La película “Canción sin nombre” viene recibiendo elogios en el extranjero. En la Quinzaine des Réalisateurs 2019 –sección independiente y paralela al Festival de Cannes–, la ópera prima de la cineasta peruana Melina León fue muy aplaudida; y en el Festival de Cine de Múnich se llevó el premio Cine Visión a la mejor cinta internacional de un nuevo director. Antes de su estreno en el Festival de Cine de Lima, conversamos con sus protagonistas.
Por César Becerra Fotos Elías Alfageme
Georgina Condori, mujer ayacuchana, ha llegado a Lima para trabajar. No tiene mucho dinero y está embarazada. Cuando da a luz, es atendida en una clínica que, aparentemente, brinda facilidades a mujeres en su condición. Su bebé desaparece sin que nadie le explique lo sucedido. La clínica resultó ser una farsa, una fachada para vaya a saber uno qué propósitos, a tal punto que también desaparece. ¿Dónde está la niña? Georgina pide ayuda por todos lados, pero es ignorada. Estamos en 1988. Es la Lima racista y clasista que le da la espalda, la Lima hostil y caótica de los años ochenta. Con la desesperación a flor de piel, llega a un diario y conoce a Pedro Campos, un periodista sensible y combativo que la escucha y decide investigar el caso. Nadie la había tomado en serio hasta entonces.
La historia de “Canción sin nombre” se inspira en hechos reales. Melina León, directora y autora del guion, la primera cineasta peruana en estar en la Quinzaine des Réalisateurs, es hija de Ismael León, periodista que investigó la existencia de una mafia que robaba recién nacidos para venderlos. Melina descubrió esta historia cuando su papá le contó que recibió una llamada de una mujer francesa, que resultó ser una de las bebés arrebatadas por la mafia. Semejante revelación, ante los ojos de una creadora como Melina, disparó seguramente un “tengo que hacer una película sobre esto”. Por ello la obra está dedicada a su padre.
Los actores Pamela Mendoza Arpi y Tommy Párraga, protagonistas de la película, coinciden en que esta es una obra potente, cuya trascendencia va más allá de la narrativa audiovisual: es una exploración poética de una época oscura en nuestro país, una invitación a reflexionar sobre problemas sociales que aún persisten en el siglo XXI.
La madre
“Mis orígenes, mi familia, son como los de las mujeres que acabamos de ver”, dijo Pamela Mendoza Arpi en Cannes, con mucho aplomo, tras la proyección de “Canción sin nombre” en mayo pasado. A sus 30 años, Pamela reconoce que estar allí, celebrada por interpretar a Georgina Condori, es el resultado de un choque de fuerzas, de una lucha realizada no solo por ella. “Es la historia de mi mamá, mi abuela, mis vecinas, mis compañeras. Mi mamá, por ejemplo, llegó a Lima a los 14 años, huyendo de Ayacucho. Sin embargo, en nuestro país, la adversidad hace que las mujeres de origen migrante desarrollen una fuerza increíble. No hay tiempo para el dolor, solo para luchar, asumir un liderazgo y rebelarse”, cuenta, dos meses después de la presentación en Cannes.
Pamela, además de actriz, es antropóloga y gestora cultural. Se formó como actriz en Cuatro Tablas, Atrévete Magdalena y Arena y Esteras. Llegó a la actuación como una forma de hacer terapia, después de abandonar sus estudios de Antropología en la Universidad Nacional Federico Villarreal. Fue una forma de curarse ante un evento violento que sufrió mientras estudiaba. Retomó la carrera tres años después.
Melina León descubrió a Pamela en Villa El Salvador. Pasó las pruebas y no había duda de que era la indicada para el papel, a pesar de no ser precisamente una actriz profesional y su nula experiencia en producciones audiovisuales. Lo cierto es que Pamela asumió el desafío con rigurosidad. Para entrar en la piel de Georgina, pidió a su mamá ir a Puquio para estar en la Fiesta de la Acequia, a la que no iba desde que tenía 4 años. “Es una fiesta linda que se celebra en agosto. Fuimos a la casa de mis abuelos, donde ya no queda nada. Recordamos historias dolorosas y fue un momento especial, porque pude reconocerme, profundizar de dónde vengo y valorar las oportunidades que tuve en Lima”.
Fue tal el impacto para Pamela que, cuando volvió a la capital, se sentía distinta. Debía honrar su pasado y retribuir lo aprendido. No solo retomó el aprendizaje del quechua –cosa que le había prohibido su mamá cuando era niña–, sino que entendió y escuchó las historias de las fundadoras de los barrios, los clubes de madres, las mujeres que marcharon por justicia. “Son referentes del dolor, pero también de la resistencia. De ellas tomé la fuerza. Todo eso rescaté para construir a Georgina, una mujer definida no solamente por la vulnerabilidad, sino por la fuerza para buscar a su hija”. Tenía que ir más allá de lo escénico y lo consiguió.
