Cuando tenía doce años, tras los desastres producidos por la Segunda Guerra Mundial, Akihito pudo convertirse en emperador de Japón. Sin embargo, la aparición de la profesora estadounidense Elizabeth Gray Vining en su vida –y la coyuntura política de la época– cambiaron este panorama. Así, durante los primeros años de su formación, Akihito, de la mano de su mentora, se preparó para ayudar a sanar las heridas que produjo la guerra en su país.

Por Motoko Rich

La dinastía Yamato —que ha gobernado Japón durante más de quince siglos— ha convertido al trono del Crisantemo en la monarquía continua más antigua del mundo. El martes 30 de abril de este año, el emperador Akihito renunció, y esta se convirtió en la primera abdicación en doscientos años. Cedió el trono a su hijo mayor, Naruhito. Esta es la historia de la familia. Lo conocemos como Akihito, el emperador de Japón, una figura amable que defendió la paz en una nación devastada por la guerra. Pero Elizabeth Gray Vining —su profesora y mentora— lo llamó Jimmy.

Era el otoño de 1946, un año después del final de la Segunda Guerra Mundial, y él era un niño de doce años, el príncipe heredero de una tierra derrotada, sentado en un aula sin calefacción en las afueras de Tokio. Allí, una nueva profesora estadounidense insistió en un nombre más prosaico para su alteza. Su padre, el emperador de la guerra, Hirohito, había sido venerado como un dios, pero ella dejó claro que Akihito nunca lo sería.

Akihito fue el quinto entre siete hermanos, y el mayor de los hijos hombres. Esto le concedió el derecho de ser el sucedor de su padre, el emperador Hirohito.

“En esta clase, tu nombre es Jimmy”, le dijo Gray Vining, bibliotecaria de cuarenta y cuatro años y autora de libros infantiles en Filadelfia. “No”, respondió rápidamente Akihito. “Yo soy el príncipe”. La señora Vining insistió. Ella ya había dado nuevos nombres, Adam, Billy, a varios de los compañeros de clase de Akihito en Gakushuin, una institución educativa para los niños de la aristocracia imperial japonesa.

“Sí, eres el príncipe Akihito”, dijo ella. “Ese es tu verdadero nombre. Pero en esta clase tendrás un nombre en inglés. Mientras estemos en la escuela, tu nombre es Jimmy”. La señora Vining esperó su respuesta. Los otros estudiantes se miraron con nerviosismo. Finalmente, el príncipe heredero sonrió y lo propio hizo la clase.

Fuera de esa aula, en un edificio endeble con pisos embarrados, mucho más que un nombre se debatía en Japón. Solo había pasado un año desde el bombardeo atómico en Hiroshima y Nagasaki, y el final de una guerra en la que murieron decenas de millones de personas, incluidos más de tres millones de japoneses. Tokio estaba en ruinas y gran parte de su población vivía en barriadas. El general Douglas MacArthur, asignado para dirigir la ocupación estadounidense, había montado su sede en el edificio de seguros de vida Dai-Ichi, frente al Palacio Imperial. ¿Sobreviviría la monarquía más antigua del mundo?

Junto a su esposa, la emperatriz Michiko, en 2014. Fueron los emperadores de Japón a lo largo de tres décadas.

 

La educación de un emperador

Akihito, un niño solitario criado por mayordomos y niñeras desde los tres años, había pasado el último año de la guerra fuera de la ciudad para escapar del bombardeo aliado. No mucho después de la rendición nazi, una incursión de napalm prendió fuego al recinto imperial. Unos meses más tarde, durante una mañana de verano, los camareros del hotel lo llevaron a una pequeña habitación en el hotel donde se escondían. Su padre declaraba en la radio. “La situación de la guerra se ha desarrollado no necesariamente en beneficio de Japón”, dijo el emperador Hirohito, al anunciar la rendición incondicional. Era la primera vez que los japoneses escuchaban su voz. Después de la transmisión, Akihito se secó las lágrimas. Creo que debo trabajar más duro de ahora en adelante, escribió en su diario. Los encargados del niño no sabían qué pasaría si el príncipe heredero regresaba a Tokio, recordó Mototsugu Akashi, de 85 años, un compañero de clase que fue evacuado de la capital con Akihito. “Los aliados eran impredecibles. Nos preocupaba que lo mataran”.

