Intervenciones atrevidas donde el arte determina la atmósfera y, también, las dinámicas más funcionales. Geometrías que marcan un recorrido y escenas que invitan a buscar más allá, en un departamento decorado por Luz María Buse hecho para sentir, pensar y respirar.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
Los últimos proyectos de Luz María Buse la han llevado a un solo lugar. Un lugar físico, esto es, porque la interiorista es especialista en encontrar la música propia, el espíritu de cada espacio. Esa facultad se puso de manifiesto en el edificio diseñado por el arquitecto Robert Stern en San Isidro, donde Buse se está encargando del interiorismo de tres departamentos. Para ella, es satisfactorio observar cómo cada espacio se va desarrollando con una identidad propia a pesar de compartir la misma arquitectura y de haber sido hecho por el mismo grupo de interioristas. “Es un proceso creativo, realmente que sí”, dice Buse, convencida. “La materialidad de los objetos produce revelaciones, crea situaciones. Aquí hay mucho trabajo hecho a partir de planos, a partir de medidas rigurosas, y sin embargo también hay lugar para descubrimientos y creaciones increíbles”.
En el caso de este departamento con vista a la explanada verde del Golf, Buse trabajó, en colaboración con la diseñadora Carla Lanfranco, parte de su equipo. Para el área más pequeña del ingreso optaron por una obra del artista chileno Santiago Parra, por sus poderosos trazos negros y su capacidad de contraste, que se realza con la lámpara de Baccarat con capotas pintadas también de negro. “Al ser un espacio pequeño debe tener cosas de alto contraste”, aconseja Buse. “Estos son lugares de paso, y como zona inadvertida tienes que lograr que los objetos te detengan”. Aquí, la diseñadora no busca la contemplación, sino el impacto.
Dice que cuando su “criatura” está armada se da cuenta de muchas cosas: “Ocurren fenómenos, hay azar, hay descubrimientos”. También hay escenas que se repiten, porque probablemente viven en el inconsciente de la creadora. En la sala, por ejemplo, se puede encontrar un tema recurrente en los espacios de Luz María Buse: la pared de espejos, en este caso muy sencilla, con una platina policromada que desaparece sobre la superficie. Este espejo esconde dos puertas tras las cuales están el bar y sus implementos. El reflejo agranda el campo de golf que sirve como paisaje exterior, dejando que se cuele en el área social. En medio de esta instalación, se ha colocado una litografía de los años setenta del artista inglés Henry Moore, enmarcada con un efecto decadente. “Yo creo que esto confirma que no solamente construimos superficies limpias y claras, sino que pensamos que hay un espacio más poético o más sensible”, aventura la interiorista. El cuadro montado sobre la superficie de espejos hace las veces de una ventana hacia otro tiempo y otra realidad. Un estimulante juego de planos que también es posible rastrear en el trabajo de Buse.
Geometría interior
La geometría abstracta marca un ritmo dentro de los espacios. La escultura en led del venezolano Juvenal Ravelo conversa con la alfombra de limpias líneas y bloques. La mesa del comedor es quizás la pieza más notable de todo el departamento: se trata de una superficie inspirada en una escultura de la artista peruana Michelle Magot, quien invitada por Buse intervino un bloque de mármol con pintura negra en una versión más refinada de su escultura. La base del tablero es de acero y lo rodean otras piezas de arte que se desarrollan en una geometría propia: un cuadro de Alberto Casari con una máscara dividida en dos; al otro extremo, un políptico irregular de Valeria Ghezzi, y en medio una escultura del venezolano Rafael Barrios, “que es central aquí y en Park Avenue”, acota Buse, “porque este venezolano universal hizo una exposición a lo largo de diez cuadras de Park Avenue, en Nueva York, mostrando esta serie de piezas”. Luz María Buse no se cansa de repetirlo. El arte para ella no es decorativo, no es una excusa: es el concepto, el origen y el elemento que concluye un espacio.
La terraza apuesta por la exuberancia, con telas de inspiración tribal y diseños salvajes y frondosos. Los muebles antiguos de los propietarios fueron pintados en negro y verde, y se agregaron objetos como un plato de cristal de Anna Torfs que refleja la luz del día y la rebota caprichosamente. Para Buse, las escenas son importantes. Desde cada punto de la terraza larga y delgada ha tenido en cuenta la baranda y el paisaje exterior. De nuevo, planos. Historias una detrás de la otra. O, si se quiere, ventanas de la imaginación.
Artículo publicado en la revista CASAS #248