Javier Masías, columnista y propietario de la librería independiente Babel, analiza el ecosistema del libro en el contexto del COVID-19.
Por: Javier Masías @babel.lima
Esta columna es un salto al vacío. En el Perú la fe en los libros es un ejercicio de pocos. En un país en el que, por persona, se lee menos de un libro en promedio por año, está demostrado que es posible una vida sin libros. No necesitamos los libros como los alimentos que nos permiten mantenernos en pie y crecer, las medicinas sin las cuales sanamos, la educación sin la cual no tenemos las herramientas para desarrollarnos ni la vivienda sin la cual estaríamos a merced de los elementos y las fuerzas de la naturaleza. Pero estos aspectos, hoy considerados de primera necesidad, no estuvieron garantizados siempre para el hombre a lo largo de su historia, fueron legitimados como derechos a través de debates y confrontaciones que tardaron siglos en decantarse y, en última instancia, fueron universalizados solo tardíamente, en tiempos recientes si se mira a la historia humana en una línea de tiempo.
Industria cultural
El acceso obligatorio al libro y su consideración como bien de primera necesidad son, al parecer, la última de las victorias de este proceso civilizatorio. Si las plagas tienen el poder de acelerar la historia, tal como señala Richard Haass –autor de catorce libros y eminencia del mundo intelectual actual–, es posible que consideraciones que se vienen tomando con la industria cultural en Alemania y Francia se expandan eventualmente a todo el planeta. De momento, es solo en unos cuantos países donde se han implementado planes de rescate para las industrias culturales y donde se ha incluido al libro como producto de primera necesidad.
En el Perú, donde la cultura es considerada un lujo, noticias como las que siguen llaman la atención: Alemania ha liberado 120 mil millones de euros para sostener el empleo y dar liquidez tanto a grandes compañías de teatro como a editoriales independiente, mientras el delivery de libros se ha mantenido, con las debidas condiciones de sanidad, durante la cuarentena. En Francia, la ayuda va en una línea parecida con 10 millones de euros destinados a la música, 5 millones a las artes escénicas, 2 para las artes visuales, y 10 para las librerías y editoriales. En España, el asunto se discute, y se esperan medidas similares, aunque no es claro cuándo vayan a aprobarse.
Las librerías peruanas
El caso peruano es de una vulnerabilidad particular. En el contexto de la cuarentena, libreros y editoriales independientes tienen que superar la paralización de sus actividades, y competir, en desigual proporción, con editoriales transnacionales y cadenas con supremacía en el mercado, que ya vienen ofreciendo descuentos de hasta 30%. El futuro que este sistema ofrece es el del libro como un commodity, como si la cadena de valor de un título –a veces veinte años de investigación y escritura– fueran pasta de dientes o aceite de cocina. Si el motivador de compra va a ser solo el precio, olvídese de la escena plural, con multiplicidad de voces y propuestas que requiere la rica diversidad cultural existente en el Perú, donde trabajos con mayor nivel de riesgo y capacidad de arrojar luces sobre procesos endémicos; simplemente no ven la luz ni se distribuyen por representar mayores riesgos comerciales. En un mundo regido por el precio, la calidad no importa, la excelencia se paga mal, el buen servicio es considerado superficial y las personas pasan a un quinto plano.
Contrariando la tendencia planetaria, donde el libro sigue gozando de inmensa popularidad, las librerías independientes vuelven a la vida y el lector es el centro de las políticas públicas, en el Perú su posición es cada vez más precaria. Es una pena: el libro es una tecnología que ha demostrado su valor y vigencia por más de 500 años, y mientras quienes más saben lo colocan en la cima de sus valores, aquí su futuro no está garantizado.
Tres cosas que podría hacer el gobierno
– Uniformizar el precio del libro como ocurre en otros países (en México ya sucede y en España el precio de venta lo fija el editor y la variación permitida es de 5%). Esto permitiría que los incentivos de compra sean los correctos: quienes mejor tratan al libro –servicio, conocimiento, ubicación, asesoría, etc– serían quienes contarían con el favor del público. La idea es construir más lectores y una sociedad más humana.
– Considerar al libro como bien de primera necesidad y, por lo tanto, siguiendo los protocolos adecuados: permitir su distribución por delivery.
– Prolongar la ley vigente, que vence en octubre, y que exonera al libro del pago del 18% del IGV.