El espacio exterior es el escenario de la última aventura cinematográfica de Brad Pitt, en la que convertido en un introspectivo astronauta, nos entrega una de sus actuaciones más memorables.
Por Gonzalo “Sayo” Hurtado
El nombre de James Gray probablemente no esté en la memoria inmediata de muchos cinéfilos, pero se trata de un director que silenciosamente ha ido construyendo una sólida trayectoria. Desde su mirada detallista y apasionada al mundo de la mafia en Little Odessa (1994), The Yards (2000) y We Own the Night (2007), su acercamiento a dramas intimistas como Two Lovers (2008) o The Inmigrant (2013), o aventuras que rozan el delirio por lo imposible como en Z, la ciudad perdida (2016), su nueva obra conjuga mucho de ese recorrido en una historia finamente balanceada entre los valores de producción y su enfoque de autor. Así, en Ad Astra su manera de acercarse al comprometido astronauta Roy McBride (Brad Pitt) se da en el escenario de un futuro cercano, con un desarrollo espacial que ha llevado al hombre a tener colonias y bases militares tanto en la Luna como en Marte y a enviar vuelos tripulados hasta los límites del Sistema Solar. La secuencia inicial, con Roy tratando de ayudar en la reparación de una enorme antena de telecomunicaciones y con una espectacular caída desde el límite de la atmósfera, pone de manifiesto la intención del realizador de utilizar los recursos de FX no con un afán de darle un simple show visual al espectador, sino a través del tenso momento mostrado con tanto detalle y parafernalia, dejar en claro el mundo en el que se mueve su protagonista, quien tiene incorporado un ánimo más allá del deber y para quien la posibilidad de morir, es parte de los riesgos propios de su profesión. También es de destacar que Roy es un solitario a ultranza, ya que sabe que en su trabajo las ataduras emocionales son un serio obstáculo y como apego a esa debilidad, conserva de manera etérea la imagen de Eve (Liv Tyler), una suerte de musa que es el recuerdo de su parte más vulnerable y que lo perseguirá a lo largo de la historia.
La noticia de que el accidente inicial se debió a una liberación de energía antimateria que pone en peligro no solo a la Tierra, sino a toda la galaxia, lo embarca en una nueva y arriesgada misión y que compromete sus sentimientos, ya que su padre Clifford (Tommy Lee Jones), desaparecido 30 años antes en una expedición tripulada a Neptuno, podría estar vivo y ser el causante de la anomalía y él podría ser el mensajero idóneo para contactarlo a través de un mensaje radial desde una base en Marte. Es entonces cuando el director se anima a darle a la historia un vuelo inspirado en El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, la novela en la que se basó Apocalipsis ahora (1979) de Francis Ford Coppola, con una búsqueda que no se queda solo en el encargo asignado para su protagonista, sino en un afán por encontrar respuestas y claves de su propia vida a través de la renacida figura del padre ausente, aquel que le sembró la semilla de la soledad con la que él prefiere convivir para no afrontar una nueva pérdida.
La última frontera
El viaje se convierte en un largo periplo en el que reinan más las dudas que las certezas. Roy atraviesa los confines del espacio con la misma incertidumbre que lo haría un colono por las praderas del salvaje Oeste. Así, la trama comienza a revelar en cada parada el celo gubernamental por omitirle detalles de la importante misión, descubriendo en los protocolos, las burocracias y los subalternos a aliados de turno como a enemigos rastreros según pinte la ocasión. Pero mientras él divaga en sus propios pensamientos, comprueba cómo el sueño de la humanidad de llegar a cada rincón lejano ha contaminado el ambiente hasta convertirlo en un terreno hostil. Lejos quedan los recuerdos de la carrera espacial entre EEUU y la URSS que no involucraban un clima bélico a la vista de piratas y mercenarios que ahora acechan, sembrando el terror cual bandoleros de western.
Pero tantos son los peligros y tan insospechados, que en la mente de Roy surge la necesidad de resolver el enigma de su propia vida, haciéndose tan poderosa la idea, que lo llevará a dejar los protocolos y jerarquías a un lado, como obedeciendo a una inconsciente pulsión por llegar a ese punto extremo de la galaxia en la que no solo hay, supuestamente, respuestas al misterio de saber si somos los únicos seres vivientes en el espacio, sino también la posibilidad de recuperar la porción afectiva que alimentó su vocación todo ese tiempo. Brad Pitt consigue dotar a su personaje de un aire taciturno y melancólico que lejos de agotarse o hacerse repetitivo, crece en su propia naturaleza interior y contagia de la extrema necesidad por completar su personal travesía. Esa pizca de aparente irracionalidad o locura, tiene la misma consistencia que en el expedicionario Percy Faucett (Charlie Hunnam) de Z, la ciudad perdida, cuando no la curiosidad de muchos de los personajes de las primeras películas del director James Gray, avocados por entender y dominar su entorno.
Ad Astra aborda la aventura espacial sin ínfulas de hacer del contexto un parque de diversiones con escenas que solo buscan el regocijo visual como en Gravedad (2013) de Alfonso Cuarón, o de intentar llevar los dilemas de su protagonista a refugiarse detrás de coartadas rebuscadas y metafísicas como en las de Inception (2010) de Christopher Nolan. Ha primado aquí más la idea de sacar adelante una motivación humana tan natural como resolver el lugar que cada uno ocupa en el mundo, más allá de saber si otros nos observan desde la lejanía. Desde luego que hay inevitables puentes, por momentos, con la mirada reflexiva de Kubrick desde 2001: Una odisea del espacio (1968), el ambiente tenso de Solaris (1972) de Andrei Tarkovsky o coincidencias con el conspirativo caos y suspenso de cintas como Atmósfera Cero (1981) de Peter Hyams, pero son referencias de las que no se abusa y que permiten que este acercamiento al género tenga vida propia y sea apreciado desde su propia autonomía. Es curioso también el que actores como Donald Sutherland y Tommy Lee Jones tengan una participación puntual pero importante en la historia, a sabiendas que fueron los reclutas de la misión de Clint Eastwood en Jinetes del espacio (2000), y más aún, cuando aquella película termina con Lee Jones perdido en el espacio. Casualidad o no, se trata de una película muy diferente, pero quien sabe si el director quiso mandarle un sutil gesto de admiración al veterano Clint.