En diálogo constante con las expectativas del cliente y con una atenta mirada a las posibilidades del espacio, la arquitecta Augusta Pastor dio nueva vida al área de cocina de este departamento. Para ello, se aseguró de rescatar su lado práctico y de aprovechar cada oportunidad de embellecerlo.
Por Giacomo Roncagliolo
“La relación con el cliente no consiste en juntarte una o dos veces, sino en la cotidianeidad que se genera a lo largo del proceso de diseño e implementación”. Con esta afirmación, Augusta Pastor intenta ilustrar la naturaleza y complejidad de cada uno de sus proyectos, particularmente, del que ahora comparte. Como le ha ocurrido en otras oportunidades, en esta ocasión ella era la “arquitecta de cabecera” de la clienta; esto quiere decir que ambas mantienen una relación que data de largo tiempo atrás, con la remodelación de otros espacios del mismo hogar. Se conocen a un nivel cercano, intuitivo, cómplice.
Las exigencias del espacio
“El departamento tenía cerca de veinte años y la cocina no se había tocado desde entonces. Básicamente, se trataba de renovarla y, durante esa transformación, darle un sello más personal”, cuenta la arquitecta, quien de inmediato se detiene a señalar que, si bien la mayoría de decisiones quedó en sus manos, fue el propio espacio el que dictó las primeras directrices. “Yo siempre digo que es el espacio el que me exige cosas. Trabajar un proyecto se trata de estar atenta a esas exigencias”.
En este caso, se encontró con una cocina pequeña, en forma de “U”, cerrada en sí misma; una disposición que Augusta prefirió conservar, pues la única ventana del ambiente, si bien era fuente importante de luz natural, no ofrecía ninguna vista más que la del patio interior del edificio. Por otro lado, urgía integrar el espacio vecino –la lavandería–, para lo cual se procuró ganar algunos centímetros liberando a los electrodomésticos de los antiguos muebles, cuya única función era ocultarlos, una anticuada costumbre, propia de tiempos en que se pensaba que estos artefactos “afeaban” la cocina.
Otro de los espacios que se trabajaron durante este proyecto específico fue el desayunador. Como se trataba de un rincón muy reducido que había que aprovechar al máximo, Augusta y su equipo diseñaron una mesa flotante al estilo de una ménsula adosada a la pared, de forma que las banquitas, después de usarse, pudieran guardarse debajo del tablero sin chocar con sus patas. En uno de los lados, además, se instalaron repisas especialmente pensadas para la colección de libros de cocina de la clienta, muy aficionada a la gastronomía.
Un proceso espontáneo
En cuanto a los materiales, Augusta recuerda que la exploración comenzó tras una idea inicial de la clienta: usar pisos de porcelanato tipo madera. No muy convencida del aspecto final que este tendría, la arquitecta hizo una contrapropuesta: utilizar madera real para algunos de los reposteros y combinar su tonalidad con una paleta neutra y monocromática, que diera la sensación de limpieza y amplitud. Casi hacia el final, apareció la piedra perfecta para el mesón de la cocina, con un diseño que simulaba un terrazo y una textura de mucha información.
“Por lo general, en mis proyectos una decisión se toma sobre la otra”, asegura la arquitecta, quien, no obstante, precisa que cada decisión es dueña de una flexibilidad particular. “Por ejemplo, la madera te permite matizarla para conseguir el tono específico que deseas. En cambio, la piedra, después de elegirla, no se puede negociar”. Así, una vez que esta última fue colocada y extendida de manera vertical sobre las paredes para generar continuidad, lo demás tuvo que elegirse cuidadosamente para encajar. Fue así como llegaron los reposteros superiores, de color liso, muy sutil en comparación con la textura de la madera y la piedra. El último impulso lo dieron las finas molduras, un detalle de sofisticación muy apropiado para la elegante personalidad de la propietaria.
Además de lo mencionado, quedan por supuesto los hilos interiores: la organización interna de repisas, los herrajes, todo lo que sucede dentro de los reposteros… Para ello, como en todo lo demás, fue esencial un trabajo minucioso y muy cercano con la clienta, pues a fin de cuentas sería ella quien ocuparía la estancia de forma cotidiana. Como señala Augusta, “las personas no suelen darse cuenta de lo complejo que resulta diseñar una cocina, que todo tenga su lugar”. Y es que, más en este ambiente que en ningún otro, lo funcional pesa tanto como lo estético, y es quizá en el ámbito de las costumbres y rutinas más simples donde cada individuo manifiesta mayor especificidad. Surcar ese mar en solitario no sería más que un despropósito.
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