Es una de las protagonistas de “Barrionuevo”, obra teatral de Carlos Galiano y Diego Dibós que se estrenará el 16 de junio en el Teatro Británico. “Para mí fue un regalo”, dice Stephanie, en alusión al personaje que interpreta, Mechita, y las similitudes que comparte con ella. A los treinta y un años, la actriz tiene claro el norte de su carrera.
Por Mariano Olivera La Rosa Foto de Daniella Profeta
En la ficción, Mechita es la mejor amiga de Mochura, su partner, la pieza clave que, de alguna manera, lo impulsa a que el proyecto de “Barrionuevo” se lleve a cabo. De jóvenes, hacían música juntos, en casa de la abuela de Mochura, una importante cantante de música criolla.
“El reencuentro con Mochura hace que Mechita se reconecte con su esencia”, cuenta Stephanie. El sueño de su personaje es cantar, el mismo que tenía Stephanie antes de salir del colegio. “He pasado por esa etapa: tenía miedo de cantar, no me la creía. Durante años he venido preparándome vocalmente, con profesores particulares. Es un proceso que también me ha servido como terapia para creer en mí”, comenta. “Creo que he superado ese miedo, pero sin ser muy consciente de haberlo hecho”.
De niña, creció con dos referentes musicales muy distintos. Su padre –Jaime Orúe, ex vocalista de la banda setentera PAX– escuchaba a grupos como The Beatles y Classic IV, mientras su madre escuchaba a los grandes del criollismo. En el colegio actuaba, cantaba y bailaba, pero, cuando estaba en sexto de primaria, su madre se fue a vivir cinco años a Estados Unidos y Stephanie se quedó en Lima, junto con su hermana y su abuela. “Esos cinco años perdí un poco el norte de lo que quería”, recuerda.
Al terminar el colegio, fue su mejor amiga Alondra la que le marcó el camino. “He visto lo que es para ti”, le dijo, en relación al Teatro de la Universidad Católica (TUC). Y no se equivocó. “Ella tomó la decisión por mí; me dio el norte que había perdido”.
El ancla necesaria
Cuando empezó sus estudios en el TUC, los maestros le advirtieron que era muy difícil entrar a la televisión y, sobre todo, que una persona como ella, trigueña y de pelo negro, optara a un papel protagónico. “Era lo que crudamente nos decían. Tanto así que cuando comencé a estudiar teatro, me olvidé de la tele, que era mi único referente de niña”, cuenta Stephanie.
“Quería estudiar teatro porque allí no existía nada de eso, pero, qué loco, fue por mi tipo físico, por mi color de piel y mi color de pelo, que me llamaron para mis primeros papeles en la tele, y para otras historias que no solamente se cerraban en contar la historia del provinciano. Yo misma me confronté con que, quizás, eso que nos habían dicho venía de una herida, de ciertas vivencias que en una época se dieron. Además, todo eso me enseñó a quererme y valorarme más, y a enfrentar con más seguridad esas formas de pensar tan idiotas”.
Desde hace un par de años, Stephanie siente que tiene más claras las cosas que quiere para el futuro; que su carrera ha encontrado el ancla necesaria para evitar cualquier amago de naufragio. “Cuando empecé a chambear no había tiempo para pensar, era chibola, estaba con la adrenalina a tope, y había tanto trabajo… Estaba inconscientemente sometida al sistema, pero ya he logrado tomar una distancia”, dice.
“Creo que hacer más cine también me está haciendo crecer como actriz, porque, además, estoy viendo más cine. Comencé a estudiar teatro sin siquiera haber ido al teatro; me enteré de lo que era un monólogo mientras postulaba al TUC. Conforme ha ido pasando el tiempo he ido teniendo la necesidad de saber más, de tener más referentes. Estoy en un proceso como mujer en el que soy muy consciente de que, mientras más referentes tenga, mientras más completa sea como artista, va a ser más posible que llegue al nivel que quiero. No solo quiero quedarme como actriz, quiero autogestionar mi chamba, escribir mis obras, y dirigir, por qué no. Estoy trabajando en eso”, revela.
“El lado musical no sé si me lleve a grabar un disco o a hacer un concierto, pero, a futuro, me gustaría integrar todo, hacer espectáculos distintos. Sueño con eso, y sueño con que yo misma pueda autogestionarlo”, agrega.
“Además, estoy en una etapa en la que quiero salir a estudiar cine. Estoy pensando en un lugar específico para estudiar; es lo que quiero el próximo año. Sería el colchoncito para hacer contactos y trabajar en otro lado. Creo que una cosa me va a llevar a la otra. Quiero hacer cine afuera y actuar en alguna producción de Netflix, no porque nuestra televisión sea muy mala, sino porque hasta ahora nos hemos quedado en cierto nivel… A algunos actores ni siquiera les interesa leer el guion, solo sus escenas. Creo que nos falta mucho; a veces mejoramos la calidad con una producción y con la otra se nos cae. Andamos así”.
Stephanie prefiere no entrar en detalles sobre el lugar donde planea irse a estudiar, para no “salar” el proyecto, pero confiesa que tiene que ver con este nuevo amor que siente por el cine. “Mis treinta me han caído bien: estoy más segura de las decisiones que tomo. Estoy conociendo una nueva yo, pero desde otro lugar”.
No ve el futuro como un esquema matemático; no sabe qué estará haciendo en cinco o diez años, pero, luego de continuar con su preparación y de explorar nuevos horizontes, se visualiza con un espacio propio en el que combine su faceta como artista con su otra pasión: el mundo del fitness. “Ambos son parte de mi vida”, dice. “Creo que solamente me falta tener ese espacio multifuncional”.
Entrena desde los catorce años, también gracias a su mejor amiga. Un año antes de que su madre volviera de Estados Unidos, durante las vacaciones de verano del colegio, se matriculó por primera vez en un gimnasio, junto a sus amigas. Stephanie fue la única que se quedó. “Ahí descubrí que soy disciplinada”, recuerda. “Para mí es como una pastillita de vitalidad, un estilo de vida. Es absolutamente necesario. Está tan adherido a mí, que todo se acomoda”.
Como le ocurrió con el teatro, al principio no tenía idea de nada. Creía que la dieta solo era sinónimo de bajar de peso y comer menos, pero, poco a poco, fue descubriendo “muchísima más información” detrás de ese estilo de vida. Incluso, hace alrededor de cuatro años, compitió en un certamen de musculación en la categoría de bikini fitness, motivada por su entrenador. “Me llamó la atención probarme hasta qué punto podía llegar, pero me di cuenta de que las competencias no eran lo mío. Fue una experiencia”, comenta.
Lo suyo es vivir de su arte. “Quiero vivir haciendo lo que quiero, decidir qué historias quiero contar, qué personajes quiero interpretar, qué quiero dirigir; quiero escribir… Y para todo eso, para tener la tranquilidad mental y emocional y saber cómo quiero continuar, necesito algo propio. Definitivamente”.