En los Estados Unidos y otras naciones aliadas, la presión aumentaba para que Hirohito fuera acusado de criminal de guerra. Los principales intelectuales de Japón le pidieron que ejerciera un ejemplo moral al renunciar. Algunos miembros de la familia real lo instaron a abdicar y permitir que el joven Akihito tomara el trono del Crisantemo bajo la supervisión de un regente. El príncipe no podía ser culpado por la guerra, argumentaron, y eso limitaría el poder estadounidense sobre la monarquía y la protegería.

MacArthur tenía otras ideas. El general impetuoso gozaba de una autoridad casi sin control en Japón y, desde el principio, decidió salvar a Hirohito y, más bien, utilizarlo. Con una carrera presidencial en mente, MacArthur vio al emperador como la clave para desmilitarizar a Japón y rehacerlo como una nación democrática. Es un símbolo que une a todos los japoneses, escribió el general en un telegrama secreto, advirtiendo que se necesitaría un millón de soldados estadounidenses para someter al país si Hirohito era llevado a juicio.

Akihito y Michiko junto a Fernando Belaunde, en visita oficial al Perú, en 1967.

Y así la familia real escapó a la persecución. Otros cayeron en su lugar, incluido un general japonés que fue ahorcado por la masacre de Nanjing en lugar del tío de Hirohito. La monarquía, por supuesto, tuvo que cambiar. Una nueva constitución despojó al emperador de su estado divino y lo convirtió en una figura decorativa. Y Akihito sería educado para ser un conducto que transmitiera los valores que los estadounidenses pretendían instaurar en Japón.

Los japoneses planeaban contratar a un inglés para que fuera tutor del príncipe, pero los ayudantes de MacArthur maniobraron para poner a un estadounidense. Fue así que la Sra. Vining fue seleccionada, en parte porque pertenecía  a la Sociedad Religiosa de los Amigos —conocidos como ‘cuáqueros’, de la que un grupo cercano a la familia real japonesa era militante— y era viuda. Su esposo había muerto en un accidente automovilístico, y algunos pensaron que la tragedia podría ayudarla a comprender el dolor que existía en Japón.

Entonces, como ahora, hay personas descontentas con esa elección. “De todas las cosas que Estados Unidos hizo al Japón de la posguerra, una de las más duras fue consagrar al príncipe heredero a la tutoría de la profesora Vining”, se quejó un crítico conservador japonés décadas después. La Sra. Vining emprendió su tarea con seriedad obstinada, a veces generando fricciones con los sirvientes que rodeaban a Akihito. “Quedaba claro que la enseñanza del inglés era solo un medio para una tarea más amplia: abrir al príncipe heredero a otros pensamientos y a la práctica de la democracia estadounidense, recordó Vining en su libro de memorias sobre su experiencia en Japón, Windows for the Crown Prince, el cual fue un éxito de ventas en 1952.

El príncipe Fumihito Akishino, hermano del actual emperador Naruhito, y su esposa Kiko fueron los últimos miembros de la familia real japonesa en visitar el Perú. Llegaron en enero de 2014.

Pero no fue fácil introducir la noción de igualdad en el alumno real. Una vez, otro tutor le preguntó a Akihito si preferiría ser un chico normal. No lo sé, respondió. Nunca he sido un niño normal. En otra ocasión, la Sra. Vining preguntó a sus alumnos qué querían ser cuando crecieran. Akihito escribió: Yo seré emperador. Incluso el juego de Monopolio era una lección. En una tarde tranquila de 1949, la tutora invitó a Akihito y algunos de sus compañeros a su casa para jugar el juego de mesa capitalista por excelencia con algunos hijos de funcionarios aliados.

Tony Austin, de 84 años, uno de los compañeros de juego de Akihito ese día, recordó que los extranjeros habían derrotado rápidamente a los jóvenes japoneses. “En realidad no era justo jugar Monopolio con ellos”, dijo. “No estaban realmente familiarizados con ese concepto de juego”. A los chicos les preocupaba que hubieran sido groseros, pero Akihito no estaba perturbado. Como sus nuevos amigos notaron, el príncipe estaba aprendiendo a ser un buen perdedor.