¿Cómo responderá Lima, una de las ciudades más vulnerables al cambio climático, ante la certeza de nuevas alteraciones meteorológicas? ¿Con qué oportunidades cuenta nuestra capital para transformarse a tiempo en una ciudad resiliente y adaptable a los efectos del calentamiento global? Tres expertos reflexionan sobre el tema.
Por Edmir Espinoza
El alarmante incremento en el precio del limón es solo el comienzo. Lima inexorablemente se enfrentará durante los próximos años a severos impactos como consecuencia de un cambio climático que terminará afectando a todo el mundo. Serán, sin embargo, los países costeros más cercanos a la línea ecuatorial, y no las naciones hiperindustrializadas y grandes responsables de la contaminación global, quienes sufran con mayor intensidad los embates del tiempo.
Aunque parezca obvio, vale recordar que los caprichos climáticos actuales que sufre la capital no son, ni por asomo, los primeros efectos del cambio climático en nuestro país. En 2017, El Niño produjo daños por encima de los 3100 millones de dólares, una cifra escandalosa que representa el 1,6% del PBI del país.
Así las cosas, el aumento sostenido de las temperaturas y las anomalías climáticas que hoy vivimos en la capital son solo un pequeño recordatorio de lo que viene. Gino Passalacqua, asesor científico de la organización Save The Waves Coalition y Ph. D. en Oceanografía, Meteorología e Interacciones Aire-Mar, lo explica sin tapujos.
“En el Perú, debido a la cercanía con el Ecuador, los efectos del cambio climático se están volviendo más intensos y recurrentes. Sin embargo, contrario a lo que la mayoría cree, las consecuencias van más allá de lluvias y huaycos. Los cambios en la temperatura tendrán efectos directos en la economía de hoy, como podemos comprobar con la poca disponibilidad de ciertos productos que necesitan una cierta cantidad de días fríos, como el limón, el arroz, el mango o la mandarina”, explica Passalacqua, quien cree que esta situación podría incluso reducir la capacidad energética del país.
“El principal efecto del cambio climático en países andinos como el nuestro será el derretimiento de los glaciares, y ello puede generar una preocupante falta de disponibilidad de agua y energía eléctrica”, refiere el experto.
Las palabras de Passalacqua suenan a una terrible profecía, pero basta ver lo que sucede en Uruguay para comprobar que las advertencias sobre las consecuencias del calentamiento global no son exageradas. Solo en los últimos tres años, el país del Río de la Plata ha registrado una disminución de lluvias en un 25% respecto del promedio histórico. Si se considera solamente el primer semestre de 2023, la disminución de lluvias es de 43% respecto de la media.
No todo está perdido
En un contexto tan apocalíptico, cabe preguntarse qué herramientas u oportunidades tiene el Perú, y más específicamente su capital, Lima, para convertirse en lugares resistentes y adaptables a los efectos del cambio climático. De acuerdo con los expertos consultados, si bien los desafíos en materia de resiliencia son inmensos, existen grandes oportunidades.
Para Passalacqua, el Perú debería ser el experto mundial en prevención de El Niño. “Es más barato invertir en ciencia para el Perú que gastar en reconstrucción. Podemos gastarnos doscientos millones de dólares en programas de prevención, con radares y sistemas avanzados de predicción y alerta temprana, y aún así será más económico que gastar mil millones de dólares en reconstrucción, como sucedió tras El Niño de 2017”, refiere.
“El problema es que no existe una posición clara sobre el hecho de que el Perú debería saber y entender sus problemas de clima y cambio climático al 200% y no depender del extranjero. Necesitamos y estamos en la capacidad de crear un sistema eficiente de respuesta, de alerta y de manejo de recursos. No se trata de comenzar de cero, sino de adaptar lo que ya existe, eliminar lo que no sirve, actualizar lo que se necesita y contratar a especialistas en las direcciones de estos sistemas”, comenta Passalacqua, quien está convencido de que nuestro país puede hacer frente a los desafíos ambientales del futuro próximo.
Por su parte, Elisabeth Olivares, arquitecta y coordinadora del área técnica del Proyecto “Franja Verde”, considera que a nivel país se han comenzado a dar pequeños pasos hacia un enfoque de planificación sostenible y resiliente, aunque arguye que estos esfuerzos son todavía insuficientes. “Se ha desarrollado una estrategia nacional de cambio climático, un plan de adaptación nacional al cambio climático, pero es necesario fortalecer instrumentos y mecanismos de gestión que nos permitan llevar a la práctica estas ideas. Si bien hay aspectos de marcos legales e instrumentos que han sido incorporados recientemente, todavía estamos veinte años por detrás de países vecinos de la región, como Colombia, que lleva trabajando mucho tiempo en fortalecer estos instrumentos”, detalla Olivares.
Para la arquitecta y urbanista, una de las grandes limitaciones con las que se encuentra la mayoría de iniciativas de adaptación al cambio climático es la poca voluntad política de nuestras autoridades. “El largo plazo a nivel social como a nivel político es poco atractivo y dificulta mucho incorporar dentro de la agenda política estrategias a mediano-largo plazo que el país requiere”, comenta Olivares, quien cree que la única forma de generar un cambio en este sentido es a través de la sociedad civil. “La participación de la sociedad civil empieza cuando exigimos a nuestras autoridades que prioricen un tema en la agenda política, y eso es exclusivamente responsabilidad nuestra como ciudadanos. No podemos esperar a que venga de nadie más que nosotros mismos”, explica.
A su vez, Adriana Yong, arquitecta paisajística, entiende que la principal arma para combatir los efectos climáticos del calentamiento global es la propia naturaleza. Para la experta, existe una percepción de que incorporar el verdor a nuestras ciudades es una intervención algo menor, secundaria, estética.
“No se entiende que, más allá de hacer ciudades más bellas, la naturaleza ayuda a que nuestras ciudades sean más resilientes. Cuidar los humedales en la franja costera hace que, cuando sube el mar, se regule el agua y seamos más resilientes ante las inundaciones. Que tengamos árboles en las calles permite que se reduzca hasta 10 o 15 grados la superficie del asfalto, que es una de las principales causas de la isla de calor, que incrementa el problema de altas temperaturas por efecto del cambio climático. Son cosas que muchísimas ciudades ya no discuten y que, sin embargo, aquí seguimos negando, priorizando un enfoque de ciudad en el que solo se pone en valor el concreto y el asfalto”, menciona Yong.
China viene desarrollando diversos proyectos gubernamentales de resiliencia urbana que han denominado “ciudades esponja”, un conjunto de estrategias que articulan espacios verdes públicos, pavimentos permeables y sistemas urbanos de drenaje sostenible para reducir el riesgo de inundaciones. Por su parte, ciudades europeas como París o Barcelona han priorizado estrategias para incorporar más arbolado en sus calles y avenidas.
El Perú, uno de los países más vulnerables a los efectos del cambio climático, debería hacer lo propio e iniciar una cruzada nacional para idear y aplicar estrategias efectivas de alerta y prevención que mitiguen los embates del clima. Lima, como capital y ciudad más importante del país, debe tomar la posta y comenzar este proceso antes de que sea demasiado tarde.
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