La diseñadora Silvana Llosa muestra cómo ocupar un espacio ajeno y hacerlo propio. En el proceso, descubre cuáles son los elementos básicos de su estética y de su personalidad.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Javier Zea y Víctor Idrogo
Han sido muchos los espacios vacíos que Silvana Llosa ha recibido. O, mejor dicho, que la han recibido a ella. La primera vez que se mudó sola fue a los 17 años. Desde entonces, la diseñadora ha ocupado distintos lugares, incluso fuera del país. “Para mí el espacio es importantísimo”, asegura Llosa. “Cuando llego a un lugar, antes de abrir las maletas, lo primero que hago es ordenar y decorar el espacio, para sentirlo mío”. Eso ocurrió con el departamento que habita desde hace más de un año, en un edificio barranquino de los años cincuenta, sobre un restaurante concurrido y en una esquina representativa del distrito.
El departamento tiene un desarrollo peculiar: uno de sus lados es curvo y forma una media luna a lo largo de toda el área social. Ese reviro va acompañado por ventanas que proveen de mucha luz natural y de una vista que combina los árboles del parque cercano y la presencia próxima del mar. Al aire concedido por los techos altos, se suma el que se cuela por el largo balcón del dormitorio principal. “No me gusta estar en un sitio donde, para respirar, tengo que salir a la calle”, comenta Llosa, acercándose a las ventanas, con una taza de café en la mano. Suele hacerlo durante el día: detenerse, en medio de algún gesto simple y doméstico, a disfrutar la vista.
En su búsqueda de luz y espacio, Llosa pintó paredes, zócalos y puertas de blanco. El mobiliario elegido discurre entre ese mismo blanco, y el gris negro y la madera natural. Decidió usar pocos muebles (“no hay nada peor que vivir esquivando cosas”, acota la diseñadora). Un sofá en ele se sitúa en medio de la sala: a su espalda, una escena de lectura, con una pequeña mesa y tres sillas alrededor. Entre la sala y el comedor, solo tres bancas que pueden moverse fácilmente según la necesidad. En el comedor, Llosa aprovechó un par de caballetes livianos y se hizo de un gran tablero de madera para la mesa. Además, instaló otra mesa del mismo tipo, como apoyo, en la que tazas, cafetera y otros implementos están siempre a la mano. En la pared del comedor, la diseñadora pintó un panel negro en el que se lee “Don’t die wondering” con letras de neón.
Equipaje esencial
“No soy una persona que necesite muchas cosas”, dice, pero confiesa que ciertas objetos son una necesidad. Si bien no tiene televisor, sí tiene un proyector con el que ve películas y videos proyectados en la pared principal de su sala. Su colección de discos de vinilo es otra posesión material importante para ella, de modo que un tocadiscos y un equipo de música son infaltables en su casa. No es aprehensiva con sus creaciones: si bien sus lámparas iluminan cada uno de los espacios del departamento, Llosa admite que aún no ha diseñado aquella pieza de la cual no podría desprenderse.
El departamento se completa con los objetos coleccionados por la diseñadora a lo largo del tiempo. “Tuve una época muy ‘cachinera’: buscaba curiosidades y antigüedades en el Centro de Lima y en Surquillo”, cuenta ella. “Pero también lo hacía cuando estaba de viaje”, agrega, y muestra las piezas acomodadas bajo sus ventanas, y que provienen de la Feria de San Telmo de Buenos Aires, de un mercado de pulgas de Nueva York y de anticuarios de Arequipa. Esos objetos constituyen el principal adorno del departamento y de cualquier espacio que Silvana Llosa ocupe. Los recuerdos son, finalmente, aquello que mejor compañía hace en cualquier nuevo lugar.