Durante algunos días del confinamiento, Bartomeu Marí -director del MALI– y Nicolás Gómez -director del MAC Lima– compartieron reflexiones personales en torno al rol de los museos de arte en la actualidad y de cara a la coyuntura de cambios que supone el COVID-19, además de aquellos que en los últimos años se han dado en la escena cultural local.
Bartomeu Marí
«Muchas ideas me vienen a la cabeza en esta situación excepcional. Y todas me impulsan a reflexionar sobre la naturaleza de la misión de nuestras instituciones con vocación pública.
De repente, con la crisis del COVID-19 el espacio público y las condiciones de acceso a éste, han sido considerablemente restringidos en todo el mundo y casi al mismo tiempo. Solo puedo salir a la calle para buscar alimento o medicamento, es decir, para consumir. Debo reducir al máximo la interacción con los otros, e incluso con la mayoría de objetos de uso común. Debo permanecer recluido, confinado, aislado. Me quedo -nos quedamos- sin una de las características que nos confiere humanidad. ¿Estamos volviendo, momentáneamente, a una nueva Edad Media, como he oído decir a algún pensador?
En el vacío de ese espacio se ha instalado el mundo electrónico, el teléfono y todas sus derivaciones digitales, las pantallas y el consumo remotos. Los museos que dirigimos están cerrados al público, y por ende, su razón de ser se halla anulada: sin públicos, solo somos un almacén de objetos valiosos. Se ha encogido el espacio y se ha dilatado, para muchos, el tiempo. Parece que tengo tiempo, pero no tengo dónde “invertirlo”: no puedo compartirlo con otros como solía hacerlo. Mi sentido de comunidad, de “pertenecer a”, se ha alterado profundamente.
Yo crecí profesionalmente en la creencia, en el dogma casi, que el museo forma parte de los espacios públicos accesibles a todos. Todos teníamos derecho a la educación, a la sanidad y a la cultura. Hasta que trabajé en Corea y he llegado al Perú. Tú has crecido en América y el rango de paradojas que experimentas es probablemente diferente. ¿Cómo crees que va a cambiar el COVID-19 la manera como los museos son percibidos y usados por la sociedad en nuestro contexto limeño, peruano, sudamericano?»
Nicolás Gómez
«Tal como dices, estas semanas de encierro ha evidenciado el rol del museo como lugar de encuentro y contacto: de cuerpos, de voces, de traducciones, de materialidades, de percepciones, de recorridos.
El contexto actual determinado por el COVID-19 ha transparentado, de una parte, la fragilidad de la dependencia económica, y de otra parte, esa innegable naturaleza física. El virus tan solo es un recuerdo de nuestra vulnerabilidad. Cuando esto termine, nuestra alternativa es la recursividad frente a la radicalización de los retos y debemos fortalecer comunidades ya existentes y afianzar nuevas (incluso entre museos).
En este punto, te pregunto e invito a conversar precisamente sobre las alternativas digitales. Yo sostengo que, de cierta manera, el mundo digital ha sido al mismo tiempo un complemento y una competencia para los museos, pues representa una alternativa cómoda, instantánea e infinita de consumo de imágenes e información.
Quizás me equivoco y soy un optimista idealista –como lo pudo ser el gerente de algún local de alquiler de cintas– pero los museos tendrán que posicionarse y ser necesariamente valorados por gobiernos y personas como lugares para la interacción entre cuerpos, cosas, espacios y conceptos. Y, a diferencia de los espacios regulares de consumo (que ya los comienza a remplazar el mercado virtual), el encuentro posible en los museos permitirá comprendernos aquí y ahora, e imaginar un mejor futuro.
Con esto, no niego la trascendencia de lo digital, ni lo necesario como escenario de comunicación, pero los museos de arte se han consolidado gracias al acuerdo colectivo de sus mitos, ya sea su arquitectura, sus colecciones o las experiencias in situ que suscita. Ronda la pregunta de si el COVID-19 va a generar mayores paranoias y forjar un escenario de mayor encierro y asepsia y si los museos tendrán que adaptarse a ese supuesto. ¿Habrá otra alternativa diferente a lo presencial o a lo digital?»
