El arquitecto, comisario del pabellón peruano en la Bienal de Venecia 2016, escribe sobre la necesidad de hacer que la arquitectura recupere el protagonismo que merece en nuestro país.
Por José Orrego
La participación del Perú en la Bienal de Arquitectura de Venecia nace hace algunos años con la preocupación por recuperar el espacio que debe ocupar la arquitectura en nuestro país. Un grupo de arquitectos imaginamos que, si recorríamos el mismo camino que realizó la gastronomía, si encontrábamos ese evento internacional para mostrar nuestras propuestas e ideas, sería una manera de iniciar ese proceso de recuperación. Y ese es el proceso que ha llevado a que el pabellón peruano reciba una mención en la Bienal 2016.
Esto es sintomático. En la arquitectura peruana, empieza a existir mayor preocupación por temas que profundizan en su capacidad transformadora. De ahí la razón de organizar un concurso curatorial a nivel nacional para encontrar la mejor idea que nos pudiera representar en Venecia. Este concurso nos permitió hacer un mapeo de las ideas recurrentes que se vienen dando en diferentes círculos, fundamentalmente académicos y jóvenes. Esto es muy motivador: las nuevas generaciones de arquitectos peruanos, si bien es cierto que no encuentran espacios válidos para ejercer su profesión y de concursos para explorar ideas, tienen mucho que decir. Sus preocupaciones se detienen en la ciudad, en el espacio público y en su potencial relación con el Estado.
Recibimos sesenta y ocho propuestas para el concurso. Proyectos de recuperación del barrio y de parques, pequeñas intervenciones e ideas de tesis propuestas en las distintas realidades peruanas. El Plan Selva –el enfoque de Barclay & Crousse fue finalmente el elegido– fue un tema recurrente en varias propuestas: un proyecto que venía haciendo el Estado, que no había sido adecuadamente contado y que, además, reivindica la figura del arquitecto como gestor.
Es importante que el arquitecto recupere protagonismo en un país en el que las ciudades no son viables para el próximo siglo, justamente por la falta de planeamiento. La arquitectura puede ser un gran transformador para dar calidad de vida a la sociedad. Un claro ejemplo es Bilbao: un vertedero industrial que, gracias a la visión de ciudad, recuperó su río y se hizo de proyectos que realizaron una verdadera transformación. Y ese proceso de cambio tomó solo veinte años. No es exagerado pensar que, con una visión adecuada, dos décadas basten para hacer de Lima la principal ciudad de Sudamérica.
Creo –y me entusiasma esa idea– que el gobierno entrante tiene una gran posibilidad de incorporar instrumentos que permitan crear una real transformación del espacio que habitamos. A la arquitectura le toca estar en la agenda nacional para que las diferentes instituciones del Estado la utilicen como una herramienta para construir políticas que mejoren la calidad de vida de los peruanos.
Este artículo fue publicado en la sección «Taller de ideas» de la revista CASAS 235