El West End londinense, la zona teatral de la ciudad, es por estos días un huracán de histeria y fanatismo que comienza y termina a las puertas del Palace Theatre, donde uno de los nombres más famosos de la historia reciente –Harry Potter– aparece instalado bajo la figura de un pequeño escondido en un nido y junto al título The Cursed Child, el niño maldito.
La obra es la primera incursión teatral en la saga de Harry Potter y, según las críticas publicadas tras su estreno oficial, no solo estamos frente a un apasionante relato, sino ante una de las experiencias teatrales más excitantes que Londres haya visto en el último tiempo. El entusiasmo que la obra ha despertado es comprensible y justificado. “Imaginen que Star Wars se estrenara en un solo cine y fuera el único lugar donde pudiera verse. Eso es lo que ha pasado con esta obra. El interés mundial es impresionante”, comentó hace unos días Sonia Friedman, una de las productoras, a The Guardian.
Basado en los célebres personajes creados por J.K. Rowling, el dramaturgo Jack Thorne escribió dos piezas teatrales, de dos horas y media cada una, que son presentadas diariamente. Una experiencia que en el papel puede sonar agotadora, pero que en la realidad, como confirma cualquiera que haya conseguido alguna de las muy escasas entradas al show, resulta fascinante.
Detalles de la trama hay pocos, en parte porque los fanáticos de esta historia de misterio y brujerías han creado un círculo de hermetismo para respetar la indicación que cada espectador recibe a la salida del teatro: #keepthesecret (mantén el secreto).
Harry es ahora, con casi 40 años, profesor en el Ministerio de Magia y padre de dos hijos, James y Albus, quienes al comienzo de la obra son enviados al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería para recibir una severa educación como hechiceros. Es el primer año para Albus, y, en el colegio, conoce rápidamente a otro recién llegado, Scorpius, hijo del archienemigo de Harry, Draco Malfoy. La amistad entre ambos parece inevitable y, quizás, maldita.
Como Harry, el actor Jamie Parker hace una interpretación que The New York Times describió como “dolorosamente hermosa”. A su lado aparecen sus compañeros de siempre, Ron Weasley –ahora encarnado por Paul Thornley– y la aplicada Hermione Granger, el personaje que hizo famosa a Emma Watson y que en la obra es interpretado por Noma Dumezweni, una actriz negra cuya elección causó enorme controversia y una serie de horribles comentarios racistas online.
Aunque obviamente la trama de Harry Potter and the Cursed Child será más apreciada por aquellos millones de fanáticos que han seguido la saga de cerca, para el resto hay grandes y deliciosas distracciones. Los sets, la iluminación y los trucos teatrales de la obra, coinciden los críticos, parecen asunto de brujería por su maestría y por su capacidad para crear la ilusión de que tiempo y espacio son conceptos relativos.
Una de las cosas que más ha sorprendido a los productores de la obra es que muchos asumen que se trata de un musical. No lo es. Es una pieza teatral que está atrayendo rápidamente a una generación que, incluso en Londres, no está acostumbrada a visitar el West End. Al menos el cincuenta por ciento de los espectadores, durante las funciones de preestreno, no había ido nunca al teatro, y el cincuenta por ciento, también, tiene menos de 35 años. Harry, según dicen los productores, ha hecho algo realmente mágico: crear una nueva audiencia.
Por Manuel Santelices