Bartomeu Marí
«Lo digital puede ser un aliado poderosísimo si sabemos utilizarlo bien y hoy tenemos una gran oportunidad para ello, entre otras razones porque no nos queda más remedio. Pero, como tu decías antes, tenemos una amenaza grave, que pesa mucho. El museo, como institución fundamental –que proporciona fundamento– de la vida democrática, es muy frágil. En Perú se manifiesta de una manera particular y provoca que perdamos, a veces, el núcleo de lo que debería ser nuestra atención principal: el proyecto crítico.
Tradicionalmente, los museos han escrito un tipo de historia que coincidía con y formaba parte de la historia “oficial”. Hoy, ya entrados en el siglo XXI, los proyectos de museo de mayor interés no están dedicados a confirmar la historia oficial sino a contradecirla, a enmendarla, a subvertir o a mejorar esa historia.
Fíjate que hablamos cada vez más de “historias”, en plural, porque la institución no puede mantener una visión única del mundo, la que le convenga a un grupo determinado: los museos se convierten en grandes “parlamentos” de la imaginación y debemos continuar siendo muy rigurosos para que, al ser inclusivos y plurales, no se nos confunda con el “todo vale” que ya domina la mayoría de los disensos ideológicos.
La fragilidad del museo como institución y la reducción de los espacios donde se constituye y desde donde se disemina el espíritu crítico en nuestra sociedad es también una idea que se ha acuñado hace muy poco tiempo. Es decir: el museo que tenemos en la cabeza es una invención muy reciente; no tiene treinta años, ¡es milenial! Y aquí también constatamos las grandes divisiones que caracterizan las sociedades contemporáneas. Esas divisiones son materiales primero, y dictan el acceso a la educación, a la sanidad, al conocimiento, al bienestar en general.
Quizá sea este el momento de admitir que nos dirigimos a sociedades divididas y desiguales en las que las fuerzas centrípetas, las que nos mantienen unidos, y las fuerzas centrífugas, que tienden a separarnos, no están en equilibrio y no forman un sistema regular. La política de inclusión no es una expresión de lo políticamente correcto: es una condición de nuestra supervivencia».
Nicolás Gómez
«Precisamente, la situación que analizas plantea el conflicto entre lo que el museo ha sido y lo que podrá ser. El fundamento del museo radica en sus mitos: mitos fundacionales, que determinan lo que es fundamental. El museo de la modernidad sentaba el mito en las colecciones; con el tiempo, la arquitectura robó el protagonismo y, para algunos museos –de arte principalmente– el mito lo definió la identificación de celebridades.
En definitiva, los museos se abrieron al espectáculo. Pero el nuevo paradigma supone un complemento a estos componentes desde el ejercicio curatorial crítico que permita reevaluar narraciones en la manera que tú sugieres y la articulación con programas públicos, acción educativa y comunicaciones, de tal manera que su acceso a las posibles comunidades próximas sea directo y eficiente.
Los mitos se reemplazan rápidamente, así que es cuestión, justamente, de replantearse qué es lo fundamental. No se trata de negar las colecciones, o el edificio, o la relevancia de los artistas consagrados. Pero no es suficiente la confianza en la autonomía de estos mitos, pues requieren alimentarse del dinamismo de la vida de su propio tiempo. De acuerdo, es la inclusión lo que permitirá nuestra supervivencia, y nuestras estrategias de subsistencia frente a una evidente condición frágil es el arraigo a las posibles comunidades. La inmediata es nuestro equipo, obviamente, y por supuesto el patronato o benefactores.
La deseada, es inmensa, diversa, está en las calles, es local, foránea, está sectorizada, estratificada, genera opinión, te visita física y virtualmente, te consume, te comenta y te da la mano. Pero, ya que nombras la necesidad de articular un sector profesional, quisiera entonces referirme a la comunidad de la cual dependemos y a la cual nuestro proyecto debe volcarse en primera medida, que es la comunidad de creadores, de artistas y pensadores.
Los museos de arte, y todo el campo disciplinario que le orbita, existen precisamente debido a su labor. Entonces, claro, requerimos ampliar nuestro alcance social con la articulación de otras comunidades, pero, en primera medida, estamos obligados a ser transparentes y contar con su confianza. Porque con su trabajo nosotros elaboramos discursos y nos comunicamos al mundo. Desde ahí sentamos nuestro fundamento y lo interconectamos a otras comunidades, configurando así lo “común a la comunidad”, que es para Ranciere el alcance político del arte. Para mí, es llanamente sentido común».
Lee la conversación completa de Bartomeu Marí y Nicolás Gómez aquí.