Acaba de fallecer uno de los arquitectos peruanos más grandes. Emilio Soyer nos dejó el pasado 20 de febrero, a los 80 años. Le rendimos homenaje con el rescate de este artículo, que fue portada la edición de aniversario de la revista CASAS en 2015.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Conoció esta casa desde niño. Había sido de sus abuelos maternos, Julio Nash y Rosa Campbell, y luego fue de sus tíos. Para Emilio Soyer, esta era la casa en Barranco, con vista a la Bajada de Baños, a las buganvilias y al mar. Le fascinaba. Pero el terremoto de Lima de 1974 hizo estragos en la casona de finales del siglo XIX: una de las paredes principales colapsó por completo. Quedó inhabitable. Por ser el único arquitecto en la familia, le tocó a Emilio revisarla y decidir qué hacer con ella; muchos apostaban por la demolición como única alternativa. En aquella época, Soyer vivía junto con su esposa, la escultora Gloria Palacios Álvarez Calderón, y sus hijos pequeños en una casa que él mismo había diseñado en el Parque Acosta. La casona en Barranco estaba en muy mal estado, y el distrito costero pasaba por una época de abandono. Sin embargo, los recuerdos de la infancia y la cercanía del mar motivaron a Emilio Soyer a vender su moderna casa en San Isidro y a comprar la casona familiar.
“Fue una locura”, dice riendo, cuarenta años después. “Me metí en un proyecto que no sabía cómo iba a terminar”. Tuvo que reestructurar la edificación de adobe y quincha, y crear vigas y soportes de concreto para estabilizar la construcción. Hizo transformaciones en la distribución, al ubicar su oficina de arquitectura en la primera planta, y la parte social y privada en la segunda. No se apuró en terminar: después de todo, tenía el resto de su vida. “Las casas antiguas tienen un espíritu distinto a las modernas: eran hechas con más amor y con más tiempo”, dice Soyer. Y esa amable certeza lo ha inspirado a diseñar sus mejores proyectos –incluido el Patronato de Barranco, que fundó para rescatar la zona histórica del distrito–. Y también a plantearse una intervención urbana que resuelva los retos del presente, respetando la historia. Una arquitectura que imagine el tiempo.
Memoria histórica
Emilio Soyer nació en Lima, en 1936, e ingresó a la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería a mediados de los cincuenta. Por esa época –la de sus 20 años–, el Centro de Lima era el corazón de la ciudad, y visitarlo era un espectáculo. Teatro, conciertos, cafés, largos paseos: así lo recuerda Soyer. “Lima fue una ciudad maravillosa”, afirma. “El espacio urbano era para el ciudadano: para encontrarte con el arte, la cultura y la gente, y tener un intercambio valioso”. Fue una época motivadora en todo sentido.
Arquitectos como Enrique Seoane Ros, Ricardo Malachowski Benavides y Héctor Velarde, entre otros, asumían grandes obras públicas y practicaban una arquitectura generosa, como la describe Soyer. En la UNI, tuvo como profesores a Luis Miró Quesada Garland y a Santiago Agurto; Fernando Belaunde era decano, y entre los estudiantes tenía lugar un debate serio entre lo clásico y lo moderno. “Mi generación ha tenido arquitectos muy buenos”, asegura Soyer sobre sus compañeros de carrera. “Como Franco Vella, Freddy Cooper, Antonio Graña y José Bentín, a quien vamos a extrañar mucho”. La arquitectura fue, para todos ellos, un espacio de reflexión.
En 1969 obtuvo el Hexágono de Oro por la Casa Velarde. Posteriormente, se asoció con Miguel Rodrigo Mazuré y Miguel Cruchaga para una serie de proyectos entre los cuales resalta el antiguo Ministerio de Pesquería, hoy de Cultura. A inicios de los ochenta, diseñó un edificio de seis departamentos en la calle Alfredo Salazar: el concepto era una vivienda multifamiliar cuyos departamentos funcionarían como pequeñas casas, incorporando verde, luz natural, espacio, privacidad y una buena relación con el exterior. Todo, sobre un terreno complicado de forma trapezoidal. El edificio Ajax-Hispania resultó Premiado en la V Bienal de Arquitectura de 1984. Las preocupaciones actuales de una Lima densificada fueron resueltas treinta años atrás por Soyer, quien, aún hoy, confía en su obra y en que este tipo de diseño es viable (y necesario) en la ciudad contemporánea. Pese a la nostalgia con la que habla del pasado, Emilio Soyer insiste en la necesidad de repensar Lima con proyectos beneficiosos, que mejoren la vida del ciudadano de cara al futuro. Confía en que aún se puede diseñar una mejor ciudad. Obras como la reciente renovación del Museo de Arte de Lima –que él firmó– lo demuestran.
Emilio Soyer necesita ser libre en su trabajo, pues es la única forma que conoce de ser creativo. Por eso no tiene horarios fijos en su oficina, aunque no deja de trabajar ningún día. En los últimos años, ha encontrado esa libertad que anhela haciendo casas. “Lo que un arquitecto intenta es mejorar la vida de las personas”, asegura. “Un edificio no es solo un edificio: puede ser el contacto con la naturaleza, puede ser el evento que une a la familia”. Puede ser, también, el vínculo que una al habitante con su cultura, su tierra y su historia. Soyer asiente: “La arquitectura es vida, al menos para mí”.
Artículo publicado en la revista CASAS #227, el mismo día en que Emilio Soyer cumplía 79 años.