Raúl Tola (Lima, 1975) acaba de lanzar su cuarta novela, La noche sin ventanas, que tiene a dos personajes peruanos viviendo en carne propia el terror de la Segunda Guerra Mundial. Una desde un campo de concentración (Madeleine) y otro, un diplomático (Francisco García Calderón) que está encerrado junto a 120 colegas en un hotel de lujo custodiado por las fuerzas alemanas.

Raúl Tola

Portada de “La noche sin ventanas” de Raúl Tola.

¿Cómo nació el proyecto de escribir La noche sin  ventanas?

Siempre quise ubicar a nuestro país en la Segunda Guerra Mundial. Un día, volviendo de Madrid, vi una larga fila de peruanos que esperaban para volver a Lima. Todos estaban vestidos como militares o agentes de seguridad que regresaban de Irak. Eso confirma esa falsa premisa de que el Perú está fuera de los grandes acontecimientos de la humanidad. Se me ocurrió escribir una novela sobre la Segunda Guerra Mundial porque siento que no ha sido lo suficientemente tratada aquí.

 

Los personajes están basados en personas reales. ¿Cómo llegaste hasta ellos?

Gracias a una investigación de mi amigo, el periodista Hugo Coya (Estación final). A través de él conocí a Madeleine Truel, la protagonista de los capítulos impares. Durante la ocupación nazi, peleó con la resistencia, no con armas, sino como falsificadora de documentos que permitió a los paracaidistas y espías aliados camuflarse en París. En las conversaciones que tuve con Hugo, él también mencionó a otro de los personajes. Se trata de Francisco García Calderón, que fue embajador del Perú en París durante la ocupación nazi y una de las mentes más brillantes entre los sudamericanos de esa época.

¿Cómo fue el trabajo de investigación para tratar una novela de este tipo?

Más que una investigación histórica, ha sido una investigación casi periodística, del reportero que está en el lugar donde ocurren las cosas. Fui al campo de concentración de Sachsenhausen, donde estuvo prisionera Madeleine. Fui al Hotel Dreesen, donde estuvo encerrado Francisco García Calderón junto con 120 diplomáticos y sus familiares. Aparte del trabajo de campo, también emprendí un trabajo de investigación bibliográfica. Un libro de esta naturaleza tiene que ser bien cuidado.

¿Por qué?

Si bien es cierto que la ficción es una mentira, una ficción con tantas anclas en la realidad, si no se corresponde con ella, puede romper esta ilusión casi onírica y atentar contra la verosimilitud del texto.

¿Cuánto tiempo te tomó investigar?

La investigación me tomó cerca de dos años. Leí mucho, me fui a España e hice tres viajes: a París, a Bonn y a Berlín.

Optaste, además, por el exilio en Madrid para escribir la novela…

Sí, es una novela que he hecho entre tres años y medio y cuatro en Madrid. He trabajado prácticamente en horario de oficina para escribirla.

¿Crees que no hubieras podido escribirla en Lima?

Era un momento un poco especial en mi vida. Había perdido mi trabajo y al mismo tiempo quería vivir la experiencia del exilio. Eso te abre mucho los ojos. Los escritores peruanos que yo admiro (Vargas Llosa, Bryce y Ribeyro) lo han hecho de jóvenes. Esta experiencia de escribir desde la distancia además te permite una mirada menos contaminada de la realidad diaria.

Desde Noche de cuervos (1999), tu primera novela, la temática ha cambiado. ¿Sientes que estás empezando a ser el escritor que querías?

Creo que lo comencé con mi anterior novela, Flores amarillas. Creo que por fin he encontrado el lugar en el que quiero moverme como escritor, creo que he encontrado una voz que se aproxima a mi voz como escritor.

¿Cómo ves esa primera novela después del tiempo?

Escribí Noche de cuervos muy influenciado por la moda literaria del tiempo. El malditismo de Bukowski, la crítica a la alta sociedad de Fuguet. Los escritores de moda pensaban en esos términos, como Ray Loriga. Es una novela juvenil.

¿Y cómo te ves a ti mismo en tu papel de escritor? ¿A qué se debe la evolución?

Creo que yo mismo he vivido un proceso de cuestionamiento permanente. Me ha ayudado mucho hacer terapia, me ha permitido estar más en mi centro. A partir de esas experiencias, de ese crecimiento personal, me he encontrado como escritor. Una primera prueba fue Flores Amarillas y la segunda es esta novela, una novela de la que me siento muy orgulloso.

Ha aparecido una crítica literaria que sostiene que tu novela tiene una clara impronta vargasllosiana, que es casi un dogma. ¿Cuánto de esta novela le debe a Vargas Llosa?

Creo que es innegable que es un escritor al que admiro mucho, tanto por sus temas como por la manera en que los enfoca. En ese sentido, discrepo con Yrigoyen. Flores amarillas es mucho más debitaria con Mario Vargas Llosa que La noche sin ventanas. Siento que la evolución natural es irse distanciando de esas influencias e ir encontrando tu propio registro. Creo que ya tengo una voz personal y que la influencia es positiva. Además, es Vargas Llosa. Que me digan que es una novela vargasllosiana no me parece un demérito.

Madeleine Truel, el personaje de tu novela, está basado en una peruana que ayudó a salvar vidas en la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué crees que no se le reconoce oficialmente como una heroína?

Los peruanos tenemos la costumbre de olvidar. Por eso es importante una novela de este tipo. Mirar al pasado hace que dejemos de pensar en lo inmediato, para saber de dónde provenimos y hacia dónde vamos. Ese es el caso específico de Madeleine Truel, que es una heroína peruana y no tiene ni una calle con su nombre. El caso de Francisco García Calderón Landa, que es el padre del otro personaje de la novela, es incluso más dramático porque fue el presidente peruano durante la ocupación chilena. Él no se doblegó ni aceptó las condiciones que le quisieron imponer los chilenos y pagó su firmeza con carcelería, fue humillado públicamente en Chile.

En el tema de la memoria colectiva, tú viviste muy de cerca la época de los vladivideos por televisión. ¿Qué opinión tienes de los sucesos actuales de corrupción en el caso Lavajato?

Tengo sensaciones encontradas. Por una parte me parece estupendo que se descubra toda la corrupción, que todos los culpables vayan a la cárcel y que todas las personas que permitieron a los corruptos sacar adelante sus corruptelas sean sancionadas. Y ahí menciono a algunos periodistas, que ya aparecerán. Pero por otra parte siento un gran desasosiego porque no es el primer baño de mugre que recibe el país en tan poco tiempo. Yo vi la caída del fujimorismo y fue un desborde de corrupción. Me da pena que hayamos terminado de aprender la lección y que nuevamente tengamos que pasar por este baño de mugre, pero tal vez una nueva oportunidad para empezar a hacer las cosas bien.

Texto y fotos por André Agurto