Figura inconfundible del circuito artístico local, el diseñador y coleccionista peruano deja entrever, en un recorrido por su departamento, las claves de su potente y heterodoxa mirada. La residencia, abigarrada de múltiples tradiciones visuales, es testimonio de una mente única, cultivada para exigir más belleza al mundo.

Por Giacomo Roncagliolo

Fotos de Renzo Rebagliati

Comenzó a ocupar el departamento desde el vacío. Cuatro meses que vivió casi sin muebles, tratando de sentir qué cosa era el entorno, qué quería hacer con él. “El espacio me fue diciendo cómo debíamos abordarlo, cómo teníamos que vivir”, recuerda Armando Andrade, interiorista, diseñador, coleccionista; en sus palabras: “un provocador”. Aquella experiencia minimalista lo llevó a imponer cambios fundamentales. Sacó el comedor de su lugar y lo reemplazó por una sala de televisión; transfiguró la terraza techada –el ambiente con la mejor vista– para convertirla en un espacio privado donde los estímulos se desacelerasen: el dormitorio principal. Una vez hechos los primeros ajustes, el departamento comenzó a poblarse.

“Llegar a casa debe ser como llegar a un espacio de salud, donde te sientas estimulado, donde tu humor haga un viraje hacia un sentimiento positivo”, sentencia el diseñador Armando Andrade.

Anécdotas fundacionales

Para Andrade, es inevitable vincular su trayectoria con el impacto que, a los 17 años, le causó el edificio de la calle Roma diseñado por el arquitecto suizo Theodor Cron a finales de la década del cuarenta. “Dejó una impresión que transformó para siempre mi percepción. Sentí que la influencia de los espacios en nuestra manera de ser, pensar y actuar era absolutamente fundamental”, revive Andrade, quien también por esa época conoció a Blanca Varela y a Fernando de Szyszlo.

El azul de la sala de televisión, tremendamente estimulante, fue un color elegido por la íntima cercanía de Andrade con el mar, figura clave de este departamento costero. Luego, como complemento esencial de esta tonalidad, se eligieron muebles amarillos que pudiesen generar una tensión sugerente y cautivadora.

En casa de la ilustre pareja, tuvo contacto frecuente con piezas de la cultura chancay, las cuales determinaron su gran interés por el mundo precolombino y la cultura peruana (tanto pasada como contemporánea). La confluencia de esos estímulos iniciales hoy se ve traducida en el departamento que habita, donde abundan cuadros, objetos decorativos, muebles y una diversidad de piezas de distintas tradiciones. “Soy una persona que requiere de permanentes lecturas. Me gustan los objetos, me gusta vivir con mis cuadros. Te puedo decir de dónde proviene cada pieza, cómo la conseguí, qué significa para mí”, explica el diseñador.

Las alfombras de la sala y el comedor, para Andrade, son una referencia al uncu, la prenda de patrones cuadrangulares que usó el ejército inca cuando fue al encuentro de Francisco Pizarro.

Un mueble de diseño sencillo que sirve como vinoteca y también como pared divisoria entre el ingreso y el comedor rompe el espacio con una de las grandes pasiones del diseñador: los libros.

 

El poder del giro

Una de las piezas más importantes del hogar es el cuadro que corona su sala principal, una obra que Andrade diseñó y realizó en colaboración con un grupo de pintores cusqueños. Se trata de la reinterpretación de “Indio alfarero”, óleo de 1855 hecho por el pintor peruano Francisco Laso. El cambio más importante respecto de la obra original es la posición del huaco que el protagonista tiene entre manos, que en esta nueva versión es sostenido boca abajo. Así lo interpreta el diseñador: “En el cuadro de Laso, el huaco representa a unprisionero moche, y en ese sentido encarna un mensaje bastante claro: que en aquella época el indio era un ser relegado, preso.

“Para mí, es fundamental que tengas la posibilidad de pasar de un espacio muy estimulante a otro más tranquilo, que puedas vivir de forma distinta”, cuenta Andrade sobre los códigos visuales del dormitorio principal.

Y yo más bien pienso todo lo contrario: la cultura peruana, desde hace dos mil años, sigue absolutamente viva. Me parecía clave que esta imagen pudiera transmitir eso”. En otro de los espacios sociales, una muy amplia pared sirve como lienzo para una composición compleja, casi una obra en sí misma. En ella, conviven pinturas del artista loretano Santiago Yahuarcani, un biombo chino, retratos de seis incas y de Mama Ocllo, la fotografía de un huaco de la cultura chancay envuelto por una serpiente, y obras gráficas realizadas por Andrade. “Tengo una conciencia muy clara sobre los elementos de peruanidad que hay en la casa. Pero mi identidad también es cosmopolita. Soy una persona a la que le interesan muchas cosas. Y en ese sentido, busco abrir caminos, lograr que la gente vea ciertos elementos de manera distinta”, cuenta el diseñador al momento de explicar cómo entiende el potencial de esa combinación inusual, la yuxtaposición que permite lecturas nuevas sobre nuestra cultura, resignificando sus imágenes.

Mudar el dormitorio a lo que antes era la terraza permitió generar un escritorio en el espacio anexo. Cambios de este tipo surgieron a través de un primer acercamiento minimalista hacia el departamento, contemplando sus verdaderas posibilidades desde el vacío.

El departamento de Armando Andrade, de manera muy íntima, recoge no solo la historia de una vida, sino también las posibilidades de una mirada que va más allá de las estrategias estéticas. No en vano, al ingreso, el diseñador colocó un mueble que recibe al visitante con un signo de interrogación y otro de admiración; es decir, una pregunta y una respuesta. Es un detalle sutil que resume su visión sobre el diseño contemporáneo: un terreno fértil, orientado hacia la experimentación, el rescate de los valores olvidados y la oportunidad de nuevos vínculos, a veces invisibles, pero capaces de iluminar nuevos territorios.

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