«Si bien entiendo que es una práctica común entre las personas el cortar contacto con un ex nada más terminada la relación, debo aceptar que yo no soy una de ellas. Es más, tengo la suerte de guardarle muchísimo cariño y tener continua comunicación con el 99% de aquellos hombres que alguna vez tuvieron un capítulo dentro de mi libro»
Aunque no lo parezca, me jacto de ser católica ferviente. Pero debo confesar, sin embargo, que a pesar de que con mucha pena pena le dije adiós al mes morado, tengo varias amigas, menos creyentes, que están próximas a llenar el libro de reclamaciones por obras inconclusas del Señor de los Milagros.
Justamente hace unos días, Jimena, una de ellas, me comentaba furiosa cómo se había encontrado, mientras caminaba por South Kensington, con su ex enamorado. Se sintió tan incomoda que, aprovechando la lluvia, metió la cabeza dentro del paraguas y siguió andando como si aquel hombre al que alguna vez le juro amor eterno hoy no fuera más que un simple extraño cualquiera.
Ella, escandalizada, nos relataba a mi amiga Belinda y a mi hasta el último detalle de este apocalíptico evento, mientras tomábamos unas copitas de vino en Duke of York Square, siguiendo nuestra tradición de los domingos, en un restaurante muy apropiadamente llamado “Manicomio”.
Ya nos encontrábamos en la segunda copa cuando Jimena, tras analizar desde todo ángulo posible los pormenores e implicancias de este encuentro cercano del tercer tipo, nos confeso el porqué de la reacción tan intensa que había tenido. “Lo siento, entré en pánico. ¿Qué iba a hacer, quedarme y preguntarle si tenía alguna novedad?” se justificaba. “Yo nunca he podido ser amiga de mis Ex ni entiendo a esas parejas que siguen siendo amigas, ¿Cómo hacen eso?”, se apresuró a respaldarla Belinda.
Yo, mientras tanto, no decía palabra. Si bien entiendo que es una práctica común entre las personas el cortar contacto con un ex nada más terminada la relación, debo aceptar que yo no soy una de ellas. Es más, tengo la suerte de guardarle muchísimo cariño y tener continua comunicación con el 99% de aquellos hombres que alguna vez tuvieron un capítulo dentro de mi libro.
No obstante, no pude dejar de preguntarme acerca de la aterradora incógnita que para muchos representa el factor “Ex”. Para empezar, desde mis pininos en las matemáticas, X representa a lo desconocido, por ejemplo “A+ B = X”, hasta el punto en que ni siquiera nos cuestionamos el hecho de que un simple símbolo haya sido elegido tan universalmente para ser la representación universal del misterio. ¿Cómo así se le asignó a una letra tan inocente y aleatoria un significado tan ominoso?
Y ya que yo, como buena curiosa, no me aguanté las ganas, le pregunté a mi hermana, la versión mejorada de lo que muchos de mi edad recordarán con nostalgia como una enciclopedia llamada Encarta. Me contó que en Bagdad, muchos siglos atrás, en el texto llamado Al-Jabr (nótese la referencia matemática) se acuñó el termino “Say”, que literalmente significaba “la cosa” y, años después de ser introducida al mundo occidental, la famosa cosa, la cual se había traducida como “Xei”, se simplificó a X.
A estas alturas se me presentó otra incógnita. Si bien en el mundo matemático la elusiva X es una variable desconocida, en el ámbito sentimental, ¿seguirá siendo igual?. ¿Existe un «A + B = Ex”? y ¿Cuáles serán aquellos misteriosos elementos de convivencia que llevan a uno a la casi inalcanzable respuesta? Dicho de otro modo, ¿Se puede ser amigo de un ex? ¿O simplemente nos encontramos frente a una ecuación sin solución?
Ya que este par de amigas (así como muchas otras) con tanta convicción proclamaban la irracionalidad de introducir esa variable en sus respectivas ecuaciones, me entró la duda. ¿No será que lo que verdaderamente temen sea la posibilidad de encontrarse frente a una segunda derivada? Bien dice la famosa frase “donde derivadas hubo, integrales quedan”, o algo por el estilo.
En fin, la vida es un sinfín de decisiones, por ejemplo, elegimos qué botar y elegimos qué guardar. Y ya encontrándome en mi casa, cada día más apretada y en la que cada metro cuadrado pareciera ser el nuevo equivalente a un ala de una mansión de antaño, no pude evitar peguntarme, ¿Cómo es posible que con tanta pasión nos aferremos a un vestido que probablemente jamás volvamos a usar, pero se nos haga tan fácil desechar a una persona a la que en algún momento juramos que nunca dejaríamos de amar? La sola idea me hace sentir la misma frialdad de un rechazo en una postulación laboral, “muchas gracias, un placer conocerte. Increíble perfil, te deseamos lo mejor en tu futuro profesional”. ¿Así sin más?
No se si pequé de optimista, pero no puedo negar que a diferencia de mis amigas, las cuales consideran tajantemente que el factor X no hace más que restar, mi experiencia al agregar esta variable a mis fórmulas, lejos de ser una resta, no ha hecho más que sumar. Y es que al final del día, si bien puede no haber encajado en la ecuación de relación, no puedo negar que vino exponenciada en mi ecuación de evolución.
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