El doctor Saúl Peña se ha caracterizado por el amor y la tranquilidad que brinda a quienes lo conocen y acuden a él. Hoy, con noventa años recién cumplidos, me recibe con una inmensa sonrisa y un “cómo vas, mano” que parecen contener las respuestas capaces de resolver cualquier conflicto o inseguridad.
Por Lucas Cornejo Pásara Fotos Archivo Saúl Peña
Nunca voy a olvidar la primera vez que vi a Saúl Peña. Un abrazo más grande que él brotaba de su cuerpo esperando recibir a sus nietas con una emoción y un amor desbordantes. Quedé sorprendido y cautivado por ese amor sin límites. Creo que la escena lo describe. Sin dejar de lado sus vastos conocimientos, el doctor Peña se ha caracterizado por el amor y la tranquilidad que ofrece a quienes lo conocen o acuden a él.
Hoy, con noventa años recién cumplidos, me recibe con una inmensa sonrisa y un “cómo vas, mano” que parecen contener las respuestas capaces de resolver cualquier conflicto o inseguridad. Trabajar con él es un enorme privilegio, pues basta con sentarse a su lado para sentirse tranquilo, bien acompañado y con la seguridad de que ningún problema es inmanejable. Sería imposible recopilar aquí la inmensa cantidad de anécdotas que ha logrado acumular Saúl a lo largo de su vida. Solo un libro sería capaz de agrupar su historia personal, sin contar la secreta historia de su diván de Londres, París, Nueva York y Lima.
Nació en Jauja en 1932, producto del amor de Nena Kolenkautsky –mujer ruso judía– y Alejandro Peña –abogado jaujino–. Su padre se graduaba de Derecho en San Marcos con una tesis sobre el indigenismo cuando decidió regresar a su tierra natal para evaluar establecerse ahí y trabajar con su tío notario. La relación entre ellos empezó sin conocer uno el idioma del otro. Ella hablaba yiddish y ruso; él, castellano y quechua. Él se enamoró al contemplarla en el parque. Ella se hospedaba en la casa de una hermana de él, y pidió a ella y a sus hijos que rodearan su cama con flores mientras Nena dormía. Al despertarse, se sorprendió y encontró la tarjeta de él. Ese fue el inicio de la relación que daría origen a Saúl.
Sus primeros años los pasó entre Jauja y Huancayo, para luego mudarse a Lima con el fin de estudiar en el colegio Recoleta, en donde fue presidente de la asociación del Niño Jesús de Praga. Siempre destacó como alumno, e hizo muchos amigos que conserva hasta hoy. Al culminar el colegio, ingresó a Medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Desde entonces ya estaba interesado en el psicoanálisis, pues aún recuerda que el primer libro que sacó de la vasta biblioteca de su padre fue “Tres ensayos sobre la sexualidad”, de Sigmund Freud.
El profesor Carlos Alberto Seguín (1907-1995), luego de una formación en Psiquiatría Dinámica en Estados Unidos, fundó en 1941 la primera escuela de psicoterapia dinámica en el Perú, en el Servicio de Psiquiatría del Hospital Obrero de Lima. Fue profesor del doctor Peña en diversos cursos en San Marcos y, entre 1959 y 1964, lo invitó a trabajar con él en el departamento de psiquiatría del Hospital Obrero. Ahí trabajaría Saúl, mientras concluía sus estudios en Medicina, junto a Carlos Crisanto y Max Hernández. Más tarde, los tres serían educados en Londres y fundarían a su retorno la Sociedad Peruana de Psicoanálisis.
A fines de 1963, Saúl viajó a Londres con treinta y un años y la emoción de una beca que le permitiría continuar con su formación como psiquiatra en el Instituto de Psiquiatría de la Universidad de Londres. La capital inglesa de la época acogía a buena parte de los más destacados psicoanalistas del momento. Eso permitió que el joven doctor Peña pudiese formarse como psicoanalista con los mejores maestros en el Instituto de la Sociedad Británica de Psicoanálisis. La perseverancia, el compromiso y la solidez de sus ideas le permitieron este acercamiento. La filiación analítica de Saúl Peña lo demuestra.
