Sumergido desde hace unos años en una exploración acerca del color, el artista, diseñador y coleccionista peruano despliega aquel ímpetu sobre los interiores de una casa veraniega en Playa del Golf, plasmando con cuadros, muebles y toda clase de piezas el mapa de su atrevimiento.
Por: Giacomo Roncagliolo | Fotos: Joselyn D’Angelo
El poder que ostenta el color en lo cotidiano es incuestionable, pero rara vez reflexionamos acerca de sus verdaderas consecuencias o nos arriesgamos a emplearlo fuera de lo que consideramos nuestra zona de confort. “El arquitecto Richard Rogers decía que la gente le tiene miedo al color, porque el color dice cosas”, recuerda Armando Andrade en entrevista con COSAS. “Pero, en realidad, el color lo que hace es estimular la vida”.

En la sala, el sofá principal fue retapizado para lucir un rojo vibrante, mientras que las sillas amarillas fueron traídas desde Ecuador.
Con esos ánimos encima, el diseñador puso manos a la obra sobre una casa de playa que, desde su ubicación en esquina, gozaba de una iluminación privilegiada, ideal para jugar con tonalidades brillantes como el rojo y el amarillo. Aquellos dos colores son hoy las piedras angulares de una paleta contundente y atrevida que, como brochazos de energía, atraviesa la vivienda en casi todos sus rincones.

Entre los cuadros de Andrade destaca una serie iniciada durante la pandemia, inspirada en el “Cuadrado negro” de Malevich, así como “Línea Grieta”, serie basada en las piedras del Cusco.
Explosión de color
Más que una decisión estética, el uso del color en este proyecto ha sido un ejercicio profundo acerca de su influencia en la vida diaria; más aun, en un contexto de transformación temporal como el que posibilitan las residencias de playa. “Nuestro verano es corto; apenas tres meses. Es la oportunidad de vivir de una manera distinta”, comenta Andrade, quien en este proyecto tomó decisiones audaces para inyectar vitalidad a cada espacio, con vibrantes colores que hablan desde cuadros, alfombras, muebles, cortinas y puertas.

Los textiles tradicionales son un espectáculo visual que refleja la alegría y la identidad de nuestras comunidades. Bien dijo el arquitecto inglés Richard Rogers durante su visita a la isla Suasi, en Puno: “Nunca he visto una comunidad más elegante en mi vida.
Alejado de los convencionalismos monocromáticos, el interiorista dio rienda suelta a una exploración cuyos riesgos supo contraponer a la materialidad de la propia arquitectura, como la pared travertino del espacio social principal –base de la frescura de todo el inmueble–, así como a la madera del bar o al tono gris de la cortina de la terraza: puntos de aterrizaje para una paleta exquisitamente debocada.

Esta casa de playa captura la esencia vibrante y festiva del colorido Perú. Cada rincón está impregnado de tonalidades que evocan los paisajes nacionales: el azul profundo del mar, el verde intenso de los valles, el rojo de los atardeceres y los dorados amarillos que recuerdan a nuestros textiles milenarios.
Si hablamos de reconfiguraciones espaciales, el trabajo de Andrade procuró conservar y destacar los aciertos de la arquitectura original, al tiempo que realizaba algunos ajustes que propulsaran sus virtudes. En el área de ingreso, los bajos de la escalera fueron redefinidos como un espacio de contemplación para tres obras de Andrade. Arriba, en el segundo piso, la gran área social fue separada de la cocina de forma más evidente con la construcción de una puerta específica, mientras que en una de las paredes del espacio culinario se abrió una ventana. Allí, una tela de rayas rojas y blancas sube y baja para integrar o distanciar a los habitantes de uno u otro ambiente.

El tablero de la mesa que protagoniza el comedor, por ejemplo, fue adelgazado hasta conseguir la esbeltez que se requería. La base asimismo, fue pintada de rojo.
Convivencias y contrapuntos
Salvo un cuadro de Sandra Salazar y otros dos de Alfredo López Morales, los lienzos que ocupan la mayoría de paredes y rincones han sido pintados por Andrade. Esta producción artística se encuentra actualmente inspirada en los plumarios precolombinos peruanos, que en su obra se traducen en un uso intensivo del color y en la libertad de su trazo. “El plumario tiene esa calidad pictórica”, comenta el artista y coleccionista. “Está más cerca de la pintura y del trazo libre que de la línea dura de la geometría”.

Como en otros proyectos de Andrade, el dormitorio respira en otra frecuencia, mucho más calmada, como un descanso visual en el que no participan demasiados colores.
Andrade ha cuidado cada detalle en la disposición de estas obras, logrando que los cuadros no solo decoren, sino que definan y redefinan el espacio. En el comedor, por ejemplo, un marco marrón pintado sobre la pared transforma el espacio arquitectónico en uno pictórico, profundizando la percepción del espacio y al mismo tiempo permitiendo incorporar cierta tensión al momento de colgar el cuadro.

Las puertas de madera del bar, en cambio, fueron un aporte del propietario anterior que Andrade decidió conservar, pues su peso visual no contradecía la propuesta general del espacio.
Por su parte, las artesanías provenientes de la sierra y la selva peruanas juegan un papel clave en la identidad cultural que se intenta transmitir. Antes de ser un conjunto de elementos decorativos aislados, son una declaración de principios de Andrade, quien, además de definirse como peruanista, encuentra en sus proyectos la posibilidad de mostrar lo bien que pueden integrarse las artesanías peruanas dentro de un contexto estético contemporáneo: “Me interesa visibilizar y hacer evidente lo peruano. Creo que tenemos un país maravilloso que no reconocemos en la magnitud que deberíamos. Nuestras tradiciones tienen miles de años. Hemos sido un país alfarero. Hemos sido un país textil. Es lo que somos”.

Andrade permite que el resto de cuadros y mobiliario estalle con una gama de colores atada al amarillo, sin temer incluir tonos más diversos o pintar elementos inusuales, como una puerta.
Para Armando Andrade, trabajar los interiores de la casa de playa de su esposa ha sido un proceso conjunto y muy placentero. La sintonización entre ambos al momento de elegir telas, piezas y muebles se traduce hoy en el espíritu vivaz de sus ambientes. La confianza en las intuiciones logró materializar una casa única en el balneario, tenaz frente a los riesgos, irrepetible. En ella, la vida estival emerge como un efímero punto de color capaz de remover, al menos durante tres meses, partes de uno mismo que quizás venían escondidas. Un movimiento revelador que comprueba el poder de los lugares que habitamos.
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