Alfredo López Morales tenía 17 o 18 años, pero se acuerda bien de aquel día en que llegaron a buscar a su abuelo. La noche antes, él mismo lo había encontrado trabajando en su taller: con la paciencia que lo caracterizaba, Joaquín López Antay metía los esmaltes, óleos, pinceles y demás materiales, ordenada y tranquilamente, dentro de una caja.
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“¿Para qué haces eso, papá?”, preguntó su nieto, quien nunca lo llamaba “abuelo” a pedido del mismo don Joaquín. “Ya vas a ver”, respondió este, sin levantar la vista, embalando también la botella de aguarrás, el tíner y unos trapos. Al día siguiente, Alfredo escuchó la música. Una banda con platillos y bombos llegó hasta la puerta de la casa en Huamanga para llevarse a su abuelo. Don Joaquín, caja en brazos, guiado por la música y por la gente que le regalaba dulces y panes a su paso, y seguido de cerca por su nieto Alfredo, caminó por la calle Cinco Esquinas y se detuvo frente a la cruz. Rodeado por el pueblo que celebraba, fue sacando lo que necesitaba de su caja para retocarla.
Fue un 3 de mayo de 1975, Día de la Cruz. Alfredo lo recuerda con claridad, aunque haya pasado tanto tiempo. “Ya no nos recogen con música”, dice, riendo con pena. “Ahora nos traen la cruz a la casa”, agrega. Él también es artesano. Sigue viviendo cerca de Cinco Esquinas. Y sigue pensando mucho en su abuelo.
En enero se cumplieron cuarenta años desde que Joaquín López Antay recibió el Premio Nacional de Cultura en el área de Arte. Se sabe del desconcierto y de la oposición que aquello ocasionó en un sector del medio cultural y académico peruano. A esos debates, donde participaban personalidades como Elvira Luza, Álex Ciurlizza y Rosa Alarco, López Antay acudía con la misma paciencia con que creaba sus cajones de San Marcos.Pero, quizás, con cierta perplejidad. La diferencia entre arte y artesanía, que tanto demandaban los conservadores, era ajena a su tradición andina.
Con la polémica de 1976 se empezó a reconocer la influencia del Ande y el valor de la creación popular. En el aniversario de aquel premio, y treinta y cinco años después de su muerte, López Antay suma otra distinción: el Ministerio de Cultura ha elevado su obra a la condición de Patrimonio Cultural de la Nación, “en reconocimiento a su innovación y aporte a la riqueza visual y estética del arte tradicional –explicó un comunicado–, así como por haber expandido la capacidad de nuestra sociedad para apreciar la belleza en todas sus formas y estilos”.
Arte y tradición
“Esta declaración le da el lugar que se merece este humilde, sencillo y gran creador peruano”, enfatiza, emocionado, Armando Andrade. Como presidente del Comité de Subastas del MALI, una de sus preocupaciones ha sido incluir piezas del creador ayacuchano en las ediciones de este evento. Y en su casa de campo en Chaclacayo, el coleccionista expone la maravilla que puede resultar del encuentro entre la tradición y las exigencias de un espacio contemporáneo: en el techo de la sala principal, Alfredo López Morales pintó un retablo ayacuchano, tal como se lo enseñó su abuelo, cuyos colores abrazan las piezas precolombinas, coloniales y contemporáneas.
Hace un par de semanas se presentó en el Museo de Artes y Tradiciones Populares del Instituto Riva Agüero el libro “Arte popular de Huamanga. Homenaje a Joaquín López Antay”, compilado por Enrique González y Alain Vallenas. Luis Repetto, jefe de la institución, cree que aún existe mucho por entender sobre la obra del maestro. “Se consideraba un escultor”, revela Repetto. “Cuando los pintores reclamaron en los setenta, él decidió pintar un cuadro: una pintura de 60 x 60 cm, hecha en tela de costal de harina. Es una flor, firmada con una pluma, que le regaló a Elvira Luza”. Esa pieza, una máscara, y su primer retablo de temática social, se pueden encontrar actualmente en el museo.
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Pero gran parte de su obra sigue en Ayacucho.
Legado del creador
Luego de su primera visita a Joaquín López Antay, a finales de los años cuarenta, el pintor José Sabogal dijo: “Tenía algo que ya es un lujo en el mundo moderno: ambiente familiar, bulla de nietos…”. Alfredo López Morales también estuvo en la ceremonia del Museo de Artes y Tradiciones Populares. Lo acompañó su sobrina Patricia Mendoza López, quien dirige la Casa Museo Joaquín López Antay, recientemente inaugurada en Huamanga, en la misma casa en la que don Joaquín vivió y trabajó.
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Por Rebeca Vaisman
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