La mudanza era una tarea impostergable. Necesitaba luz, necesitaba aire, necesitaba renovación. Por fortuna, el interiorista Gianfranco Loli halló todo lo que buscaba en un rincón chorrillano donde, en apenas un par de meses, ha constituido un hogar.
Por Jimena Salas Pomarino / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
El tangram es un rompecabezas tradicional chino conformado por piezas geométricas que, dependiendo de la forma en que se dispongan, pueden formar decenas –si no cientos– de siluetas. Este juego, tan simple como asombroso, se asemeja tremendamente al ejercicio de creación realizado por Gianfranco Loli en su nuevo departamento.
Los primeros meses del confinamiento, el arquitecto e interiorista los pasó en su anterior vivienda, en Chacarilla. Ahí, él sentía que algo no encajaba: quizás el hecho de que las habitaciones no recibieran suficiente iluminación, a lo mejor la acústica del edificio, probablemente la distribución de los ambientes… o tal vez era él mismo, que no se hallaba en ese lugar.
En Chorrillos, en cambio, encontró un edificio diseñado por el arquitecto David Mutal, y ahí hubo amor a primera vista. Amplios ventanales de madera, alturas adecuadas, abundante luz natural y una terraza interior que parece hecha a medida se convirtieron en el tablero ideal para repensar sus piezas y combinarlas de una manera totalmente nueva.
Un trabajo de edición espacial
Para Loli, cada mudanza marca una pauta. Los espacios son los que le dicen qué necesitan, y es por eso que, aunque llevó consigo los mismos elementos, el resultado no es un copy-paste de su hogar anterior. Como él mismo explica: “Es bonito ver cómo cada pieza puede tomar un nuevo lugar protagónico. Cambiar la posición de los cuadros y los muebles es como ir jugando, y cada uno cobra una vida diferente puesto de otra manera”.
Durante su proceso creativo, sintió el impulso de poner menos información en algunas áreas. Así, por ejemplo, el escritorio pasó de tener un papel tapiz con motivos de selva en el departamento antiguo a paredes totalmente blancas en este. Pero como el estilo habla por sí solo, Loli ha integrado su sello maximalista con otros elementos: el pequeño juego de terraza de color rojo encendido reinventado con un tablero de mármol sobre la mesa; la lámpara decorativa de Ruraq Maki que llevaba guardada por años y que al fin encontró su spot, y la alfombra antigua colocada justo en el centro.
En el dormitorio, en cambio, hubo un paso de la búsqueda de neutralidad a la inyección de color. En la pared detrás de la cabecera, el interiorista ha incorporado un papel tapiz de diseño audaz por el puro placer de experimentar. “Es como el primer golpe de vista cuando entras al cuarto. Pero, cuando me despierto, veo el muro blanco del frente, entonces, tampoco es algo que a uno lo llegue a alocar”, explica. Las piezas en color madera y la sobriedad de la ropa de cama contrastan y armonizan, lo que genera una sensación de serena alegría, perfecta para el descanso.
La terraza, no obstante, es la que se roba todos los aplausos. Al mudarse, Loli sintió que le faltaba un toque de color. Y fue caminando por su nuevo barrio, en Chorrillos, que encontró la inspiración. Quedó deslumbrado con el trabajo del Colectivo Shipibas Muralistas en las fachadas de la zona, y acabó comisionándoles un “mural portátil”. “Esta pieza tiene todo un significado detrás”, cuenta el arquitecto de interiores. “No solo está llena de color, sino que, además, según lo que me han explicado las artistas, tiene un efecto protector”. Debajo, se luce la banca antigua de su abuela, traída desde la casa de campo familiar, y alrededor, las plantas de diferentes alturas completan este juego conceptual que él tanto disfruta.
El juego infinito
Acotado por partes, aumentado en otras: así ha quedado al día de hoy el nuevo hogar de Gianfranco Loli. Además de rearmar su propio puzle para conformar otras siluetas, se ha tomado el tiempo de repensar cada pieza, darles nuevo sentido a partir de lo que él mismo va experimentando a lo largo del proceso. “Todo tiene su momento y va saliendo. No hay que forzar las cosas. Apenas dos días antes de esta sesión de fotos, se me ocurrió pintar las paredes de la cocina en gris pálido, porque eran blancas. Y ganó el ambiente, le bajó un montón el contraste tan fuerte que tenía con la pared de la sala”, confiesa.
Después de dos meses, él siente que, finalmente, todo ha llegado al lugar en que debe estar. Ahora, con los espacios terminados, solo queda contemplar, disfrutar… y quién sabe, a lo mejor algún día de estos, volver a jugar.
Artículo publicado en la revista CASAS #286