Casi cuatro meses después de ser clausurado por la Municipalidad de Miraflores, el mercado Santa Cruz es objeto de discordia entre la comuna, que afirma que es necesario realizar mejoras al espacio de abastos, y los comerciantes, quienes creen que la medida de cierre no solo los perjudica a ellos, sino también a la comunidad. ¿Cuál es el rol de los mercados de abastos en la metrópoli? ¿Por qué el Perú es uno de los pocos países que conservan una sólida cultura de mercados de barrio? Dos expertos analizan este fenómeno y brindan luces sobre el futuro de estos centros neurálgicos de la ciudad.

Por: Edmir Espinoza

Ilustración: Elmer Yarmas / Fotos: Agencia Andina

El 4 de enero, la Municipalidad de Miraflores dispuso el cierre preventivo del mercado municipal Santa Cruz, luego de alegar la falta del certificado de inspección técnica de seguridad en edificaciones y licencia de funcionamiento de Defensa Civil.

La administración de mercados de abastos en el Perú está, en su mayoría, a cargo de asociaciones y cooperativas (60%). Otro 25% está a cargo de las municipalidades, y un 15% son mercados privados.

Desde entonces, la comuna miraflorina viene librando una batalla contra los comerciantes, quienes temen no recuperar sus puestos de trabajo cuando finalicen las reparaciones. Por su parte, vecinos y clientes advierten que la nula coordinación entre la municipalidad y la asociación de comerciantes en el mejoramiento del mercado de abastos puede perjudicar seriamente a la actividad barrial.

En tiempos en que los grandes supermercados han capturado gran parte de la distribución de alimentos en el mundo, ¿qué argumentos sostienen la supervivencia de los mercados de abastos? Y quizá lo más importante, ¿qué rol cumplen los mercados de barrio en las dinámicas sociales de un país como el Perú, que se resiste a la desaparición de estos centros neurálgicos urbanos?

Para gran parte de la ciudad, los mercados de abastos se han convertido en el último recaudo de un concepto cada vez más lejano: el del barrio, aquel espacio geográfico que nos vio nacer y donde albergamos buena parte de nuestras esperanzas y recuerdos. Un lugar seguro y familiar, donde amigos y vecinos compartían un hilo invisible de convivencia, favores y celebraciones.

Hoy, cuando la ciudad se ha convertido en una máquina de producción, los mercados de barrio nos recuerdan que todavía existen espacios donde la conversación, el regateo y la recomendación mantienen valor, y en los cuales el contacto humano –tan añorado en recientes épocas pandémicas– todavía puede tener un lugar privilegiado en nuestra cotidianidad.

De acuerdo con el estudio “Los dos rostros de los mercados: seguridad alimentaria y COVID-19”, de GRADE, el 90% de hogares compra alimentos en mercados un promedio de tres veces a la semana. Los supermercados, por su parte, tan solo alcanzan un 30% de penetración. Por eso, sucesos como el cierre del mercado municipal Santa Cruz producen gran descontento.

Para Ximena González Fernández, coordinadora de Inclusión Económica del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), los mercados de abastos no son únicamente un espacio para el intercambio de bienes, sino que tienen diversos roles esenciales para la comunidad y sus dinámicas urbanas. “Son, al mismo tiempo, un nodo de cuidado y un centro donde el ciudadano se puede manifestar culturalmente desde la biodiversidad de nuestro país o de una localidad en particular”, explica González, quien cree que es necesario visibilizar la contribución que, desde hace décadas, los mercados de abastos brindan a la ciudad.

“Más allá de que para el 70% de los peruanos los mercados de abastos son la principal fuente de recursos de su canasta básica, hay un importante rol dentro de la cadena de suministro: la relación que tienen con los agricultores, con las cooperativas y, finalmente, el enlace de muchas ciudades alrededor del país con comunidades rurales que alimentan a las grandes ciudades”, refiere González, quien entiende que los mercados de abastos funcionan también como el receptor de muchos productos que no se consumen o no se producen en la ciudad, y que pueden nutrir y contribuir a la canasta básica de las familias peruanas.

Perú, país de mercados

Curiosamente, y a diferencia de otros países de la región y el mundo, donde los supermercados son la principal fuente de compra de alimentos, en el Perú la tradición de los mercados se mantiene en casi todas las ciudades y comunidades. Un reciente estudio de GRADE, “Los dos rostros de los mercados: seguridad alimentaria y COVID-19”, revela que el 90% de los consumidores urbanos compra alimentos en mercados de barrio, e incluso las bodegas adquieren en estos centros de abastos el 60% de los alimentos que venden.

