Con las propuestas arriesgadas que la caracterizan, Luz María Buse compone una celebración del color en este departamento lleno de arte. Contra el cliché, irreverencia.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
El tono lo definió la memoria de los objetos de la casa materna de la propietaria. No era este un recuerdo opaco u oscurecido por el tiempo. Por el contrario, era una memoria vívida, alegre, llena de los detalles de las opalinas, las guirlandas pintadas a mano y el arte francés del siglo XVI por los que acompañaba a su madre a anticuarios, y que luego la rodearon durante su infancia. Esas imágenes se habían convertido ya en una colección propia que condujo a la interiorista y diseñadora Luz María Buse a buscar un núcleo temático. De esa búsqueda surgió el primer punto central del dúplex: una mesa redonda de metacrilato en medio del salón para sostener la colección de antigüedades. Los materiales contemporáneos y sus transparencias, puestos junto a las antigüedades, quisieron “marcar el paso del tiempo y el espíritu abierto a la convivencia con lo nuevo”, explica Buse. “Unir el apego por lo propio con un aire nuevo revitaliza la memoria”, asegura la interiorista.
Otros encuentros tienen lugar en el salón. Los lazos con la mexicanidad de los propietarios se reflejan en el gran cuadro de la Virgen de Guadalupe, que Buse enmarcó con dos obras contemporáneas: la abstracción geométrica del peruano Valentino Sibadón, y un óleo sobre pan de oro del mexicano Hugo Luyo. El oro aparece en el departamento como símbolo de tradición, de riqueza cultural y de conexión entre los tiempos.
Para Buse, este dúplex es una larga historia de búsqueda y revelaciones. En la fase inicial se trabajaron algunos detalles constructivos con el arquitecto Mario Peschiera, y en las decisiones participó activamente la propia dueña de casa y copropietaria de D&O, Verónica Woll. Persiguiendo armonía y equilibrio entre el presente y el pasado, entre la herencia de la familia y sus necesidades contemporáneas, la interiorista decidió una paleta de colores y motivos inesperados, que están presentes tanto en el mobiliario como en el arte. Un ejemplo es el sofá de terciopelo turquesa “que está muy de tendencia pero, sobre todo, que me gusta mucho”, precisa Buse. Para la sala principal, Buse eligió cojines con patrones de naturaleza, decisión difícil pues, en su experiencia, Lima prefiere las sedas y los acabados brillantes en un ambiente social tan principal, “pero yo sí pongo flores y aves, porque me hablan del espíritu alegre de la casa”, dice la decoradora.
Énfasis vital
El segundo nivel está rodeado por la luz y áreas verdes de una terraza en ele. En los ambientes interiores, Buse quería una atmósfera más animada, para que los hijos jóvenes de la pareja se identifiquen con el espacio. El protagonista del ambiente es la pieza de planchas de acrílico de Christian Haub, que va acompañada de muy cerca por uno de los nudos de Jorge Eduardo Eielson, cuya visión vanguardista le hace siempre vigente. En cuanto al mobiliario, el estudio de Buse diseñó un sofá modular con pespunte rojo, con cojines de Kate Spade y de D&O, y una banqueta de cuero negro, con base de fierro y listones de madera.
Pero es necesario descender nuevamente para terminar donde todo empieza: en el comedor. Estos ambientes suelen resaltar en los proyectos de Luz María Buse, tanto si representan un quiebre armónico como si son, más bien, la conjunción de todos los intereses expresados en la casa. Es este el espacio de mayor flexibilidad, de vuelo creativo, de experimentación. “La sala está considerada como más importante desde el punto de vista del estatus y porque es el lugar que ven las personas a las que recibes”, reflexiona Buse. “Pero si la familia, los amigos y la vida de cada uno se resuelven en una casa, ¿qué puede ser más importante que el lugar donde nos sentamos a compartir la parte más gozosa del día? Desde los tiempos más primitivos, el comedor es el núcleo espacial de la familia”. Este comedor está determinado por el homenaje y la celebración: sobre una consola de mármol retroiluminado, la obra en porcelana con pátina de oro del artista chino Wan Liya muestra el lujo proveniente de una tradición ancestral. En la pared, a un lado, un óleo de la escuela cusqueña y al otro, la caligrafía orientalista dorada sobre lienzo negro del peruano Rhony Alhalel. En medio de todo, la pintura en gran formato de Fernando De Szyszlo cobra un significado especial: es este un lienzo claro, luminoso, que alude al apu y al sol, y emana la calidez y el brillo de la divinidad inca. Una reflexión sobre lo efímero del tiempo, quizás, bajo la cual tendrán lugar siempre el homenaje y la celebración.
Artículo publicado en la revista CASAS #251