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Un dato no demasiado conocido de Máxima, una de mis amigas más cercanas, es que ella es fanática de Alessandro Ristori y su banda “Los Portofinos”, ya que según ella no solamente se mueve mejor que Jagger (solo que con un estilo Guccisisimo) sino que evoca esa Italia que es completamente Dolce Vita.
Así que, cuando se enteró de que iban a hacer un show en un conocido club en Berkeley Square, no se lo pensó dos veces e inmediatamente nos pidió a mi y a Leticia que la encontrásemos ahí ni bien terminada nuestra jornada de oficina.
Ya bien posicionadas, con un dirty martini en mano y listas para disfrutar el espectáculo, nos cruzamos con una chica que saludó a Máxima de una manera tan efusiva que a ella no le quedó más que responder de la misma manera, mientras en su mente sudaba la gota gorda tratando de acordarse de cuál era su nombre.
– Lo que daría por una especie de Shazam que, en lugar de música, identificara la cara y me dijera en una: quién es y cómo conozco a la persona que tengo al frente.- nos susurraba mas tarde.
Su hipotética incursión en el mundo de las Apps fue interrumpida por una cara que, esta vez, sí le era bastante conocida: el showman italiano se le había acercado y ella, pícara y sonriente, le dijo:
– He venido solamente a escucharte cantar, soy Máxima.-
El hombre, muy sonriente, le contestó:
-Soy Alessandro.-
-Por supuesto.- le contesta riéndose ella.
-En unos minutos el show empieza- le dijo el, para inmediatamente después pasar a saludar a la siguiente mesa.
Mientras Máxima, como buena groupie, se encontraba con una sonrisa de oreja a oreja, ya que su Retorno emocional sobre Inversión de esa noche llegaba casi al 1000%, Leticia, por otro lado, tenía esa ratio por los suelos. En esa velada, la noche era el palo y ella cumplía con el rol de piñata. Y es que su más reciente “casi algo” acababa de entrar al club, de la mano de otra, dejando a Leticia “en visto” de manera presencial.
– ¿Qué te pasa? – Le pregunté.
Y fue ahí que no le quedó más que sincerarse con nosotras, y una vez empezó a hablar no pudo detenerse. Había pasado el último mes flirteando duro y parejo con Richard, o Dick como le gustaba que lo llamasen, un joven banquero de inversión especializado en adquisiciones hostiles, si bien el caso de Leticia parecía (al menos a primera vista) ser más bien una fusión amistosa. Habían tenido un par de dates ya, siempre en días de semana, pero aún a pesar de que ni quisiera le habían desordenado el colchón una vez, ya le había puesto de cabeza el corazón.
– No entiendo cómo, con el mundo ya casi completamente abierto, tú sigues siendo fiel a tus ingratas dating Apps– apresuré en recriminarle, mientras que Máxima, que se cruzaba con el hombre todos los fines de semana en Mayfair, exclamaba:
– ¡Que pendavis! Me lo cruzo a cada rato y sé que ella es su novia desde hace varios años. Pero eso sí, cada vez que la novia se va de viaje, viene con una trampa. ¿Por qué no nos contaste nada? Te hubiera advertido que ese hombre es peor que la variante Omicron: ¡apenas te da y te enteras que ya le está dando a cien más!
Yo, que conocía un poco mejor los antecedentes de Leticia, me quedé callada, y es que no le veo el sentido en frotarle más sal en la herida a una persona que, honestamente, no había tenido buena mano al momento de partir la baraja emocional en por lo menos los últimos dos años.
Tan solo unos meses atrás yo le enseñaba las respuestas más graciosas a un experimento en Hinge que hice para una columna, y casi se le cae la cara al reconocer un perfil dentro de los screenshots que le estaba mostrando. Mientras que algunos muchachos te mandan unos fueguitos por Instagram y ya se creen Shakespeare, este personaje se había asegurado de ponerle tanto esfuerzo como pasión a su tarea de galán y parecía haber quedado bastante satisfecho con los resultados, supuesto no solo tenía una “opening line”, tanto cursi como empalagosa, acompañado de innecesarios emojis de rosas, corazones y besos, sino que le había hecho un copy-paste y había terminado por sancionar a una innumerable cantidad de chicas, incluidas Leticia y yo, con el mismo discurso.
– Tan especial que me había sentido yo…- confesó esa tarde Leticia, quien desafortunadamente siempre había sido más rápida para enamorarse que para desencantarse.
La banda ya estaba lista para con empezar con su clásica “La donna uomo” cuando Máxima, haciendo un esfuerzo hercúleo por enfocarse en su amiga en lugar del objeto de su adoración (que al final de cuentas, era la razón por la que habíamos ido todas), le dijo a Leticia:
– Ni modo, por ahora cambia esa cara y deja de pensar en ese bueno para nada, ya cuando llegues a tu casa fíjate en Youtube si existe algún tutorial sobre cómo superar a alguien con quien no tuviste nada. Ahora sí, mira que ya están empezando.-
No pasó mucho tiempo para que Máxima se olvidara del dilema y s pusiera a bailar al son de “Susanna”. Leticia, sin embargo, no terminaba de disfrutar la velada, y es que no podía evitar sentirse más que ligeramente avergonzada. Después de todo, si no hubiera sido por ese desafortunado encuentro ella hubiera seguido quedando con ese muchacho, creyéndole completamente el cuento.
A mi, por mi lado, se me hacía muy evidente como el cantante que se nos había acercado más temprano no dejaba de mirar a nuestro lado, haciendo guiños y gestos.
Terminada la noche y en el taxi camino a mi casa, no pude evitar pensar en Leticia y en como los algoritmos de sus páginas de citas siempre parecieran estar en su contra. ¡Cómo cambiaría la cosa si los dating Apps incluyeran en los perfiles de sus usuarios una sección de valoración! ¿Saliste con él? ¡No te olvides de ponerle una puntuación! Algo así como una especie de Uber rating: Califica tu viaje con José. O, inclusive aún, algún portal de compras por internet: ¿Recibiste tu pedido? Por favor cuéntanos qué tanto se asemejó el producto recibido a la descripción.
A fin de cuentas, aquellas con bastante experiencia en ese misterioso y volátil mercado correspondiente al dating online, podrán decir de primera mano que no todo lo que brilla es oro, pues muchas de sus “compras por internet” parecían haber sido made in China, dada la gran discrepancia entre la expectativa y la realidad.
Como si hubiera sido poco el drama de la noche, ni bien llegada a mi casa recibí un mensaje de Máxima. Su cantante la había encontrado en Instagram y le había mandado un mensaje invitándola a salir.
-¡Que emoción ver su nombre en el mensaje entrante!- me dijo exaltada.
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