Aunque las imágenes son nuevas, resultan inmediatamente reconocibles. El círculo que Cindy Sherman empezó a comienzos de los años ochenta, cuando apenas terminaba sus estudios de arte y se fotografiaba a sí misma como heroína de películas de clase B –secretarias, dueñas de casa, adolescentes rebeldes o mujeres ingenuas de algún thriller policiaco– en la icónica serie “Untitled Film Stills”, da paso ahora, casi cuarenta años después, a divas tan glamorosas como avejentadas. Estas mujeres intentan ocultar todo lo vivido detrás de su fabulosa ropa y brillantes joyas, un espeso maquillaje, tal vez un poco de cirugía y una actitud que, aunque en momentos se sienta algo infantil, lo único que revela es madurez.
La satisfacción de estas estrellas viene acompañada de la fatiga que a menudo acarrean los años; una fatiga que, aunque no comparte plenamente, tampoco es totalmente desconocida para Sherman, una de las artistas contemporáneas más famosas, influyentes y comercialmente exitosas de su generación. A los 62 años, ha dicho que la exhibición que presentó recientemente en la Galería Metro Pictures de Nueva York cierra en cierto modo un ciclo. “Me identifico tanto con estas mujeres. Pareciera que han vivido mucho; son sobrevivientes. Y una puede descubrir el dolor que transmiten, pero también su decisión de seguir adelante y continuar a otra etapa”, señaló la artista hace unas semanas en una entrevista con “The New York Times”.
Las fotos constituyen su primer trabajo en cinco años, y la espera ha sido larga para museos, dealers y coleccionistas ansiosos por obtener piezas que fueron puestas a la venta en la galería a precios de entre 250 y 375 mil dólares. La suma es alta, pero razonable para una artista que ha visto su obra subastada hasta en seis millones de dólares en Christie’s y Sotheby’s. El virtuosismo estético y técnico de sus fotografías resulta aún más sorprendente si se considera que, durante toda su carrera, la artista ha servido como modelo, diseñadora de sets, vestuarista, maquilladora, peluquera y fotógrafa de su propio trabajo. En su estudio de Nueva York, permanece absolutamente sola, lo que le ha permitido crear una visión exquisitamente personal y altamente controlada. A veces se transformaba en payaso, otras en virgen medieval o, como ocurrió hace algunos años, en poderosa y algo snob coleccionista de arte: los cientos de disfraces que ha utilizado a través de los años para elaborar un profundo comentario sobre identidad, género y la representación femenina en la cultura popular.
Su próximo paso llegó casi de inmediato. Desde el 11 de junio pasado, el recién inaugurado Broad Museum de Los Ángeles –fundado por el magnate y coleccionista Eli Broad– está presentando “Imitation of Life”, su primera gran retrospectiva en esa ciudad en casi dos décadas. El título está inspirado en el famoso melodrama de Douglas Sirk protagonizado por Lana Turner en 1959, y corresponde también, como explicó el propio Broad a la prensa, a la “obsesión y conexión que Cindy ha sentido siempre con Hollywood”. Como adelanto, el museo compartió imágenes de su equipo montando un gigantesco mural que, más que nada, muestra el rostro de la artista como una de sus heroínas contra un cielo semioculto detrás de palmeras. El cine está profundamente enraizado en la obra de la fotógrafa, por supuesto, pero la mayoría de las veces en la forma de imágenes fijas, como un “still” arrancado de un filme. Eso debería cambiar en el futuro. Según explica la artista en una conversación con Sofia Coppola publicada en el catálogo de su nueva exhibición, la idea de filmar una película –quizá un cortometraje– ha estado rondando su cabeza durante largo tiempo. Puede ser que ahora, que ya ha despedido a las divas que la acompañaron durante casi medio siglo, sea el momento de llevar ese proyecto a la realidad.
Por Manuel Santelices
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