«El karma es como una tarjeta de crédito: disfrutas ahora para pagar después. Es irónico cómo, a pesar de ser esta una de las reglas mas universales qué hay, tan poca gente se preocupe por “estar al día” con ella».
Hace poco leí por ahí que aquel que con muchas juega, con una sola la paga, y a mi parecer, es un refrán de lo más acertado. El karma es como una tarjeta de crédito: disfrutas ahora para pagar después. Es irónico cómo, a pesar de ser esta una de las reglas mas universales qué hay, tan poca gente se preocupe por “estar al día” con ella. Incluso yo, que me las doy de responsable financista y religiosamente me esfuerzo por dejar en neto mis balances a fin de mes, no pude evitar pensar en un balance que normalmente no me preocupo por netear: el cósmico, ¿Qué tan alta será su tasa de interés? Inclusive aún, visto del otro lado, como inversión, ¿Tendrá un buen ratio de retorno?
Así fue como, mientras divagaba superficialmente en mi mente tratando de calcular de manera conveniente esos inevitables costos y beneficios del karma para los cuales habíamos firmado en el momento de nuestro nacimiento, me encontré con un recuerdo en Instagram del viaje que hice hace seis años con mis amigas del colegio.
Éramos un grupo de apenas once chicas, cada una fiel a su estilo, y hace mucho habíamos establecido la tradición de juntarnos los lunes de la primera semana del mes. Pobre de la que faltase, porque ese día ya no solo le ardían las orejas, sino que, cuál bruja, iba directo a la hoguera.
Aunque en estas reuniones el tema predominante siempre fue el clásico chisme de barrio, nunca faltaron las conversaciones con una nota algo más laboral y, por supuesto, romántica. No hace falta mencionar la imposibilidad de que once amigas de la infancia se reúnan sin que alguna termine confesando sus recientes penas de amor, mientras que, por otro lado, las más liberales aprovechaban para presumir con lujo de detalle sus últimas hazañas de pasión.
No hacía falta mucho mas esfuerzo para que el resto de nosotras termináramos por hacer un detallado recuento de las novedades amorosas que habían acontecido en ese mes: Las solteras, de lo mas emocionadas, describían con ilusión al chico que acaban de conocer, mientras que las emparejadas, algo mas impacientemente, no veían las horas de ponerle un punto final a estos cuentos de señoritas para empezar a escribir las crónicas de una señora propiamente casada.
Una de estas ultimas era justamente Cristina, quien para ese entonces contaba con unos nada despreciables pero sí bastante ominosos 13 años saliendo con José, a quien conoció en secundaria. Fue su primer enamorado, su primer beso, su primer te quiero y otros muchos primeros. Ahora, después de una larga espera, contaba los minutos restantes para sumar finalmente a esa lista el titulo de primer (y único) esposo.
Aprovechando la ocasión decidimos despedir su soltería a lo grande. ¿Y qué mejor forma que yéndonos juntas de viaje? Después de una intensa coordinación, finalmente había llegado el gran día, levantamos maletas y nos dirigimos al aeropuerto Jorge Chávez, donde aprovechamos para despedirnos de Lima glamourosamente con una copa de champán para, unas horas mas tarde, repetir el ritual, esta vez con uno que otro guaro en el aeropuerto El Dorado de Bogotá.
Durante esa escala, Verónica, perteneciente al bando de las solteras, nos tenía encantadas con sus historias en Bumble (en esa época un App de lo mas novedosa que prometía ser la versión nueva y mejorada de Tinder). Gracias a ella contábamos ahora con una selección de perfiles que, en un inicio, nos generaban el mismo placer que comprar por internet,(al menos, valga recalcar, antes de recibir la compra) cuando uno se guía aún por esa ilusión de que todo lo que se elija va a quedar perfectamente a la medida.
