El estudio Llosa Cortegana, junto con José Luis Villanueva, acaba de publicar “La casa es una idea”, bajo el sello de la prestigiosa editorial mexicana Arquine. Entrevistamos a Patricia Llosa sobre esta publicación, que debe entenderse como un proyecto en sí mismo.
Por Laura Gonzales Sánchez / Retrato de Sanyin Wu / Fotos de Paula Virreyra
Si las familias ya no son como antes, sus dinámicas son incluso más extrañas. Entonces, ¿por qué una casa sigue teniendo sala, comedor, dormitorio uno, dormitorio dos, sala de estar…? Este es uno de los cuestionamientos que se hacen los arquitectos y docentes Patricia Llosa, Rodolfo Cortegana y José Luis Villanueva en el libro “La casa es una idea”. Obra que, a contracorriente con los tiempos, se aleja de las fotografías y recurre a las axonometrías para mostrar cuarenta proyectos, casi todos ejecutados, en los que, si hay similitudes, son por pura coincidencia. “Nuestra pretensión no es tener un estilo, sino más bien alejarnos de ello”, dice Patricia Llosa, a quien entrevistamos con motivo de esta publicación.
–Para algunos arquitectos, tener estilo es sinónimo de estatus, de sello propio. Sin embargo, para ustedes, a juzgar por el título del libro, lo apropiado sería hablar de ideas.
–No es una pretensión tener estilo. Hay gente que podría encontrar puntos de contacto entre un proyecto y otro, pero lo que hacemos en cada uno de ellos es llevarlo al límite e ir encontrando un diálogo, porque somos la misma cabeza. Parte del libro trata de mostrar cómo nuestro proceso proyectual se aleja de la certeza, del ideal de casa emblemática, y, justamente, le baja la resolución para incluir variables que pueden generar mayor ruido.
–¿De dónde se desprenden esas variables?
–Del entendimiento que los arquitectos tenemos con respecto a cada persona, a cada familia que viene con una carga emocional, con una experiencia. El sujeto ya no se convierte en algo ajeno, sino que lo colocamos más al centro, le damos una jerarquía distinta para que, a partir de ese ruido que sale del ser humano (que no es homogéneo), puedan aparecer variables que nos permitan encontrar nuevas maneras de vivir. Inevitablemente, tenemos que incorporar esas maneras que el cliente trae sumadas a otras variables, como las circunstancias climáticas, la ubicación de la casa, el presupuesto, los materiales, la reglamentación de la zona, etcétera…
–Dicho así, el programa que se aplica para una vivienda desde siempre estaría desfasado.
–Tratamos de entender que heredamos un tipo de vivienda así en base a una familia, a un ser humano que ya no existe más. Hoy en día hacemos cosas de manera autómata, sin pensar si verdaderamente necesitamos esos espacios o no. Repeticiones, estereotipos anacrónicos. Pero si se repite la programación, por lo menos hay que entender por qué se hace, para qué se hace y cuál es la dinámica. No simplemente darla como asumida.
–¿Cuál es el punto de equilibrio entre lo que desea, aspira el cliente y lo que diseña el arquitecto? Pareciera ser que el profesional es quien dicta la pauta en buena cuenta…
–El arquitecto es la persona que tiene la capacidad de moldear los deseos de una familia. Está formado para eso además de las variables disciplinares que tenemos sobre cada proyecto; en nuestro caso, venimos trabajando desde el 2005 y pensando qué nos interesa de la vivienda, cuáles son esas indagaciones. El punto de equilibro es cuando logras entender las necesidades del otro, pero también plasmas tus propias necesidades e inquietudes proyectuales, porque si un arquitecto se dedica solo a plasmar los deseos del otro y desplaza los suyos, termina siendo una especie de hacedor. Contrariamente, si colocas por encima tus propias necesidades y no te importan las del otro, no generas empatía. La arquitectura es la profesión de la empatía.
–¿Cómo lo logra el estudio Llosa Cortegana?
–Es lo que trata de mostrar el libro. Son cuarenta viviendas que hemos diseñado a lo largo de estos quince años, y las muestras (las casas) de diferentes maneras desde las ideas netamente arquitectónicas, a través de los dibujos y las decodificaciones. En la parte inferior de cada dibujo hay pequeños textos que intentan reflejar más la parte fenomenológica, la parte de las relaciones humanas, la experiencia del espacio, la experiencia de la arquitectura, y esos textos muchas veces están en relación con los deseos, con los pedidos que nosotros hacemos nuestros.
–La gente normalmente hace una casa una vez en su vida y deposita ahí todos sus esfuerzos. Me gusta cuando, en el prólogo, se dice: “La casa es el recinto que nos abriga, pero que también nos construye”.
–Con Rodolfo creemos que, al ser la vivienda tu lugar primigenio, es la que más influencia tiene en la vida de las personas, ya que es ahí donde se generan tus relaciones con el mundo, con tus familiares. La casa genera encuentros, divisiones, vínculos con el exterior, o no. Y todo esto te va formando como persona, ya sea que lo haga de manera consciente o inconsciente.
–¿La segunda casa, la casa temporal, la de playa, cómo la repensamos?
–Creo que al final no debería haber mucha diferencia, porque uno recuerda más la casa donde se generaron mayores vínculos. Por ejemplo, yo recuerdo más la casa de la abuela que la de mi infancia. No me refiero a la casa como tu núcleo, donde viviste exactamente, sino donde te sentiste contenida. Estamos hablando fenomenológicamente. En nuestra indagación, lo único que cambia es dónde está ubicada. Para nosotros es relevante dónde está la casa y qué genera.
–¿Son conscientes de que suponía un riesgo presentar un libro en blanco y negro, con axonometrías y planimetrías versus fotografías e imágenes en 3D?
–Lo tuvimos clarísimo. Una de las decisiones iniciales que tuvimos con más certeza era que queríamos alejarnos del tema de la imagen porque, si bien es cierto que las imágenes aparentemente te acercan a la arquitectura, muchas veces lo que hacen es alejarte, porque te muestran el proyecto desde una superficie. Nosotros, en paralelo, en la universidad con los alumnos, hemos tenido muchas conversaciones y reflexiones en torno a las herramientas de la arquitectura misma: la representación, las plantas, la planimetría. Y por eso decidimos incluir la axonometría, los cortes, las decodificaciones, que son una manera distinta de usar el dibujo para acercarnos a nuestra disciplina misma.
–¿Una especie de reivindicación de la arquitectura?
–También una especie de resistencia a este mundo de imágenes que nos abruma con millones de fotos de edificios. Son imágenes que, en el fondo, tienen que ver con lo que estamos viviendo hoy: un mundo virtual, un mundo de redes sociales, de inmediatez. ¿Qué cosa es hacer arquitectura en un mundo así? Eso nos cuestionamos siempre.
–¿Cuál sería la respuesta?
–Para nosotros, insisto, es un acto de resistencia total. Entender que mediante la arquitectura todavía podemos vincularnos con el mundo de otra manera. En este momento hay un tema que nos está interesando mucho, que es entender cómo la arquitectura puede, desde el espacio público, desde el edificio público, ejercer ciertos cambios en la sociedad, ciertas posibilidades de relacionarnos con las personas. Somos bien optimistas con nuestra profesión, y si estamos haciendo arquitectura es porque no podemos hacer otra cosa. Hay una actitud que tenemos y que a Rodolfo le encanta repetir. Una posición afirmativa con la arquitectura. Y creemos que, para lograrlo, tenemos que tomárnosla con mucha seriedad y rigor, alejarnos un poco de todo ese ruido, de lo superficial.
Artículo publicado en la revista CASAS #278