Una gran muestra de la obra del maestro estadounidense en The Broad Museum de Los Ángeles reúne una serie de sus famosas banderas. El enigma de su significado adquiere nueva fuerza en estos días de patriotismo y populismo bajo la administración Trump.
Por Manuel Santelices
Hace unas décadas, al comienzo de su larga carrera, Jasper Johns tuvo un sueño. “Soñé que pintaba una gran bandera estadounidense, y al día siguiente compré los materiales y la pinté”, contó él mismo en una oportunidad. Los materiales incluyeron pintura, por supuesto, pero también madera, lienzo, papel periódico y cera para mezclar los pigmentos y darles consistencia. El pintor tenía por entonces apenas veinticuatro años –hoy tiene ochenta y siete–, y con el tiempo llegó a pintar cuarenta banderas, muchas de las cuales están expuestas hoy en su gran retrospectiva en The Broad Museum de Los Ángeles.
La exhibición no podría realizarse en un momento más oportuno que este, en el que un sentimiento de renovado patriotismo cruza buena parte de la política del país del norte, una hoguera encendida y azuzada por el presidente Donald Trump y sus políticas populistas. Muchos de sus partidarios son devotos de la bandera, igual como son devotos del himno nacional, y no permiten ninguna afrenta a estos símbolos que, a su modo de ver, son sagrados.
Quizás por lo mismo, han comentado los encargados de The Broad Museum, muchos se emocionan al ver las banderas de Johns colgadas en sus galerías. Otros, sin embargo, tienen reacciones más complicadas: rabia, tristeza, nostalgia. Nadie sabe a ciencia cierta qué mensaje pretende ocultar el artista detrás de su trabajo. Según ha dicho, más allá de cualquier simbolismo, su obra intenta “pintar lo que ya conocemos”, darle una vuelta de tuerca y jugar con nuestros sentidos.
En el museo se encuentran dos de sus banderas naranjas, verdes y negras; una de ellas se ubica en un fondo gris, con una bandera en el mismo tono debajo de ella. La bandera naranja tiene un punto blanco en una de sus rayas, y, al enfocar la vista en ese punto, de pronto la bandera gris adquiere los tradicionales colores rojos y azules. El museo de Los Ángeles está repleto de trucos como ese.
La serie Target, que muestra una serie de blancos para tiros, y una docena de pinturas de números o letras del abecedario que ocultan un símbolo detrás de otro hasta convertirse en un mapa abstracto, desafían nuestra comprensión respecto a lo que estamos viendo o dejando de ver.
Pero obviamente hay lecturas más complicadas en la obra del que muchos consideran el pintor estadounidense vivo más importante. Sus banderas llaman al cuestionamiento no solo de los colores patrios, sino de la patria misma. ¿Qué adoramos? ¿Qué respetamos? ¿Qué defendemos? Jugando con la que posiblemente es la bandera más famosa del mundo, Johns dibuja entre colores una emoción más que un lugar físico; una sociedad en constante movimiento más que un ideal.
Que su trabajo haya atravesado décadas de profundas transformaciones en su país no es casualidad. Del puritanismo y optimismo de los cincuenta a la lucha por los derechos civiles en los sesenta, la Guerra de Vietnam, la revolución sexual de los setenta, la epidemia del sida en los ochenta. En medio de todo el caos y la división, la bandera ha permanecido ahí, como inspiración y objeto de devoción, es cierto, pero también como un incomparable ícono pop, apareciendo en todas partes y en cualquier momento, sobre los ataúdes de soldados caídos, al lado del presidente Clinton durante sus confesiones televisadas, en las ruinas de las Torres Gemelas o en un minúsculo bikini que cubre apenas las curvas de Pamela Anderson.
Su presencia es universal, adaptándose a diversas formas y propósitos. Y ahí está ahora, otra vez, tan reconocible como sorprendente, de la mano de Johns en The Broad Museum, preguntándonos desde el muro: ¿Y tú qué miras?.