Los restos de una niña de seis años y una misteriosa calavera de cuarzo fueron hallados por el Equipo de Arqueología de Lima en la antigua cripta de la iglesia de Nuestra Señora de la Soledad. El espacio será integrado al recorrido turístico del templo una vez que concluya la restauración de su fachada.
Por Jaro Adrianzén y Hugo Benavides Fotos Prolima
La encontraron con un ramo de flores entre las manos. Su entierro fue hace más de dos siglos, pero su cuerpo, revestido con una mortaja marrón a la medida, seguía hablando: en base a su estatura se determinó que falleció a los seis años, aproximadamente; y un hueso supernumerario en su cráneo -también llamado “hueso del inca”- permitió inferir su origen altoandino. Catalina, como la bautizaron los arqueólogos siguiendo una tradición del gremio -he allí la famosa “Dama de Ampato”, popularmente conocida como momia “Juanita”, por ejemplo-, fue hallada junto a otros treinta entierros humanos en la antigua cripta de la iglesia de Nuestra Señora de la Soledad, como parte de una de las más destacadas investigaciones arqueológicas de los últimos meses en el Centro Histórico de Lima.
La existencia de la cripta no era un hecho desconocido: se terminó de construir entre 1672 y 1674, durante la reedificación y reconfiguración del templo emprendida por los hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, en el marco de una remodelación de la plazuela de San Francisco, donde se ubica hasta nuestros días. La cripta, a tres metros de profundidad bajo la nave principal de la iglesia, tiene unos sesenta metros de largo y seis de ancho. Su acceso consta de dos escaleras situadas a la altura de los laterales del altar principal. Descienden a la Cripta del Santo Sepulcro, una recámara donde reposa la escultura barroca del Cristo del Descendimiento. Una puerta estrecha da paso a la cripta funeraria, dividida en tres cuerpos de estructura abovedada, con un camino central de tierra apisonada y áreas de entierro distribuidas a ambos lados.
En este caso, el objetivo del Equipo de Arqueología de Lima, que actúa en el marco del Plan Maestro para recuperar el Centro Histórico, es recopilar información acerca de los modos de enterramiento durante los años del virreinato. La cripta, en efecto, funcionó desde 1674 hasta 1808, año en que se inauguró el Cementerio General, hoy Presbítero Maestro. En la Soledad fueron sepultados los hermanos de la antigua Cofradía, conformada por personal dedicado al cuidado de la salud durante aquellos años: protomédicos, cirujanos, barberos y boticarios. Ante la escasez de médicos -que priorizaban la atención de funcionarios y la alta sociedad limeña-, los barberos también se encargaban de la extracción de dientes, compostura de huesos, cirugías y cuidado de enfermos, entre otras tareas.
La evidencia histórica recopilada por los especialistas de Prolima señala que el uso del ataúd para los entierros se extendió durante el virreinato. A diferencia de los féretros, a los que usualmente nos referimos de manera equivocada como un símil, los ataúdes tienen forma hexagonal, ancha en los hombros y angosta en los pies. Los que se hallaron en la cripta de la Soledad se fabricaron con madera de pino y alerce chileno -resistente y a la vez liviana-, importada vía marítima desde norteamérica y el sur de Chile, respectivamente. En la mayoría de los casos destacan los diseños florales en sus laterales. Durante el siglo XVIII, era común que en la tabla más pequeña, cerca de los pies del difunto, se dibujaran a mano las iniciales de su nombre. Posteriormente esta práctica se hizo con plantillas.
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El ambiente caluroso de la cripta contrasta con el intenso frío de Lima durante el invierno. Sobre una mesa junto al ingreso reposan los restos de Catalina y de los ataúdes encontrados. La cuadrilla de operarios y los arqueólogos trabajan en diversos frentes del recinto. Hacia el tercer ambiente de la cripta, tras cruzar dos accesos estrechos y de techos bajos, un par de trabajadores limpia el área circundante al cráneo de uno de los treinta entierros hallados hasta la fecha. A quince centímetros de profundidad, una superficie redondeada rebota la luz de los reflectores: se trata de un pequeño pero definido “cráneo de cristal” tallado en cuarzo, de 3,5 centímetros de alto y ancho.
A diferencia del hallazgo de piezas similares registrados durante los últimos años, este proviene de un contexto íntegramente arqueológico, lo que permite dilucidar mejor su origen y la posible explicación de su presencia en la cripta, dos temáticas que vienen investigando los profesionales de Prolima. En base al análisis de la pieza, se presume que fue tallada manualmente debido a las marcas e imperfecciones en el acabado. De confirmarse esta teoría, estaríamos hablando de orígenes fechados en el siglo XVIII. Sin embargo, estudios realizados a piezas de este tipo concluyen que la antigüedad aproximada no puede ser anterior a 1860, pues antes no existió la tecnología para su fabricación. La misma indagación señala que los primeros cráneos de cristal se hicieron en los talleres de Idar-Oberstein (Alemania), conocida mundialmente por sus finos trabajos en cuarzo a finales del siglo XIX.
Transitando al territorio de lo subjetivo, históricamente las calaveras han sido cubiertas por un manto de misterio y misticismo. El imaginario popular ubica su origen en la mitológica Atlántida y asegura que es posible comunicarse con los cráneos y hacerles pedidos, previa exposición a la luz de la luna llena. También se cree que tienen propiedades purificadoras y que, a la suerte de un amuleto, protegen a la gente de las energías negativas. Lo cierto es que su hallazgo, como en toda investigación arqueológica, ha dejado un abanico de preguntas pendientes de responder: ¿Cómo llegó esta pieza de cuarzo a la cripta de la iglesia de la Soledad? ¿Cómo enterraron a un individuo junto a este elemento, si la práctica estaba prohibida por la iglesia? ¿O es que acaso se colocó posteriormente?
Próximamente, una vez que la Municipalidad de Lima concluya con la restauración de la fachada de la iglesia de Nuestra Señora de la Soledad, la cripta funeraria será integrada a un recorrido turístico en el templo, complementado por la renovación y puesta en valor de la plazuela de San Francisco. Por ahora, al final de cada jornada laboral, los operarios y arqueólogos que trabajan en la cripta se toman unos segundos antes de salir: “Todo se queda aquí, nada viene conmigo”, dicen uno a uno, mientras sacuden los pies contra el piso.
La médula de su profesión se remite al conocimiento y la investigación objetiva, pero la cercanía constante con cuerpos en descanso eterno justifica que se tomen medidas adicionales. Téngalo en cuenta para su futura visita.
*Hugo Benavides es arqueólogo y trabaja en Prolima. Está a cargo de la investigación arqueológica en la cripta de la iglesia de Nuestra Señora de la Soledad.
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