Su nueva muestra, «La sombra del iris», se encuentra en exposición en Wu Galería hasta el primero de julio. Como el título sugiere, Valeria Ghezzi regresa a un tema que ha guiado toda su obra, y que esta vez se expresa en una instalación de piezas de delicado equilibrio: las contradicciones en lo cotidiano. Su trabajo es un cuestionamiento constante, una búsqueda de equilibrio entre polos que coexisten encontrando cierta armonía, a pesar de que teóricamente sean opuestos.
¿Cómo inicias el trabajo previo a una muestra?
Mi trabajo es un proceso muy instintivo. Empiezo no pensando en una muestra sino a partir de una idea que proviene de espacios emocionales y que permite explorar un lado intimo e inconsciente. Suelo trabajar a partir del lenguaje y de los oxímoron. Una de mis primeras muestras se tituló «Primavera en invierno», otra se llamaba «Perpetuo y mutable». En «La sombra del iris» la contradicción permanece, ¿cómo imaginar que por dónde entra la luz podría existir una sombra?
¿Cómo lo imaginas tú?
De mil formas, van cambiando según reflexiono. Ahora pienso en el momento en el que nos vemos invadidos por la luz, al punto de que tanto resplandor o información termina por quemar la imagen. En mi muestra anterior trabajé collages con fotografías de revistas antiguas. Al verlas deterioradas me preguntaba cuánta más luz soportarían hasta desaparecer. La mayoría eran fotos de National Geographic, que narraban estilos de vida o lugares que se van perdiendo. Entonces también me cuestionaba sobre aspectos de la cultura que dejamos desaparecer. Pienso en las comunidades indígenas por ejemplo. Hay cosas que definitivamente se van a extinguir.
¿Combatir esa desaparición o aceptarla?
Hoy en día tenemos acceso a tanta información y siempre hay algo que se pierde. En la muestra hay un cuadro que se llama «Resistencia y resiliencia». Son estas dos palabras, una contra la otra creando un tejido. Se trata de cuánto podemos resistir y cuánto debemos dejar ir.
¿Se puede establecer un equilibrio entre ambas?
Se puede hacer una reflexión al respecto. Participo junto a otros artistas en un proyecto con el antropólogo César Ramos que involucra a las mujeres de la comunidad Shipibo-Konibo. Ellas han vivido en Lima desde hace quince o veinte años y su trabajo ha cambiado muy poco. Se expresan a través del Kené, un patrón de formas geométricas que ha pasado entre generaciones manteniendo precisión y destreza. Por un lado, es una parte importante de la cultura y es necesario preservarla. Al mismo tiempo, ellas no se relacionan de la misma forma con la parte material del arte.
¿Es otro oxímoron?
Es que no es uno solo. Cuando me piden que explique algo, me puedo ir por mil vertientes. Se me ocurren antes, después y en el momento. Es la parte interesante. Surge una magia, cierta revelación que te hace sentir placer porque desencadena interpretaciones. La muestra también está relacionada a las emociones, y como estas también pueden ser un agente de sombra. La distinción entre quien te dice que sigas tu corazón, y quien dice que lo mejor es que dejar que las emociones pasen y se tenga la mente despejada.
¿Dirías que las contradicciones han definido tu trabajo?
Siento que es una búsqueda hacia aquello que habita el centro de la contradicción. El lenguaje es bastante limitado para expresarlo todo. La ciencia es increíble pero también es solo una dimensión. El arte sirve para explorar aspectos del ser humano que han sido bloqueados, aborda una transformación del espíritu. Para mí la plástica es una herramienta de estudio, una forma de religión, un medio de comunicación y entendimiento.