Por su obra mordaz, de proyección histórica y social, el arquitecto ha sido reconocido con el Premio Pritzker, dotado de cien mil dólares y considerado “el Nobel de la Arquitectura”. La premiación está programada para el mes de mayo.
Por Giacomo Roncagliolo Fotos: Cortesía Pritzker Architecture Prize / Christian Werner
¿Hacia dónde quisiéramos que mire la arquitectura? ¿Sobre qué valores deberíamos encarrilar nuestra visión urbana e histórica? ¿Cuánto hemos perdido de vista por seguir tendencias desvinculadas de las necesidades de la humanidad y el planeta? Frente a la bruma que evidencian estas preguntas, la figura de David Chipperfield se alza como un faro que señala el camino. Y hoy, felizmente, aún más: tras recibir el Premio Pritzker, el londinense de sesenta y nueve años acapara titulares en todos los idiomas, proyectando su luz hacia cada rincón del mundo. Como lo expresa uno de los jurados del premio, “los edificios de Chipperfield siempre pasan la prueba del tiempo, porque su principal objetivo es servir a un bien mayor”.
Una estela dialéctica
Si tuviésemos que elegir un proyecto que condense buena parte de la visión de Chipperfield acerca de la arquitectura y su relación con la sociedad, necesariamente tendríamos que hablar del Neues Museum, en Berlín. Su reconstrucción, postergada durante toda la Guerra Fría e iniciada recién en 1997, fue una de las primeras grandes obras del arquitecto inglés, en gran medida porque representaba una potente declaración de principios: frente a las expectativas de un museo completamente renovado y apto para la mirada extranjera, Chipperfield apostó por conservar no solo la ambición neoclásica de sus orígenes –que se remontan a mediados del siglo XIX–, sino además las huellas de la destrucción sufrida durante la Segunda Guerra Mundial.
La genialidad de su trabajo –este y otros– se manifiesta, justamente, en el fino tejido entre reconstrucción, preservación y añadidura. Allí donde otros hubiesen aprovechado la oportunidad para lucirse y sumar laureles a su portafolio, Chipperfield prefirió obligarnos a mirar hacia el abismo, traer el pasado hacia el presente. El proyecto, que tardó doce años en completarse, se inauguró en 2009 y le valió el premio Mies van der Rohe, el más importante de la Unión Europea.
Cultivando un futuro sostenible
La historia de Chipperfield se remonta al Londres de los años sesenta y setenta, cuando gran parte de la clase trabajadora habitaba viviendas sociales conocidas como council houses, ejemplo de planificación y comunidad. Rodeado por ese paisaje urbano, se graduó de la Kingston School of Arts e inmediatamente después siguió sus estudios en la Architectural Association School of Architecture. Fuera de las aulas, acabó bajo las alas de Richard Rogers y Norman Foster, dos eminencias de la arquitectura high-tech, pero poco tiempo después, en 1984, a los 31 años, fundó Chipperfield Architects, y a partir de ese momento hizo absolutamente suyo el futuro.
¿Fue la decadencia de la vivienda social inglesa durante los años ochenta y el alto vuelo de las nuevas estéticas, muy pomposas, pero a veces vaciadas de contenido, lo que gatilló su interés por los valores del pasado? Buena parte del reconocimiento que Chipperfield ha cosechado señala la humanidad y humildad del arquitecto, quien muchas veces desaparece y deja brillar por sí mismas a las edificaciones, siempre orientadas hacia un fin social, histórico y ético, con mucho respeto por las áreas naturales. Entre ellas, encontramos el complejo de viviendas sociales de Villaverde (España) y el parque de humedales Xixi (China), así como museos y galerías que, sin dejar de lado la expresividad de su diseño, apelan directamente a la relación entre historia y futuro imaginado, y buscan permanencia más que trascendencia. Así lo expresa el propio arquitecto: “No estoy muy enfocado en mi legado, pero sí siento la responsabilidad de inspirar a la siguiente generación a que enfrente los retos de nuestro tiempo con visión y coraje”.
El acta del jurado del Premio Pritzker también lo señala puntualmente: “Su compromiso con una arquitectura de presencia discreta pero cívicamente transformadora, y su definición clara del ámbito público, siempre es realizada con austeridad, evitando movimientos innecesarios y esquivando tendencias y modas, y aquello es un mensaje relevante para la sociedad contemporánea”. En un mundo donde ciudades enteras son demolidas sin dejar rastro, donde concreto y vegetación se enfrentan a diario, donde el pasado es un concepto que causa terror, este reconocimiento al arquitecto londinense y sus palabras al enterarse de la noticia llegan como un salvavidas: “Tomo este premio como un estímulo a seguir dirigiendo mi atención no solo a la sustancia de la arquitectura y su significado, sino además a la contribución que como arquitectos podemos hacer para enfrentar los retos existenciales del cambio climático y la desigualdad social. Creo firmemente que podemos tener un rol más prominente y lograr un mundo más bello, justo y sostenible”.
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