En esta app, sin embargo, si bien era verdad que se ponía al alcance de nuestras manos un extenso buffet de posibilidades, no pudimos evitar darnos cuenta rápidamente de que los perfiles pintorescos inundaban mientras que los potenciales prospectos escaseaban. Verónica, ya con bastante experiencia en en ese (para esa época) misterioso y oscuro campo que eran las citas en línea, no tardó en confesarnos que no todo lo que brilla es oro, pues muchas de sus “compras por internet” parecían haber sido Made in China, dada la gran discrepancia entre la expectativa y la realidad: «¿Qué pecado estaré pagando para estar cruzándome con tanto galifardo?” nos decía.
Una vez llegadas al destino final, República Dominicana, el calor y la humedad nos dirigieron rápida y directamente al bar. Para ese momento, el glamour de la travesía había perdido, indiscutiblemente, todo su brillo, ya que no había laceado japonés y menos keratina alguna que resistiera la furia de ese clima tropical candente. La velada, que hasta entonces prometía ser el inicio perfecto de nuestro viaje, dio súbitamente una vuelta 180 grados cuando, ni bien iniciada la segunda ronda de margaritas, Verónica hizo un un inintencionado ampay: había descubierto que José tenía un perfil activo en el app.
Debo confesar, me ha tocado llevarle a una mejor amiga la noticia de que le están sacando la vuelta y no es para nada placentero, pero es una encrucijada que, si bien es dolorosa, solo tiene un camino correcto. Fue así como Verónica, obrando como leal amiga (y de paso, evitando violar la principal ley kármica: «lo que haces, te harán») aprovechó que estaban ambas solas para soltarle la bomba. A Cristina no le quedó más que cambiar los cocktails por shots y confesarle, avergonzada, que ya se las olía. Pero ni modo, ya estaba casi con un pie en el altar y, entre nos, aún no estaba convencida de que el cosmos tuviera guardados mejores planes para ella.
Un tiempo atrás me enteré de que, después de muchos intentos de salvar su matrimonio, Cristina finalmente había terminado de firmado ya todas las instancias de su divorcio. Y es que no se pueden negar dos realidades: los hábitos nunca cambian y hasta la persona más enamorada se llega a cansar.
Inmediatamente llamé a Verónica, quien me contó que, ansiosa por animar a su amiga, la había llevado al hotel B a tomar unas copas. Junto a ellas en la barra, se habían sentado dos guapos uruguayos que acababan de aterrizar en la ciudad. Estos ex-pats habían viajado esa misma mañana a Lima para ser parte de un proyecto agrícola. Parecía broma lo que escuchaban mis oídos, un puro mito de leyendas urbanas: las dos amigas despechadas que van a un bar una noche, conocen a dos muchachos recién llegados y salen felices los cuatro. Podría decirse que sí, pasaron bien el rato.
Han pasado varios meses ya desde aquel encuentro de lo más propicio, hasta ahora las dos parejas se siguieron viendo y ya han hecho ya un par de viajes juntas. Mi amiga Verónica, quien se muda a Uruguay la siguiente semana, comentó en el chat «Parece que al fin me tocó la puerta el karma», haciendo referencia a que no importa cuantas desabridas experiencias una pueda tener, siempre hay un vilo de esperanza. «Nada de andar rascando ollas, es momento de disfrutar ya un merecido plato caliente” nos decía.
Cristina, por otro lado, está más feliz que perro con dos colas, ya le presentó a su nuevo galán a sus papás y se dio finalmente cuenta de que una buena relación no necesariamente tiene que doler. Y es que muchas veces, no tenemos Ex-salientes, más por el contrario un testimonio viviente de que Dios nos salvó del valle de la muerte.
Así que, volviendo nuevamente al Karma y a sus costos, en el caso de mis amigas, tanto el amor como el karma llegaron en el mismo paquete. Sin embargo no pude evitar preguntarme, ¿Cuál es el rol que jugamos en la lotería cósmica?¿Qué está en nuestras manos y qué tanto es destino? ¿Será acaso un trabajo colectivo? o podría decir que existe una ley en donde tratar mal a alguien en una relación asegurará que te traten mal en la siguiente. ¿Todo lo que se da realmente se vuelve? Si es así, ¿Cómo vuelve? Por lo menos me quedo contenta de que con estas dos amigas, hasta el momento, «Relationship Karma» existe y les devuelve con creces.
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