El arquitecto José Ignacio Vargas, del estudio Naso, diseñó Casa Martha para una familia que había perdido lo poco que tenía tras el terremoto de 2017 en México. Un proyecto de vivienda social que se devela en armonía con la naturaleza y florece entre las montañas. Una estructura modular que, con una paleta de materiales austera, crea un destello poético.
Por Gonzalo Galarza Cerf / Fotos de Maureen M. Evans
Las enredaderas forman el umbral del camino que conduce a Casa Martha. Desde la calle, antes de ingresar, se aprecia la bóveda de concreto en lo alto que se fusiona con el paisaje de montañas. Conforme se asciende por la escalera, el hogar de Martha se va develando en armonía con la naturaleza: la terraza abierta establece las formas de vincularse. A un lado, se aprecia el dormitorio para uno de sus hijos. Al otro, las escaleras que conducen al dormitorio del otro hijo. La habitación diseñada para Martha y su esposo se descubre una vez que se traspasan la cocina y el comedor. El hierro de color rojo quemado y la madera en los acabados terminan por teñirla de calidez.
Da la sensación de que la casa hubiera echado raíces en medio de esa indómita vegetación. De que, tras el terremoto del 19 de setiembre de 2017 que derrumbó lo que había antes, hubiera florecido. En parte, eso es lo que sucedió. “Cuando llegué la primera vez, me asusté. Había una lona provisional. La cocina estaba adentro, todo se llenaba de humo. No había espacios definidos. No había baño. Olía mal. Estaba destruida. ¿Cómo hacer una casa para gente que no tuvo casa, que lo que tenía era algo superorgánico? Hacer una casa desde cero era agresivo”, cuenta José Ignacio Vargas, del estudio mexicano Naso.
El proyecto Casa Martha forma parte de Reconstruir MX, una iniciativa para desarrollar más de cien casas en seis estados de México. Detrás de esa gestión que empezó en 2017, para la cual fueron convocados renombrados y nuevos estudios de arquitectos nacionales e internacionales, hay una serie de instituciones, como Fundación Origen y PienZa Sostenible.
La propuesta
Para Vargas, arquitecto graduado con el premio Cátedra Blanca Cemex de la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México, Casa Martha significaba el primer proyecto de vivienda para su estudio. Desarrollarlo implicó que viajara varias veces de Ciudad de México a Ocuilan, a cuatro horas en auto. La familia de Martha vive cerca de la ruta entre Malinalco, un sitio arqueológico y turístico, y Chalma, uno de los centros de peregrinaje más importantes de ese país.
De inmediato, Vargas se dio cuenta de las necesidades: Martha no podía caminar bien, su esposo era ciego, y sus dos hijos, ya mayores, vivían con ellos. Entonces, planteó circulaciones accesibles y claras para dar independencia a los padres. Promovió el respeto a la privacidad de cada integrante de la familia trazando dos dormitorios por fuera. Proyectó que la habitación con salida a la azotea pudiera alquilarse para generar ingresos.
“Queríamos abrir las puertas, relacionar el interior con el exterior, con la vegetación y la calle de enfrente, con el paisaje y con la gente. Que los dos hijos tuvieran independencia, por eso ves dos cuartos que están por fuera y se incrustan en la casa. Pero también, como cuidaban a sus papás, se compartía la cocina, el comedor y el baño”, explica Vargas.
El exterior integrado a la casa como un gran pórtico, para que sus habitantes se encuentren inmersos en el paisaje natural y social que los rodea. “Yo soy muy de campo y, en él, la arquitectura tiene que responder a la naturaleza, ser muy abierta”, revela Vargas. El arquitecto hizo en Londres una maestría en Filosofía en Arquitectura y Diseño Urbano cuyo tema central fue la vivienda. “En México, la arquitectura no se ve como una herramienta social, sino como algo lujoso”, apunta.
El desarrollo
El estudio Naso desarrolló el proyecto durante dos años, de 2018 a 2020. Dependía del flujo de dinero de los fondos. En ese tiempo, consiguió que le donaran el mobiliario, obtuvo una terma para que tuvieran agua caliente, trabajó con herreros locales e hicieron los ladrillos de concreto y tierra.
“Es una estructura modular de cuarenta y cinco metros cuadrados, pero le dedicamos mucho. No paramos hasta que nos quedamos contentos”, dice Vargas. Para no provocar mayores desniveles, debido al estado de salud de Martha y su esposo, aplanaron el terreno, que es bastante apretado. La bóveda de concreto termina por romper y dar volumen y carácter al proyecto.
Cuando Vargas concluyó la casa, sintió la respuesta a su trabajo de forma inmediata. “El día que se la mostramos fue una felicidad para todos, Martha con su sonrisa increíble, los hijos. Quizá en un momento no lo creyeron o pensaron que era una broma. Nos dio pena porque su esposo falleció antes de acabarla”, dice el arquitecto.
Esta es la última imagen que tiene de Martha: mostrando su gran sonrisa junto a su casa. La casa que estaba pensada para ella y su familia, la que echó raíces en la tierra.
Artículo publicado en la revista CASAS #283