Son más de cincuenta años dedicados a la arquitectura, con obras como la Biblioteca Nacional y el Museo de la Nación, y reconocimientos como el Hexágono de Oro. Franco Vella comparte este oficio con la pintura, una pasión que cultiva desde muy joven. Desde ambos espacios creativos reflexiona sobre la ciudad y las herramientas para enfrentarse al papel en blanco.
Por Rebeca Vaisman / Retrato de Javier Zea
Estos días están resultando cortos para Franco Vella. En su estudio, su equipo está ocupado desarrollando el diseño de un edificio de siete pisos, la ampliación de un campus de la UPC y una casa de playa. Él va de computadora en computadora revisando los planos, haciendo preguntas y, también, algún chiste. Su buen humor o, en todo caso, sus ganas de reírse (incluso de él mismo) son un placer para el interlocutor. Vella suele pasar sus mañanas en la oficina y por las tardes asiste a reuniones o visita obras. Luego vuelve a su casa y pinta. Pero estas últimas semanas han sido intensas. “Otros ámbitos”, quinta muestra anual consecutiva en la Galería Yvonne Sanguineti, se inauguró el 20 de junio. “La arquitectura me tiene subyugado”, dice al respecto. “Siempre he hecho lo mismo: planos, rectas, curvas. Por eso mi pintura continúa la misma cosa, por más que yo quiera desligarme un poco”. Esta muestra, compuesta por ocho óleos en mediano formato, plantea arquitecturas inventadas, construidas a partir de figuras geométricas y una intensa, pero breve paleta de colores.
Las coincidencias entre ambos oficios no son solo formales. Expone anualmente porque, así como sucede con sus proyectos arquitectónicos, necesita plantearse una fecha límite en la pintura. Su estudio queda en el último piso de un edificio que se alza sobre parte de San Isidro y Miraflores; desde ahí puede ver el horizonte de la ciudad y, también, puede cultivar una terraza de magníficos cactus y suculentas. La pintura también la practica en la altura: ha montado su taller en el techo de su casa, siempre buscando una distancia, una perspectiva. “Me encanta, y en verano es fantástico”, asegura. “Tomo sol y pinto en ropa de baño como Picasso”. Las risas interrumpen la conversación, pero la imagen es verosímil.
La arquitectura, el arte y la vida
Hace apenas una semana, fue uno de los homenajeados por el Colegio de Arquitectos, por sus cincuenta años de colegiado. Vella se apura en aclarar que sus bodas de oro como arquitecto, en realidad, ya las había cumplido: él fue parte de la promoción de 1962 de la UNI junto a colegas y amigos, como Miguel Cruchaga, Eugenio Nicolini, José Bentín y Emilio Soyer, con muchos de los cuales ha colaborado a lo largo de los años. A Vella siempre le ha gustado trabajar con otros arquitectos. Incluyendo a su esposa, Augusta Estremadoyro, a quien conoció en la facultad y quien es parte fundamental del estudio. El Museo de la Nación, la Biblioteca Central de la Universidad de San Marcos, la remodelación de la sede central del Banco Continental y la Biblioteca Nacional, por la que ganó el Hexágono de Oro de la Bienal de Lima 2006, son algunos de los proyectos que llevan la firma de Franco Vella.
Nació en Roma, en 1939, en una familia de ascendencia siciliana. Llegó al Perú con ocho años siguiendo al padre, el ingeniero Mario Vella, quien trabajó en nuestro país para arquitectos como Paul Linder y Teodoro Cron, a quienes Franco conoció. Recuerda claramente haber ido a la oficina de Linder y verlo dibujar con el circulímetro y a lápiz sobre papel mantequilla. A Cron, por otro lado, lo recuerda más esquemático y resolviendo muchas cosas en la obra, dibujando sobre muros. Franco también aprovechaba sus visitas a las obras de Mario Vella para hacer algunos bosquejos. Su padre nunca le pidió que sea arquitecto; en cambio su madre, Anita, alentaba su vocación artística, comprándole pinturas y materiales en una tienda del Centro de Lima.
En su estudio, Vella hace dibujos esquemáticos a mano alzada que luego sus dibujantes trasladan a un software. Pero extraña aquellos planos en tinta y acuarela que se usaban antes de que cambiase la tecnología. No reniega de ella; de hecho, la encuentra muy útil. Pero su experiencia evita que se impresione con facilidad: “En un concurso de arquitectura actual, todas las perspectivas parecen de la misma persona aunque sean proyectos distintos, es porque se hacen en un mismo programa”, explica. “Antes, veías la perspectiva de Enrique Ciriani o de Jacques Crousse y la reconocías. Los planos de Enrique Seoane Ros o de Ricardo de Jaxa Malachowski Benavides son obras de arte. Antes, los arquitectos lo hacían todo, eran unos genios”, asegura. A veces se pregunta si debió estudiar arte en lugar de arquitectura, y si hubiera podido dedicarse de lleno a pintar. A muchos sorprenderán sus dudas luego de cincuenta años de labor. Y es que el arte despierta preguntas, nunca respuestas.
Artículo publicado en la revista CASAS 246