En buena cuenta, la galopante puesta en valor del Centro Histórico de Lima se sostiene en el trabajo de una serie de conservadores-restauradores formados para rescatar, recuperar y garantizarle un legado a nuestra historia. La versatilidad de la profesión les permite actuar sobre esculturas, inmuebles, piezas arqueológicas o documentos, entre otros.
Por Jaro Adrianzén y Jackelin Verizueta Fotos Lucía Silva
Desde la fachada de una iglesia construida en el siglo XVII hasta una cerámica prehispánica hallada en una excavación arqueológica, pasando por la documentación de las primeras compañías de bomberos del Centro Histórico de Lima y el monumento escultórico a Francisco Bolognesi y los héroes de Arica. Así de amplio y versátil es el campo de acción de un conservador restaurador, cuya profesión se conmemora el 27 de enero de cada año tras la decisión del XVIII Congreso Internacional de Conservación y Restauración de Bienes Culturales, celebrado en España en el 2011.
La conservación consiste en una serie de acciones que se ejecutan para estabilizar, recuperar y preservar un bien cultural tangible, en aras de garantizar un legado para las generaciones presentes y venideras que respete el significado y las propiedades físicas del bien en cuestión. En ese sentido, el carácter diverso de la conservación parte desde su concepción: un bien cultural puede ser la pintura sobre un muro o un lienzo, una casona, un convento, un balcón, una escultura, un documento, una fotografía, un azulejo, un vitral o una farola, por mencionar algunos ejemplos.
La Unesco define a los bienes culturales como todo aquel que sea designado por las autoridades nacionales, cualquiera sea su origen y propietario, como importante para la arqueología, la prehistoria, la historia, la literatura, el arte o la ciencia. Asimismo, los clasifica en categorías como bienes relacionados a la historia, a la arqueología, antigüedades con más de 100 años (llámese monedas o sellos), de material etnológico, de interés artístico, manuscritos raros e incunables, archivos y objetos de mobiliario, entre otros.
Hoy en día, uno de los procesos más ambiciosos de conservación de bienes culturales es el que viene ejecutando el Programa Municipal para la Recuperación del Centro Histórico de Lima – Prolima, a raíz de la implementación de un Plan Maestro con visión al 2035. El trabajo en esta parte de la ciudad, que es a su vez Patrimonio Cultural de la Nación (1972) y Patrimonio de la Humanidad (1991), es un foco y referente en el Perú y la región en cuanto a conservación y puesta en valor se refiere.
En ese contexto, la participación de los conservadores restauradores -desde las diversas especialidades de la profesión- resulta fundamental para un proceso mediante el cual ya se recuperaron iglesias, casonas, esculturas, plazas, jardines históricos, calles y documentos, entre otros.
El arte de la conservación
La terminología establecida por la International Council of Museums (ICOM) indica que la conservación se organiza en tres grandes etapas: i) la conservación curativa, ii) la conservación preventiva y iii) la restauración. Hasta aquí, un necesario paréntesis: tanto en el Perú como a nivel internacional se ha estandarizado el nombre de “conservador restaurador” para definir a los profesionales en la materia. Sin embargo, la conservación engloba el proceso de restauración, como detallaremos a continuación.
En principio, la conservación curativa reúne las acciones básicas que se ejecutan directamente sobre el bien con el fin de estabilizarlo. Es decir, para prolongar su existencia y detener su proceso de deterioro. Incluye procesos como la desalinización de cerámicas, la desacidificación del papel, la deshidratación de materiales arqueológicos húmedos, la consolidación de pinturas murales o la estabilización de metales corroídos (en una pileta o escultura de bronce, por ejemplo).
Por su parte, la conservación preventiva se refiere a una serie de acciones que no se ejecutan directamente sobre el bien, sino sobre el contexto donde se encuentra, en aras de evitar o minimizar futuros deterioros o pérdidas. Como uno de los principales ejemplos tenemos el despliegue que ha hecho el Área de Conservación y Restauración de Prolima para, en el marco de sus funciones, proteger con cercos y mallas los monumentos y esculturas del Centro Histórico, a raíz de la coyuntura de los últimos días.
La conservación preventiva también abarca las medidas que emplea un museo o centro cultural para garantizar un buen nivel de humedad, iluminación, temperatura y ventilación en el área de almacenaje de sus bienes culturales, así como su plan de acción ante una emergencia y su método para educar tanto al personal como al público en el cuidado de las piezas.
Finalmente, la restauración. Aquí nos referimos a las acciones directas que, luego de un análisis y diagnóstico que evalúa su conveniencia, se aplican sobre un bien cultural para facilitar su buena lectura, interpretación y entendimiento de parte del público o los usuarios. Para su desarrollo predominan dos criterios: i) que se realice solo cuando el bien ha perdido una parte de su significado o función a través de una alteración pasada, y que ii) se haga en base a evidencia histórica documental como respaldo.
Un ejemplo concreto de restauración es lo que el Equipo de Escultores del Área de Conservación y Restauración de Prolima viene ejecutando en la Alameda de los Descalzos, del Rímac: la reintegración de piezas faltantes de las esculturas, perdidas con el paso del tiempo a consecuencia de diversos factores.
En este caso, los especialistas elaboran las piezas en el taller luego de un análisis detallado tanto de la escultura como de la investigación histórica que respalda cada intervención de la comuna en el Centro Histórico. Posteriormente, se hace una instalación que le facilite a los vecinos del Rímac y a todo el público en general conocer cómo fue la obra en su forma integral y original.
La Unesco señala que el patrimonio cultural, en su más extendido significado, es a la vez un producto y un proceso que suministra a las sociedades un caudal de recursos que se heredan del pasado, se crean en el presente y se transmiten a las generaciones futuras. Bajo esa premisa, bien podemos señalar que la profesión de los conservadores restauradores es la de cautelar nuestra historia. La de velar por todos aquellos elementos que construyen nuestra identidad.
*Jackelin Verizueta es licenciada de la Escuela Profesional de Conservación y Restauración de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Actualmente trabaja como responsable del área de conservación del Archivo de Prolima.
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