La cultura oriental se ha fusionado con la nuestra gracias al libro que Carla Gilardi ha escrito: Mandalas andinos. La autora, que también es directora del Centro Ámbar del Alma, presentó esta publicación que busca ser de ayuda a quienes anhelan la paz interior.
Viajes
Gilardi partió del Perú hacia Malasia cuando tenía apenas 18 años. La consigna: entrar en contacto con el budismo y la cultura asiática. Uno de sus primeros recuerdos de ese lejano país fueron, precisamente, los mandalas. Caminaba por la calle y encontraba a personas realizándolos en la calle. Gigantes, coloridos. Una vez terminados, rezaban y después, procedían a borrarlos. “Luego comprendí que todo es pasajero. Hoy estamos, mañana no sabemos. Se trata de disfrutar el proceso en el cual te encuentras”, expresa.
Hoy Gilardi dirige el Centro Ámbar del Alma, donde pone en práctica las enseñanzas que recibió durante casi 15 años. Además, su última publicación, Mandalas Andinos, surge de la audacia de mezclar dos culturas que, aparentemente, son muy distintas, pero que tienen puntos de encuentros. “La forma que tienen ambas de mirar la vida, con un profundo amor por la naturaleza, es uno de ellos”, sostiene.
Otra es la simbología. Y es a través de ella que Gilardi brinda las herramientas para encontrar calma interior. Es así que el Inti, la chakana, la mascapaicha, entre otros elementos, aparecen entre las formas repetitivas para colorear. “El mandala ingresa al subconsciente y libera los arquetipos que tenemos guardados”, indica.
Algunos de estos arquetipos limitan la mente y otros, por el contrario, la potencian. Por ello, la autora recomienda empezar a pintar las figuras desde adentro hacia afuera. Sugiere, asimismo, colorear el mismo mandala durante 21 días. “Después de ese tiempo, el cerebro comienza a hacer de cualquier actividad, un hábito”, explica. La elección de colores, además, debe ser un labor del inconsciente, más que una acción razonada. De esa manera, la experta luego podrá descifrar qué traumas, miedos o presiones se liberan a través de esta práctica terapéutica.
Texto y fotos por André Agurto