Marina Vella ha diseñado una casa en un rancho de México que se integra al paisaje y se vuelve un corredor natural con patios abiertos que vislumbran la naturaleza desde todos los lados. Con técnicas tradicionales y materiales locales, la arquitecta peruana y su equipo han logrado una casa contemporánea, confortable y funcional que aprende y dialoga con cada elemento que la rodea.
Por Gonzalo Galarza Cerf / Fotos de Juan José Dibildox y Alfonso César
El día en que Marina Vella fue a conocer el terreno, el río se había salido de su cauce y creado un espejo de agua. La arquitecta peruana entendió la elección de la ubicación de la casa, sobre una pequeña colina para evitar que se inunde. También comprendió lo vitales que resultaban los árboles de tamarindo. Debajo de su sombra, el aire fresco era un bálsamo. Fuera de ella, el calor era abrumador.
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En esas primeras horas, después de haber viajado de Perú a México, de recorrer cientos de kilómetros para llegar a Ciudad Valles en San Luis de Potosí y otras dos horas más para arribar al rancho en Tanlajas, supo que el techo de la casa tenía que replicar el efecto generado por las copas de los árboles. Ya cuando estaba por caer la tarde, y le avisaron para regresar, Marina les pidió esperar el atardecer. Preguntó si se alcanzaba a ver la puesta del sol desde allí. Y nadie supo. El paisaje los sorprendió con su respuesta.
“Fue el atardecer más hermoso que he visto en mi vida. Se reflejó en el agua del río. El día y el momento fueron mágicos. Al final nos empezamos a reír porque nadie sabía por dónde iba a ponerse el sol”, cuenta Marina. Esta historia empezó en 2017, cuando recibió un correo de una familia mexicana. Para ella, México era sinónimo de Marcela López Mares, su mejor amiga de la maestría en la Universidad de Ginebra, Suiza, oriunda de San Luis de Potosí. “Siempre le decía que iba a llegar a San Luis y llegué de esta manera”, ríe Marina. Con Marcela, fue a conocer el rancho dedicado al ganado vacuno donde el cliente quería construir una casa de arquitectura contemporánea para la familia y los amigos, con materiales locales y naturales.
Antes de viajar ese 2017, pensaba en el programa del proyecto a través de las fotos que le habían enviado. Pero cuando llegó, sus primeras ideas se transformaron. “El sitio era imponente. Veías la línea de las nubes, de la cadena de montañas, del río con el reflejo del agua, de los árboles. Dije: esto tiene que ser como una línea más en el paisaje. Por eso está compuesto todo en conjunto, como en el paisaje”, explica Marina. Que sea una línea más que se integre en ese paisaje.
Tejido orgánico
Ese día, Marina Vella dibujó un eje central con el patio en forma de cruz. Lo distribuyó en cuatro partes: sala, comedor y dormitorios, los principales, con vista a las montañas y a la puesta de sol. Por su amiga Marcela, se puso en contacto con el colectivo Kima, quienes trabajaron en la construcción de la estructura en otate (el bambú local) para muros y techos. Al ver su dibujo, le comentaron que era similar al símbolo Teenek, de los indígenas de la zona. “Yo coincidí en las formas. Llegué al mismo punto de manera natural e intuitiva. La idea era que todos los vientos circularan y se tuviera todas las vistas, con ejes muy marcados”, cuenta la arquitecta.
Tanlajas, el pueblo donde se ubica el rancho, significa “el lugar donde está la piedra”. En ese viaje, Marina se empapó de los materiales locales de la mano del colectivo Kima.
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Para completar su equipo, sumó a la arquitecta Silvia Olvera, quien vio la obra civil, la construcción en piedra y la supervisión y gestión de obra. Además del maestro constructor Vicencio Estuardo, quien elaboró los muros con técnicas de enjarre y frisos en latillas de bambú.
La labor, debido a la distancia, la falta de un camino asfaltado y la lluvia, se tornó difícil. Remotamente, Marina Vella coordinaba y supervisaba todo de forma integral. Dos años tomó dar vida a esta casa que cuenta con seis dormitorios, dos pequeños con camarotes. En ese tiempo, se enfrentó a un gran desafío: hacer que el techo no fuera rígido y que pareciera ligero como una hoja de papel al viento. “Yo no quería que el techo siguiera la forma de cruz de la planta. El gran reto fue ese, hacer los ejes y un techo que imitara las líneas de las montañas”, revela.
Por el agua de la lluvia y el calor de la zona, dejaron los muros de piedra afuera. Adentro, en cambio, utilizaron caña. “Podemos ver el otate como estructura de techo, muro de enjarre, quincha con paños grandes y con barro encima, esterilla y falso cielo, como latilla.
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Lo usamos en cuatro técnicas y tamaños y versiones”, detalla Marina sobre el material, que se transforma en una especie de tejido orgánico que fluye en distintos niveles.
El resultado de este diseño es una casa que se funde con el paisaje, que dialoga con las nubes, que se vuelve un corredor natural con esos patios abiertos que vislumbran la naturaleza por todos sus lados. “Me gusta lo que hay en el vacío. Lo que construimos acompaña a ese tercer espacio que se genera. Ese vacío es como atrapar ese paisaje”, reflexiona Marina. Atraparlo, o dejarlo libre como una línea en la naturaleza.
Artículo publicado en la revista CASAS #289