Dos de las figuras más trascendentales del teatro peruano de las últimas tres décadas han decidido celebrar su amistad y su pasión por las tablas con Trilogía, un proyecto conjunto en el que han llevado a escena, casi en simultáneo, tres obras escritas por Santistevan, Vladimir, El caballo del Libertador y Pequeños héroes, todas ambientadas en el Perú maltrecho y desencantado de los años ochenta y noventa.
Por Raúl Cachay A. / Foto de Javier Zea
Alberto Ísola y Alfonso Santistevan comparten una amistad entrañable que se forjó a lo largo de décadas sobre las tablas y fuera de ellas. Desde los tiempos del TUC, la emblemática escuela de teatro de la Universidad Católica –institución con la que siguen vinculados como docentes–, hasta el estreno de Vladimir, obra que inauguró esta Trilogía de dramas escritos por Santistevan que además incluye la recién estrenada El caballo del Libertador y Pequeños héroes, la complicidad entre estos dos inveterados prosélitos del arte dramático en nuestro país es tan evidente que no hace falta avanzar demasiado en la conversación para comprender que la sintonía entre ambos es absoluta.
“Quien contempla a un verdadero amigo es como si contemplara a otro ejemplar de sí mismo”, escribió Cicerón en su tratado De amicitia. Ísola y Santistevan, si bien muy distintos, son dos ejemplares de un mismo arquetipo: el del hombre de teatro que jamás renunciará al llamado de su vocación ni al compromiso de transmitir sus conocimientos a las nuevas generaciones.
“El germen de este proyecto fue Alberto, porque a él se le ocurrió la idea. Yo no escribí las obras pensando en una trilogía. En realidad, uno escribe una obra sin saber si luego escribirá otras. Pero él me dijo, ‘aquí hay una trilogía’, porque las tres obras transcurren en el interior de una casa, tratan sobre el Perú y sobre un mismo periodo, que va de 1986 a 1994, más o menos. Durante un tiempo estuvimos jugando con la idea de ‘tomar’ una casa real y hacer las tres obras ahí, pero luego el proyecto fue afinándose y llegó al Centro Cultural de la Universidad Católica, donde lo que hemos hecho es reproducir una casa en el escenario y hacer las obras en un mismo espacio”, explica Santistevan.
Ísola interviene: “Algo que me interesó mucho de estas obras es que sus personajes son como la inmensa mayoría de peruanos que estuvimos en medio del conflicto interno y la crisis de aquella época. Debo decir que esto en realidad es una tetralogía, pero ‘La puerta del cielo’, la cuarta obra, la hicimos hace poco y por eso no la incluimos esta vez. Los actores que han trabajado en estos montajes, si bien conocen la historia y se conectan con el lado humano del asunto, todavía sienten los hechos históricos como algo muy remoto. ‘Vladimir’ también me ha hecho pensar y reflexionar en lo que está pasando ahora con los venezolanos y cómo la historia ha dado un vuelco terrible, ya que antes los peruanos éramos los que viajábamos a Venezuela, porque aquí no se podía vivir. Yo mismo estuve a punto de hacerlo”.
En efecto, en Vladimir, Alejandra Guerra (en una performance brillante) interpreta a una madre de familia que decide migrar a Estados Unidos para buscar un futuro que ya es inviable en un país asediado por el terror subversivo, una asfixiante hiperinflación y la endémica corrupción de los gobiernos de turno.
“Las obras, de una u otra manera, siguen vigentes. Siguen diciendo cosas, más allá de lo coyuntural y del momento en que se hicieron. Hablan del conflicto armado y de la crisis económica, sí, pero creo que tiene sentido volverlas a hacer porque se preguntan cosas sobre nuestra identidad, sobre quiénes somos y qué es lo que queremos. Y esas son preguntas que siempre seguirán vigentes. No es que como país hayamos encontrado una respuesta clara y rotunda”, afirma Santistevan.
“‘Vladimir’ es una obra que conecta con la gente por muchos lados. Está el lado humano, pero también está el tema del desencanto generacional. La madre (Alejandra Guerra) se va del Perú porque no encuentra un lugar en la economía del país, pero tampoco encuentra un lugar en su propio desarrollo simbólico. ¿Dónde está el lugar de los que iban a hacer la revolución? ¿Dónde están la utopía, los sueños? ¿Qué se hace con todo lo vivido? Hoy ya no se piensa en perspectiva. Mi preocupación no es afirmar una determinada ideología o una visión del Perú, sino quizás levantar preguntas, sobre quiénes somos, en qué creemos y qué pensamos”.
¿El teatro en el Perú puede ser otra vez un espacio para la reflexión y la crítica? “Yo creo que sigue habiendo espacio para la reflexión en el teatro peruano, pero es cierto que los temas y las características de esta reflexión han cambiado: ahora son mucho más personales, más existenciales”, asegura Ísola.
“Hay una búsqueda, aunque centrada en cosas mucho más individuales, de realización personal o de pareja. De alguna manera, estas tres obras hablan de un fracaso, pero no terminan con el fracaso. Yo no creo en los finales felices, a pesar de que me encantan cuando voy al cine. Creo que las tres obras nos dicen que del fracaso nace la posibilidad de continuar, pero de una manera mucho más real y concreta”.
Santistevan añade: “Mi percepción es que nunca vamos a llegar a nada si no reconocemos que somos un fracaso como República. Porque lo somos. Y lo que las obras intentan hacer es devolver a las personas el sueño: han fracasado los partidos, los políticos, los militares, los corruptos, no las personas… El problema es que cada vez hay menos participación política en la gente y eso hace que nos hundamos todavía más en ese fracaso”.
Historia de una amistad
“No nos vamos a poner nostálgicos, pero nosotros venimos de una generación en la que la amistad y la cercanía eran una parte fundamental de hacer teatro. Ahora siento que no es tan así”, reflexiona Ísola. “Para nosotros, este proyecto representa una continuidad. Nos vemos las caras todos los días en la universidad y todo el tiempo hacemos obras juntos. Además, este es un proyecto que tenemos desde hace mucho. Particularmente, para mí significa regresar al origen. Regresar a textos que se hicieron hace muchos años. Y, de algún modo, confrontarlos con el público de hoy es también confrontarme conmigo mismo, con mi escritura y con mi ‘ser escritor’”, concluye Santistevan.
No es que uno termine las frases que empieza el otro, pero la verdad es que están muy cerca de hacerlo. Las coincidencias, empero, se detienen por un momento cuando se les pregunta por sus próximos proyectos.
Mientras Santistevan ha terminado ya la traducción de El rey Lear, de William Shakespeare, que montará el próximo año en el mismo CCPUC, y se encuentra en la etapa final de la redacción de su primera novela, Ísola es un poco más modesto al repasar el inventario de sus planes para el futuro cercano: “Creo que esta es la primera entrevista de mi vida en la que digo que no voy a hacer nada, que no tengo proyectos teatrales inmediatos, salvo seguir con la temporada de ‘Trilogía’ y los talleres que dicto. Eso es algo que en otro momento me hubiera producido pánico, pero ahora me da mucha paz”.