Considerado el ojo del siglo XX, Irving Penn construyó su propio mito con solo una cámara y su visión única de la belleza. Nacido en Plainfield, Nueva Jersey, con una carrera frustrada de pintor, Penn encontró en la fotografía la manera de expresar la elegancia del “menos es más”.
“El ingrediente más importante de la fotografía está en la captura del alma”, decía. Y así lo planteó desde su obsesión por lo minimalista y el sumo cuidado de sus composiciones, casi milimetradas. Penn lograba algo extraordinario a partir de un simple frasco de perfume, una mirada o unos labios pintados.
Con toda una vida en la revista “Vogue”, el fotógrafo estableció su propio estilo: espacios vacíos, juegos de luz y una composición perfecta recortada por sus encuadres formaban parte de su sello distintivo. La primera portada que hizo para la revista, en 1943, marcó el principio de una serie de entregas de primera calidad que definieron el rumbo del artista, convirtiéndolo en un personaje imprescindible en el mundo de la fotografía y la moda.
Al ser un perfeccionista, Penn también se enfocó en el proceso del revelado, característica que lo diferenciaba de muchos fotógrafos de la época que solamente buscaban la mejor toma. Revivió la técnica platino-paladio, creada por William Willis, e hizo un número limitado de impresiones de sus fotos más emblemáticas. Como un artesano, también experimentó con texturas y tonos para acentuar la importancia de la impresión.
EL RETRATISTA DEL PASADO
Ya como un fotógrafo de renombre, aprovechó su fama para retratar a algunos de los personajes más importantes de la cultura popular del siglo pasado, como Marlene Dietrich, Pablo Picasso, Truman Capote o Ingmar Bergman. Su trabajo no solo consistía en pararse frente a una cámara y disparar; además, exploraba las personalidades de los protagonistas de sus capturas, e intentaba que sus imágenes las reflejasen tal cual eran. Tomaba un café con ellos y conversaban, los animaba a que se transformaran en ellos mismos, como si la cámara no existiera.
La modelo Lisa Fonssagrives, esposa y musa del fotógrafo, lo ayudó a pulir ese proceso. Estuvieron juntos más de cuarenta años y, tras su muerte en 1992, Irving Penn decidió ofrecer una última muestra de amor hacia ella: donó a Suecia una amplia colección de los retratos que le había hecho, dado que fue el país natal de la modelo.
Por Keyla Pérez
Publicado originalmente en COSAS 618