«“En una hoja de papel, dibujen de la forma de un cuerpo humano. Una vez trazada la silueta, toca el paso más importante: dibujar la columna vertebral, compuesta de los elementos que para ustedes son innegociables”- decía, refiriéndose a esos aspectos que, en nuestra búsqueda de pareja, por ningún motivo podríamos pasar por alto»
Hace poco un amigo mío, buscando tanto airearse como un consejo femenino, me daba los detalles que llevaron al fin de la relación con su ahora reciente ex novia.
– “Yo sabía que no iba a funcionar desde un principio. Pero quise intentarlo, a ver si mi cálculo había fallado” – me decía un poco melancólico mientras enfriaba su café para luego intentar explicarme cómo basaba rigurosamente sus proyecciones amorosas en una fórmula que, él aseguraba, tenía el poder de transformar sus venturas sentimentales, de proyectos teóricos a inversiones verdaderamente potenciales.
En esta situación, en la que matemáticamente no todo se puede evaluar, él había logrado identificar dos grandes variables en su ecuación: afinidad e identidad.
A cada una, con la misma ponderación, le asignaba un valor continuo entre 0 y 1 y, tras múltiples ensayos y errores, había llegado a la conclusión de que, para que una relación funcione, 1.5 era el mínimo valor que podía aceptar como resultado. Para su mala suerte, muy pocas veces este redondeaba a 2.
Yo, muy curiosa, demandé inmediatamente una mayor explicación y detalle sobre sus variables.
– “Muy fácil, afinidad es química, conversación y atracción; mientras que identidad son valores, prioridades y necesidades” – me decía.
Él, al no dar con el resultado esperado, seguía perfeccionando su fórmula; mientras yo, fascinada y a la vez un poco angustiada, trataba de extrapolar esta nueva información a mis propias experiencias para así poder asignarle un valor a mis últimas batallas.
Al invadirnos el silencio no le quedó más que preguntarme:
– “Y tú, ¿qué piensas sobre las relaciones?”-
Y, sin mucho pensar (ya que cuanto más uno piensa, más uno se complica), le contesté:
– “El secreto está en tomárselo deportivamente: Si es, bien; si no, también”
Nos despedimos rápidamente y mientras caminaba apurada hacia la estación de metro más cercana mi mente no dejaba de darle vueltas a la idea de sus cálculos y distribuciones. Por suerte para mi y mi muy distraída mente esta vez no me hacía falta prestar atención al camino para llegar a mi destino. Después de todo era domingo de “Ceviche”, un restaurante peruano en Soho que bien podría ser el equivalente al “Central Perk” de Friends para mi y mi grupo de amigos.
Tenemos como tradición, cuando el clima lo permite, juntarnos a filosofar a nuestras anchas sobre la vida, ponernos al día en los últimos chismes y, sobre todo, tratar de hacerle bullying a la sexta integrante de la pandilla: Ansiedad, a quien nunca queremos invitar, siempre se filtra en nuestras fiestas y más aún, cada vez gana un rol más protagónico gracias a esta pandemia.
Me encontré con Máxima a la salida de Leicester Square Station y, aprovechando los 8 minutos de caminata bajo las linternas rojas, típicas del Chinatown en Soho, le conté con detalles los pormenores de mi mañana.
-“Tengo un Dejá-Vú de un fin de semana en Paracas” dijo, mientras pasábamos por una tienda de Min Pao´s.
Hace 3 años Fortunata, su hermana, la recogió puntal a las 7 de la mañana en lo que para ella era un día que apenas empezaba, mientras que para Máxima era una noche que recién terminaba. Muy patriota ella, había recibido el 28 de julio en una peña criolla en Barranco, a dos cuadras de su casa.
Casi 300 km y varias canciones de Shakira después llegaron a la casa de su amiga María Elena. Ahí las esperaban una decena de amigos, casi todos solteros y la mayoría de ellos aún sopesando sus últimas hazañas. La gran anfitriona era su madre, Helen, oficialmente la dueña de casa. Única, al igual que su hija, era la mezcla perfecta entre liberalismo, pasión, sabiduría y tradición.
El último día de su visita, mientras el grupo de muchachos, un poco cansados, tomaba sol en la piscina, Helen se acercó al grupo y les dijo:
– “Chicos, ¿qué tan eficientes son en la búsqueda de la pareja ideal?”
Y, dado que la mayoría de ellos estaban más perdidos que la mamá de Marco, ella se auto respondió
– “Muy fácil, todo es cuestión de lápiz y papel”.
Lo que nos trataba de explicar, cada vez con un tono menos subliminal, era que mientras menos trazado tengamos nuestro objetivo, más rápido nos íbamos a desviar del mismo.
-“En una hoja de papel, dibujen de la forma de un cuerpo humano. Una vez trazada la silueta, toca el paso más importante: dibujar la columna vertebral, compuesta de los elementos que para ustedes son innegociables”- decía, refiriéndose a esos aspectos que, en nuestra búsqueda de pareja, por ningún motivo podríamos pasar por alto; siendo algunos de ellos: carrera, costumbres, ambiciones. La lista era infinita, y era tarea de cada uno poder definir cuál encajaba mejor en nuestro perfil.
Después del primer gran reto nos tocaba pasar a algo un poco menos elemental: incluir en las piernas y brazos esas acciones que, por más que no nos gusten, no vale la pena intentar cambiar.
“Si bien su técnica en papeles era muy fácil, en la vida real no tanto; ya que han pasado tres años y aún sigo rehaciendo mis dibujos.” – me decía bastante pícara Máxima.
Ni bien llegamos a Frith St. pude divisar a lo lejos a Emilio con 4 Pisco Sours sobre la mesa. Aun no habían llegado las otras dos muchachas, pero yo estaba segura de que la ansiedad prontamente iba a hacer evidente su llegada.
Por mi lado, yo no podía evitar pensar en Máxima y su historia de Paracas, esa tarde de julio, después de esa implacable reflexión en la que algunos le sacaron humo al borrador mientras que otros, frustrados y cansados, terminaron soltando sus lápices con más dudas que respuestas. Esa anécdota me obligó a reflexionar sobre cuáles son las cosas que buscamos y las que verdaderamente vale la pena buscar. Así que no pude evitar preguntarme: si bien tenemos una idea de lo que esperamos recibir de una relación.
¿Nos hemos puesto a pensar en qué es lo que nosotros estamos dando a cambio?
En el dibujo de alguien más ¿somos algún órgano vital, o simplemente un apéndice que no dudaremos en extirpar?
A fin de cuentas, si bien aún no termino de dibujar, sí me gustaría pensar que mi presencia fue colocada con tinta indeleble en el dibujo de alguien más.
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