“Si en el poker, un juego que muchos considerarían de azar, se puede llegar a la victoria con observación y análisis, ¿será posible acaso extrapolar ese sistema al juego del amor?¿Nos permitiría, acaso, este método saber cuándo dejar de apostarle a un hombre?”
El lunes pasado en Annabel´s (un club en Berkeley Square que fácilmente podría pasar a ser denominado como mi sucursal principal) se organizó un Poker Masterclass “beginner to winner” y yo, ansiosa tanto por aprender las reglas de juego como por darle una ojeada al menú de jugadores, le pedí a Alina, una de mis mejores amigas de la maestría, que me acompañe a esa velada que prometía estar (adecuadamente) Full House.
Con un mazo en una mano, un dirty martini en la otra y el ojo bastante alegre buscando la mas mínima seña entre los asistentes, podría decirse que estaba mas que dispuesta a recibir lo que sea que las cartas tuvieran reservadas para mi esa noche. Mi amiga Alina, sin embargo, no parecía ni remotamente interesada en capitalizar en su “suerte de principiante”, ya que, si bien su concentración era admirable, esta estaba totalmente enfocada en la pantalla de su celular. Entraban los mensajes, salían las respuestas, y cada veinte segundos la luz del abusado aparato se prendía cual discoteca de fines de los noventas.
“¿Todo bien?” le pregunté. No, evidentemente. Se encontraba en pleno pleito con su galán, al cual, juzgando por la impresionante explosión de emociones que estaba demostrando, bien le hubieran venido un par de clases de poker también.
Francamente, si me preguntaran, dudo que pudiera señalar el catalizador de esta específica discusión, y es que vengo hace casi dos años escuchando el mismo mensaje de lo más contradictorio: por una parte se encuentra él, en un constante “tira y afloja” y por la otra, ella, empecinada en nadar contra la corriente.
Mientras tanto yo, cansada de esta recapitulación de bajo presupuesto de La Historia sin Fin, me enfoqué en seguir escuchando al profesor, quien en ese momento se encontraba en el proceso de explicar que, una vez realizado el reparto y el descarte, gana la partida el jugador que tiene la combinación de mayor valor. “Eso explica mucho”, no pude evitar pensar. Y es que mi querida amiga, lejos de concentrarse en recolectar cartas altas que le permitieran avanzar en su relación, ella por el contrario lo había dado todo: había hipotecado hasta el corazón (ni que decir del amor propio).
Su galán, de la boca para afuera, le prometía una relación seria y le hablaba recurrentemente de una inminente convivencia. Estas aseveraciones, sin embargo, habían terminado por ser un “bluff” de lo mas descarado, pues mientras sobre la mesa se presentaba como un novio abnegado, las cartas que no mostraba parecieran contar otra historia.
Desaparecía por días, se iba de viaje sin avisar y ya ni qué decir de sus redes sociales, pues en lugar de presumirla con orgullo, la ocultaba con descaro. Claramente estábamos frente a un caso de un jugador profesional, hasta el punto en que Alina, de lo más amateur en estos asuntos, ni siquiera se había dado cuenta de que jugaba fuera de su categoría.
Inesperadamente llegaron dos martinis a nuestra mesa. Un par de chicos (debo confesar que bastante guapos) habían decidido vencer el miedo y aumentar su apuesta. Mientras yo sonreía pícaramente, Alina se negaba a bajar su mano. “Uy no, ¿para qué? yo ya estoy ocupada”, me decía, mientras yo no dejaba de pensar que la pobre estaba siendo más ignorada que publicidad en youtube – y lo peor, es que no quería aceptarlo.
Ahora bien, me queda la duda de si Alina pecaba de ingenua porque es bastante menor que yo (no puedo negar que, efectivamente, lo que tengo de diabla se lo debo a la experiencia) o porque, mas probablemente, había decidido que lo que no supiera no le haría daño. A mi, que la vida me ha enseñado que no hay que darle premio al perro si es que no ha hecho bien el truco, no me quedaba más que aconsejar a mi amiga, “Alina, mujer precavida juega con más de una baraja”
Tres días después me llamó llorando. El susodicho, no contento con haberla dejado por varios días “en visto”, había decidido viajar a Nueva York y, por supuesto, no informarle de sus planes. La situación se había vuelto tal, que de no ser por  Instagram, ni siquiera se hubiera enterado del viaje. “No se qué hacer para hacerlo entender. ¡Hacer que me considere en su vida se ha vuelto una lucha constante!”. Hablamos media hora más, que fue el tiempo que le tomó llegar a calmarse. Francamente, no puedo culparla. Todavía recuerdo, a veces demasiado claramente, esa terrible sensación que es tener impregnada en el alma una pena de amor.
Ese día, mientras recapitulaba las reglas del juego que había aprendido hace tan solo unos días,  no pude dejar de pensar en la ansiedad de mi amiga y como, tanto en el amor como en las cartas, las posibilidades de éxito están directamente relacionadas con qué tan bien se conozcan las reglas del juego.
Esa noche en Annabel´s había tenido la oportunidad no solo de aprender las bases del juego, sino también de ver jugar a verdaderos profesionales, y algo que me sorprendió de ellos era que siempre parecían saber, de manera casi instintiva, cuando era momento de apostar y cuando de retirarse. Y es que no puedo evitar preguntarme, si en el poker, un juego que muchos considerarían de azar, se puede llegar a la victoria con observación y análisis, ¿será posible acaso extrapolar ese sistema al juego del amor?¿Nos permitiría, acaso, este método saber cuándo dejar de apostarle a un hombre?
Ahora bien, debo aceptar que tengo dudas acerca de qué tan bien se pueda aplicar esta maravillosa teoría a la realidad. Y es que, al menos en el caso de Alina, las señales no pudieron ser mas claras aunque se las hubieran gritado al oído. Ella simplemente se había negado a escuchar.
Creo que no es necesario ninguna masterclass para internalizar que cuando la otra parte no apuesta lo suficiente, a dar las gracias y cambiar de mesa. Total, perder a quien no te valora no es perder, ya que muchas veces también se gana cuando el resto de jugadores se retira de la jugada.
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