El mar de Ancón se cuela por las ventanas y la vida en el balneario marca el ritmo de los espacios. La combinación de colores festeja la pasión náutica en este departamento diseñado por Mari Cooper.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Elsa A. Ramírez
La pareja de propietarios quería una propuesta sumamente sobria para su nuevo departamento en Ancón. Les gusta el arte y querían llevar algunas piezas, así que necesitaban paredes para exponer sus cuadros y esculturas. Sabían que querían algo que no fuese demasiado casual, que fuera sencillo pero sofisticado, que no fuese recargado ni excedido en adornos playeros. Mari Cooper se había encargado de decorar su casa de Lima, así que conocía los gustos de la pareja. Entendía, además, cómo viven ellos la temporada de playa. Sabía de su afición náutica y que pasan buena parte del día en el bote. Ese conocimiento dio el punto de partida para su propuesta: con espacios sociales pensados para ser usados al caer la tarde y por la noche, para ser compartidos con amigos, con mucho confort en los dormitorios y la sala de estar, previendo el suave relajo del cuerpo, luego de un largo día en el mar.
“Aplico mi estilo que es bastante lineal, y lo hago sin muchos elementos”, explica Cooper. “Utilicé muchos muebles que pertenecían a su casa de playa anterior, y que he adaptado. Tenían muebles de caña y de bambú que he colocado, sobre todo, en los dormitorios”. Para conversar con esa presencia ya conocida para la familia, Mari completó su propuesta con materiales cálidos como fibra natural en los sofás y butacas, alfombras de sisal y lámparas de soga. “A esta familia le gustan sus fotos, tener consigo los regalos de sus nietos y sus recuerdos de viaje”, dice la interiorista. Ella respetó la presencia de esos objetos cercanos y optó por uniformizar todos los marcos fotográficos, para darles mayor limpieza a los bodegones.
El blanco que utiliza en casi todas las superficies permite que resalten los toques de color que son en azul, sobre todo –desde el azul marino, en la terraza, hasta tonos vibrantes y pasteles, en el interior–, y que se completan con puntos focales en amarillo y rojo. Por supuesto, resalta también el arte de los propietarios: las pinturas de Jorge Gálvez Tapia, en la sala, y de María José Muelle, en el comedor, y las esculturas en metal pintado de Percy Zorrilla. “No podía jugar con otro colorido porque el departamento está repleto de vidrios, de tal manera que, estés en la sala que estés, puedes ver el resto del área social”, apunta Cooper sobre su elección cromática. “Debía tener eso en cuenta para que haya armonía”. Duda en usar la palabra elegante para describir este resultado, quiere encontrar un mejor adjetivo para los espacios sencillos y claros. Algo que tenga que ver con refinamiento, pero también con calidez y con sencillez. Toda casa tiene su complejidad.
Paleta marina
El comedor italiano también es en blanco y transparente, con la mesa de cristal que deja ver el soporte en teca que va desde el blanco hasta el color topo. En ambos extremos de la mesa, dos sillas están tapizadas con una tela distinta a las demás: un diseño rayado pero muy sutil, sin querer exagerar demasiado la temática marina.
Cuando lo encontró Cooper, el dormitorio era tan abierto como el área social. También daba cara al mar. Esa era una ventaja, porque la vista era inmejorable. Pero también suponía un reto, ya que se perdía mucha privacidad. Tampoco había mucho espacio entre la cama y el clóset para diseñar una cabecera vistosa, así que la interiorista optó por levantar una celosía de madera que le diera importancia a la cama, y que permitiese intimidad.
La terraza, por su configuración, también goza de cierta privacidad. La larga mesa de bar, sostenida por patas de bambú, ya pertenecía a los propietarios. Cooper ideó una sala con cierto aire a cubierta de bote, con respaldares calados y brazos curvos, que abrazan a sus ocupantes. A los pies, otra alfombra de sisal. Para sentir el disfrute con todo el cuerpo.
Artículo publicado en la revista CASAS #242