La investigación refiere, además, que en el Perú la penetración de los supermercados aún es muy tenue (del 30% aproximadamente), e incluso en los estratos más altos el mercado tradicional sigue teniendo una dinámica fuerte. En Argentina o Ecuador, por citar dos ejemplos, la penetración de los supermercados supera el 60%.

Así, de acuerdo con el Censo Nacional de Mercados de Abastos de 2016, en el Perú existe un total de 2600 mercados que generan un total de 300 mil puestos de trabajo semiformal. “Hablamos de 2600 mercados en el Perú, cuando en otros países de la región esta cifra no supera los 60”, comenta Ricardo Fort, investigador de GRADE y uno de los autores del estudio en mención.

Para Fort, quien lleva investigando las dinámicas de los mercados de abastos desde el inicio de la pandemia del covid, para entender el rol de los mercados de barrio en la ciudad, es necesario descubrir por qué los peruanos preferimos los mercados de barrio para hacer nuestras compras de alimentos, en desmedro de los supermercados.

“Nuestro estudio determinó que, a diferencia del comportamiento de los usuarios en los supermercados, a donde acuden una vez por semana en promedio, a los mercados las familias van todos los días. Y lo hacen por diversos motivos: porque te queda más cerca, porque es más fácil transportar pocos productos a pie, porque no tienes los recursos para comprar comida para toda la semana o porque sencillamente no tienes refrigerador y no puedes almacenar alimentos perecibles. Sea cual sea la razón, estas dinámicas diarias han convertido al mercado de barrio en un centro de relacionamiento de la población. Un espacio donde conoces a tu ‘casero’, donde te encuentras con amigos y vecinos”.

Para Fort, a diferencia de los supermercados, que aprovechan las dinámicas urbanas de grandes malls y centros comerciales, los mercados son capaces de crear estas dinámicas por sí mismos, y es por ello que vemos diversos negocios y comercios alrededor de estos espacios. “El mercado tiene la capacidad única de darle vida al barrio, cosa que no puede hacer un supermercado por más marketing y publicidad que tenga”.

En esa línea, González agrega que los mercados son espacios públicos totales, que reúnen diversas características propias de los centros urbanos: intercambio de ideas, aglomeración, roles distintos y múltiples dinámicas sociales. “Desde la perspectiva del consumidor peruano, el mercado brinda no solo una relación transaccional, sino contacto humano, relaciones intrapersonales y un servicio personalizado. El peruano promedio tiene muy clara la propuesta de valor de su mercado de barrio: el concepto de tu ‘casera’, a quien conoces, quien te prepara lo que necesitas, te pica el pollo como tú prefieres o te separa las verduras que a ti te gustan. Ese trato personalizado que te brinda un mercado de abastos es muy difícil de replicar a gran escala”, refiere González.

En un contexto en el que seguiremos conviviendo con los mercados de barrio por mucho tiempo, cabe preguntarse cuál es el futuro de estos centros alimentarios y de qué manera pueden abrazar la modernidad para prestar un mejor servicio, más seguro y diverso.

“Necesitamos soluciones que permitan llegar oportunamente con alimento a las poblaciones más pobres, o generar un sistema que sea más eficiente en la escala y más barato, que permita llegar a los mercados con productos más saludables”, dice Fort, en tanto que González cree que es necesario fomentar la digitalización de ciertos procesos, a fin de visibilizar sus beneficios diferenciales y aumentar su alcance.

“Desde el programa Innova tu Mercado, hemos tomado la postura de incentivar la digitalización de los mercados de abasto, tomando en cuenta las herramientas digitales no como fin, sino como medio para el desarrollo. No buscamos cambiar los mercados de abasto desde su esencia, sino empezar a posicionar distintas herramientas de gestión que puedan mejorar los procesos internos, desde temas de economía circular, cuidados y su propia gestión, para así aumentar su crecimiento y desarrollo”, comenta González.

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Cada año seguirán apareciendo más supermercados, cada día más surtidos y a precios más competitivos. Sin embargo, estos grandes comercios deberán seguir conviviendo con los mercados de barrio, que seguirán impertérritos, ocupando la ciudad y contribuyendo a la memoria tradicional de nuestras ciudades. Toca, entonces, trabajar en el futuro de estos centros de distribución y comercialización de alimentos, que deben evolucionar para ofrecer insumos cada vez más saludables y seguros.

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