Su analista fue Paula Heimann, que fue analizada por Theodor Reik, quien a su vez fuera analizado por Sigmund Freud. Además, se le conoce como discípulo de Winnicott, quien supervisó su primer caso de niños y adolescentes. Sus otros supervisores también fueron figuras muy destacadas: Adam Limentani y Charles Rycroft, quienes supervisaron su análisis de adultos; y, además de Donald Winnicott, Marion Milner y Masud Khan supervisaron sus casos de niños y adolescentes. Tras seis años de estudios, análisis y muchas experiencias, Saúl trabajaría primero en París y luego en Nueva York. A pesar de las ofertas de trabajo, Peña siempre tuvo claro que su misión era regresar al Perú con el fin de fundar la Sociedad Peruana de Psicoanálisis.
“Cuando el 23 de setiembre de 1969 obtuve las calificaciones de psicoanalista de adultos, niños y adolescentes, luego de ser nominado miembro asociado de la Sociedad Psicoanalítica Británica en 1968, supe que había llegado el momento de asumir plenamente otra etapa del compromiso adquirido mucho tiempo atrás. Para cumplir mi compromiso, y consecuente con mi identidad peruana, regresé al Perú en octubre de 1969 para sentar las bases del psicoanálisis en mi país. Tenía ya en ese momento la identidad y la legitimidad que me permitían desarrollar mis actividades y ser reconocido por la comunidad científica nacional e internacional. Estaba ya en capacidad de analizar, supervisar y dar seminarios teóricos, clínicos y técnicos”, recuerda Peña con una enorme sonrisa.
Así, en 1969, con la llegada del doctor Saúl Peña, recientemente nombrado miembro asociado de la British Psychoanalytical Association, se inicia la actividad psicoanalítica en Lima. Si bien Honorio Delgado y Carlos Alberto Seguín ya habían sentado las bases o explorado las técnicas y contenidos psicoanalíticos, Saúl es el primer psicoanalista que trabaja en el Perú. Lo que él inicia sentaría las bases del movimiento peruano como tal. En esos primeros años comienza un vínculo con las instituciones académicas y profesionales relacionadas con la psiquiatría y con la psicología.
Asimismo, organiza seminarios teóricos, clínicos y técnicos. Era muy difícil que fundara la sociedad él solo. Por ello, pidió ayuda al doctor Carlos Crisanto. El doctor Crisanto, tres años después que Peña, regresó al Perú también como miembro asociado de la British Psychoanalytical Association. Así, inicia su práctica y se incorpora a la actividad docente en las mismas instituciones, y en 1974 sucede lo mismo con el doctor Max Hernández. Juntos en Lima, los tres formaron el núcleo pionero del psicoanálisis en el país, y crearon “El Centro para el Desarrollo del Psicoanálisis en el Perú”.
En 1977, en el marco del 30º Congreso Internacional de Psicoanálisis, el Dr. Adam Limentani, quien fue nombrado consultor junto a un comité de sponsors, nominó al doctor Peña como analista didáctico. Dados ya los reconocimientos internacionales, el 30 de enero de 1980 se fundó la Sociedad Peruana de Psicoanálisis, reconocida como Grupo Preparatorio de Estudios por el Consejo Ejecutivo de la Asociación Psicoanalítica Internacional. El doctor Saúl Peña fue elegido primer presidente de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis; el doctor Carlos Crisanto, vicepresidente; y el doctor Max Hernández, coordinador didacta.
Lo que sucedió después es imposible de abarcar en este artículo. Saúl lleva consigo noventa años de anécdotas, historias, reconocimientos y secretos de su famoso diván. En algún momento se reconoció a su consultorio como el quinto mejor rankeado del mundo. El doctor Peña ha sido presidente de la Federación Psicoanalítica de América Latina y vicepresidente de la Asociación Internacional de Psicoanálisis. Ha frecuentado probablemente a la mayoría de grandes intelectuales y artistas peruanos de la época, y mantenido amistad con varios de ellos. Internacionalmente, ha mantenido contacto y establecido amistad con psicoanalistas de la talla de André Green –a quien invitó al Primer Encuentro Psicoanalítico en Machu Picchu, en 1994–, Leo Rangell, Otto Kernberg y muchísimos más.
Apodado por Chabuca Granda como ‘el hombre montaña’, Saúl no solo se muestra enorme por su imponente figura, sino también por sus capacidades analíticas, su compromiso con el trabajo, su amabilidad infinita y la sutileza con la que enfrenta las más complejas situaciones. Hoy, a mi lado, aún ordenando su archivo infinito, me dice que si tuviese más tiempo lo usaría para leer más y hacer más por el país. El tiempo compartido con él es absolutamente enriquecedor y apaciguador.
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