuertas contra inundaciones que sería de máxima utilidad para zonas donde el clima se caracteriza por su dureza. Lo mejor es que tiene un costo asequible.
Su norte: seguir explorando siempre. Su edad: no la aparenta ni por asomo.
Artículo publicado en la revista CASAS #277