El clásico personaje concebido por H.G. Wells regresa en esta adaptación que le pone el foco al terror con una mirada actualizada desde la violencia contra la mujer. El tenebroso resultado devuelve a El Hombre Invisible a una atmósfera que reclamaba con urgencia.
Por Gonzalo “Sayo” Hurtado
Los nostálgicos no pueden evitar volver una y otra vez a la versión de 1933 de James Whale, la que a pesar de contar con los limitados efectos especiales de la época, consiguió transmitir con fidelidad el terrorífico acoso del que son víctimas un grupo de pueblerinos por el enloquecido científico Griffin, que ha conseguido la invisibilidad. Así, quedaba sentada la premisa que para el terror es fundamental la atmósfera antes que la truculencia o el efectismo de la violencia explícita.
Aunque la cinta tuvo secuelas como The Invisible Man Returns (1940), The Invisible Woman (1940) o Invisible Agent (1942), ninguna de ellas consiguió el suceso de la primera. En los años siguientes, el personaje tuvo más repercusión en la televisión, donde David McCallum lo interpretó en la popular serie homónima de 1975. Luego, la idea fue retomada en el cine desde distintas miradas como en la comedia de ciencia ficción, Memorias de un hombre invisible (1992) de John Carpenter, en la gratuitamente truculenta Hollow Man (2000) de Paul Verhoeven o en el universo de La liga extraordinaria (2003) de Stephen Norrington.
En 2017, los estudios Universal, animados por las sagas de Marvel y DC, anunciaron el lanzamiento de su “Universo Oscuro” con el episodio inicial: La momia con Tom Cruise como protagónico. La intención no era otra que crear una saga resucitando a iconos del terror clásico como Frankenstein, Drácula, El Hombre Lobo, el Dr. Jekyll y el Sr. Hyde y, por supuesto, el Hombre invisible, encarnado por Johnny Depp. La pobre propuesta de guión con Cruise como un aventurero cínico al estilo de Indiana Jones, no cuajó y las expectativas económicas de Universal se estrellaron. Con su buque emblema herido de muerte, el proyecto se vino abajo y la suerte de El hombre invisible derivó en un proyecto autónomo (afortunadamente).
Regreso lejos de la opulencia
Con un presupuesto de tan solo US$ 7 millones, el proyecto se retomó bajo la dirección de Leigh Whannell. Se trata de un actor identificado con el universo de Saw y director de algunas piezas que, entre el terror y el fantástico, ha demostrado solvencia y propuesta propia en géneros que suelen ser manoseados y plagados de fórmulas desde la industria. Whannell concibió la historia y escribió el guión, el que se desarrolla con un universo de personajes relativamente pequeño y pocas locaciones, adaptándose a la realidad de una producción de bajo presupuesto.
La historia parte de la tóxica relación entre Cecilia (Elizabeth Moss) y su novio Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen), un acaudalado y seductor científico que la suele someter y manipular aprovechando su fragilidad emocional. Cuando la muchacha se encuentra al límite de lo tolerable, la noticia del suicidio de su pareja la desconcierta. Lo más sorprendente es que él le ha dejado su fortuna, a condición que ella no sea declarada demente. Tratando de rehacer su vida, ella se refugia tanto en su hermana Emily (Harriet Dyer) como en su amigo James (Aldis Hodge), un oficial de policía. Sin embargo, Cecilia no asimila su nueva condición como mujer libre y desarrolla una suerte de delirio de persecución, en el que cree vivir acechada por la sombra de un muerto que ella supone que en realidad no lo está.
La mirada contemporánea
Lo primero que salta a la vista en la adaptación de Leigh Whannell, es su intención de rescatar el espíritu del clásico de 1933, pero trasladándolo a un universo cotidiano. Las imágenes destacan por su pulcritud y por el contraste entre colores cálidos y fríos, resaltando los espacios (a pesar que las locaciones no son tantas) al potenciarlos como escenarios que connotan tanto encierro como acecho. La visión desde la fotografía del australiano Stefan Duscio (que trabajó en Upgrade, la anterior película del director), se esmera en ser sobria y en jugar con espacios que remitan tanto a la vida diaria desde lo sencillamente familiar hasta lo suntuario.
El otro aspecto lo es la condición emocional de Cecilia, cuyo perfil transita entre el de una víctima y el de una mujer presa de sus propios desvaríos. Incapaz de aceptar su nuevo estado fuera del yugo del macho que la sometía, la primera hora transcurre viendo sus vanos intentos de superar sus traumas. A fuerza de haber sufrido abusos psicológicos y físicos, ella comienza a ver en el ambiente señales que sugieren más su propia insania que el acoso de un ente desconocido.
Aquí acierta la apuesta del director por llevar la trama por una primera línea narrativa, en la que la alusión a lo fantástico no se manifiesta en tanto la atmósfera nos envuelve en un delirio psicológico. ¿Es ese hombre invisible acaso la huella perenne que toda mujer abusada trae consigo? Ciertamente, el tema se filtra sin exageraciones ni estridencias, pero si con cruda contundencia. Ya a medida que la historia avanza, el espíritu del personaje surge para jugar con el diabólico poder que supone la invisibilidad como herramienta de un demente. Las secuencias de acción se vuelven puntuales pero intensas dado que cada sorpresa a la que asistimos, ha sido anticipada desde la descomposición emocional de su protagonista.
A pesar que en la elección del casting resalta la presencia de Elisabeth Moss (recordada por su trabajo en las series Mad Men y The Handmaid’s Tale), su presencia no es «glamorizada» en absoluto, lo que resalta la frágil condición de su papel entre afligida y desquiciada. En ese sentido, la historia fluye más al tener la convicción que no hay un compromiso por quedar bien o elevar a una estrella de turno, siendo la suerte del elenco un albur que contribuye a acrecentar la expectativa acerca de que pasará.
De fórmulas y mensajes
Si bien los caminos que toma la trama se decantan por los giros de guión sorpresivos, recurso clásico del thriller, en este caso, dichas herramientas justifican su uso al plantear una salida inesperada (no la revelaremos) que tiene correspondencia con los tiempos actuales. Si algunas producciones de géneros muy diversos han optado por caminos caprichosos e impuestos en su afán de asimilarse a la reivindicación feminista (la última versión de Los ángeles de Charlie es el caso más palpable), en El Hombre Invisible el resultado es otro.
Cecilia no es necesariamente un personaje empático y su desarrollo, que por momentos sugiere más demencia que cordura, puede incluso llegar a ser cuestionado por haber soportado tanto. Sin embargo, el director le ha reservado una cuota de malicia que se revela en la resolución, que si bien puede ser una acción no compartida, finalmente satisface esa cuota de locura que por momentos vemos en ella.
El Hombre Invisible encuentra dentro de la sobriedad de sus recursos, la llave para formular una propuesta original desde una mirada a nuestros tiempos. Su atmósfera respira del terror y el thriller, resultando sugerente y seductora cuando no demencial y delirante. Se trata de un ejercicio de género ejecutado con solvencia y elegancia y cuya reivindicación a la mujer, lejos de responder a una consigna activista, se ampara más bien en la telaraña diabólica que se desmadeja a medida que interiorizamos a sus personajes.