El periodista
Tommy Párraga se parece al actor estadounidense Lou Diamond Phillips. “Me lo han dicho 700 veces. La primera persona fue Natalia Parodi”, responde Tommy, antes de soltar una carcajada. Más allá de comparaciones, el actor peruano tiene 35 años y nació en Pisco. Vive en Lima desde que tiene 8 años, poco después de un accidente aéreo que ocurrió en su ciudad natal: el 1 de diciembre de 1992, en pleno vuelo de entrenamiento, un avión Canberra de la Fuerza Aérea del Perú chocó contra otro, se destrozó en el aire y cayó sobre un colegio. Murieron varios escolares y los tripulantes del avión. Decenas terminaron heridos. Fue un día traumático para los pisqueños, a tal punto que la mamá de Tommy decidió mandarlo a estudiar a Lima, como consecuencia del miedo puro.
La vocación de actor le llegó a los 13 años, después de ver “La historia sin fin”, película fantástica juvenil. Se ha formado con actores y maestros como Ramón García, Aristóteles Picho y Roberto Ángeles. Estudió en el Teatro de la Universidad Católica (TUC). Ha actuado en televisión, pero prefirió hacer teatro y formar nuevos actores. Fue coach de interpretación en programas como “La Voz” durante un tiempo. Ha tenido papeles en películas como “La vigilia” (2010), “El evangelio de la carne” (2013) y “La hora final” (2017), esta última disponible en Netflix desde hace dos años. Este 2019 se le verá en “La pasión de Javier”, cinta que aborda la vida del poeta Javier Heraud, en la que interpreta a Héctor Béjar, exguerrillero y sociólogo peruano.
Su participación como el periodista Pedro Campos en “Canción sin nombre” es su primer rol protagónico. Obtuvo el papel tras actuar en un corto de Melina León, “El paraíso de Lili” (2009), cuando ella terminaba una especialización en Cine en la Universidad de Columbia.
La preparación de Tommy para la película requirió entrevistarse con un periodista experimentado. “No puedo decir su nombre, pero me sirvió muchísimo para enriquecer mi personaje. Observé la sensibilidad que mostraba cuando hablaba sobre la trata de niños. Era algo que lo conmovía de forma particular”. Como en el caso de Pamela, la recolección de insumos emotivos ha sido clave para Tommy a la hora de dar profundidad y verosimilitud a su interpretación. Una historia como la de “Canción sin nombre” lo ameritaba.
La historia
“¡Me han robado a mi hija! ¡Tiene tres días de nacida!”, grita una desgarrada Georgina Condori en la recepción del diario, al ver que no le prestan atención. Pedro Campos se alza sobre la indiferencia y atiende a Georgina. Esta es la escena en la que ambos personajes se conocen. Son años de violencia terrorista, corrupción política e inestabilidad económica. No es casual que la acción se desarrolle en blanco y negro.
Pedro y Georgina están unidos por la vulnerabilidad.
TOMMY PÁRRAGA: Esa es la gran razón que los conecta. Pedro Campos es periodista, gay, reservado, idealista, un luchador contra la injusticia… Ambos son víctimas del sistema. Por eso, cuando Pedro escucha el grito de Georgina, inmediatamente se conecta con ella.
¿Qué destacan del proceso?
T.P.: Fue un año de ensayos, sin libreto. Llegábamos al ensayo y Melina nos decía “en la escena tal sucede esto”, e improvisábamos. Ella reescribía el guion en función de nuestras improvisaciones. Luego, en la época de grabación, llegabas al set, te daban el libreto, lo leías, te lo quitaban y grabábamos. Era un proceso diferente, con mucha adrenalina. Eso me parece genial de los directores, la forma personal de trabajar.
La película no se estrena en el Perú todavía, pero los comentarios extranjeros son elogiosos. ¿Cómo han procesado esta experiencia?
PAMELA MENDOZA: Me pone un poco nerviosa. Es que, cuando tu trabajo es bien comentado, se genera una expectativa. Además, es mi primera experiencia en cine.
T.P.: Lo de Cannes ha sido impresionante. Apoteósico. Inti Briones me tocaba el hombro para que me relajara. Pero no estaba tenso, sino muy emocionado. No podía creer estar allí. La revista “Variety” preparó un programa de mano en el que destacaba a “Canción sin nombre” en un espacio bien grande, como la película que el festival sugería ver. Ha hecho que corrobore, una vez más, por qué hago cine y teatro.
¿Por qué es importante que la audiencia peruana vea la película?
T.P.: Porque te sentirás identificado desde el inicio. Es una película arriesgada, diferente, en blanco y negro. “Canción sin nombre” es un gran paso para el cine peruano. Pero, también, al ver la historia, comprobarás que poco o nada ha cambiado en nuestro país.
P.M.: Lo de Cannes fue gratificante porque vi a personas de distintos lugares que lograron tener empatía con la película. La historia transcurre en los años ochenta, pero no la hemos superado. “¿Eso pasa en el Perú?”, era la pregunta de muchos. La verdad es que injusticias vemos también en Estados Unidos con los niños que son separados de sus padres. Se ve con los refugiados que llegan a Europa. Es terrorífico ver que fuera del cine aún pasan cosas que parecen de otro siglo o de ficción.