Por Alejandro Cavero, abogado y candidato al Congreso
Este año, en medio de la pandemia, ha sido un tiempo trágico que ha representado un duro golpe para muchas familias peruanas. La pandemia ha dejado en evidencia, además, enormes problemas estructurales respecto al desarrollo de nuestro país.
Durante los últimos 30 años hemos tenido un modelo económico exitoso que ha logrado reducir la pobreza, la desigualdad y aumentar el acceso a servicios públicos. Sin embargo, si bien los ciudadanos y el sector privado han hecho su parte, el Estado no se ha modernizado ni ha avanzado al mismo ritmo que la economía.
Nuestro aparato público, en esa medida, se ha convertido en una suerte de mochila pesada que nos impide dar el gran salto hacia el desarrollo que requerimos como país, e incluso, con su costosa e ineficiente regulación arrastra a gran parte de los ciudadanos a la informalidad. El Estado se ha probado cada vez más desarticulado e incapaz de solucionar los problemas de la gente, llevándonos a una suerte de “piloto automático” constante, cada vez con menos capacidad para seguir reduciendo la pobreza y ampliando la calidad y acceso de los servicios públicos.
Hoy ciertos políticos no solo quieren prolongar este piloto automático, sino que algunos quieren ponerle freno de mano al auto e ir en reversa. Lo que se tiene que hacer es pisar el acelerador del carro para profundizar en lo bueno y avanzar más rápido.
Para poder entonces reencauzar el rumbo del Perú y dar el gran salto a la modernidad, debemos solucionar dos problemas estructurales: el Estado fallido y la informalidad.
Resolver el problema de la informalidad se vuelve crucial. Ningún país moderno puede tener al 75% de sus ciudadanos respetando un derecho que no emana del Estado. Esto solo genera una enorme fractura social donde la gran mayoría de ciudadanos no pueden participar en igualdad de condiciones de todos los beneficios de una verdadera economía de mercado.
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Para ello, tenemos que ir a reformas de fondo como la reforma laboral, tributaria y judicial, sin las cuales el Perú no podrá aligerar la mochila del peso del Estado y dar ese gran salto. Lastimosamente, hasta el día de hoy siguen siendo un tabú para nuestros políticos.
Lo segundo es resolver el problema del Estado fallido. Nuestro Estado emite más de 28,000 normas al año, alrededor de 106 por día laborable, y la mayoría las emite sin información ni conocimiento de la realidad. Allí se encuentra la causa de por qué el derecho formal es tan costoso y difícil de cumplir. Nuestro Estado funciona como un archipiélago, y no recoge, procesa y menos comparte información para la toma de decisiones de política pública.
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La pandemia lo ha evidenciado de todas las maneras posibles. Si no resolvemos esto, será muy difícil mejorar la calidad de nuestras políticas regulatorias.
Por otro lado, tenemos un Estado que prioriza sobre todo el gasto corriente en lugar del gasto en inversión. El 42% del presupuesto público se va en pagar planillas, mientras que solo entre el 20 y 25% se va a inversión pública, la cual además es de muy mala calidad. Necesitamos impulsar la inversión en infraestructura de calidad. De acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo, solo Bolivia, Paraguay y Haití tienen peor infraestructura que el Perú. Y esto no es importante solo por el empleo que podrían generar estas obras, sino, como había ya sostenido Richard Webb hace muchos años en su famoso libro “Conexión y despegue rural”, por el acceso a cadenas de valor y mercados que permite la infraestructura de calidad.
La pandemia ha hecho, además, que retrocedamos 10 años en la lucha contra la pobreza y que hoy. De acuerdo con una encuesta del Programa Mundial de Alimentos, más de 2 millones de peruanos no se hayan alimentado en las últimas 24 horas.
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Si bien esta crisis sanitaria ha evidenciado los enormes problemas estructurales del Perú y puede hacernos perder la esperanza sobre todo lo bueno que se había hecho, no debemos perder el optimismo.
Nuestro país tiene bases económicas muy sólidas para salir adelante en esta crisis. Solo debemos afinar las tuercas del auto y pisar el acelerador. No caigamos en los discursos que, en medio de la frustración, buscan llevarnos hacia modelos que los peruanos ya hemos probado en el pasado y que han sido un rotundo fracaso. Necesitamos enormes cambios, sí, pero cambios sin retroceso, que nos permitan dar el gran salto que necesitamos. Para ello, el compromiso de una nueva generación de políticos, empresarios y actores de la sociedad será clave.
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