El candidato de Victoria Nacional al Congreso de la República, que van con el número 9, hace un análisis del rol que deberían cumplir los nuevos congresistas a partir del 28 de julio.
Por Joaquín Rey
La política siempre ha estado presente en mi vida. Desde mi infancia seguía las noticias y la actualidad con profundo interés. Disfrutaba mucho escuchando las conversaciones “de adultos”, sobre todo con mi familia materna, con larga tradición en la política peruana. De aquellas conversaciones aprendí sobre el legado y pensamiento de mi bisabuelo Victor Andrés Belaúnde, que sigue siendo una fuente de inspiración constante.
Otro responsable de mi interés por la cosa pública fue sin duda Constantino Carvallo, mi profesor en el colegio los Reyes Rojos. Carvallo era un luchador contra todo tipo de convenciones y dueño de una vocación de servicio inagotable.
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Sospecho que a él no le hubiera gustado que le digan político, pero en cierto modo hacía política siempre, al desafiar paradigmas, construir y cambiar la vida de tanta gente.
De Constantino aprendí, entre muchas otras cosas, el desprecio por toda forma de autoritarismo. Nunca olvidaré cuando, estando en segundo de media a los 13 años, conseguí que mi padre me llevara a la protesta en el centro de Lima el día de la apócrifa re-reelección de Fujimori. Aun cuando nadie de mi edad estuviera presente, yo sentía que tenía que estar ahí, manifestándome en contra de aquello que consideraba un atropello contra nuestra democracia.
Desde esos días escolares sabía que eventualmente llegaría el momento en que pisaría la arena política, y me empecé a preparar para cuando ese día llegara. Estudié economía en la Universidad del Pacífico e hice una maestría en Gestión Pública en la Universidad de Harvard becado por el Banco Mundial. Trabajé por 10 años en el diseño y evaluación de políticas públicas, en instituciones como el Banco Interamericano de Desarrollo en Washington DC, PROINVERSIÓN, el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social, APOYO Consultoría, entre otros.
Hoy que he decidido postular al Congreso, muchos me preguntan por qué arriesgo mi carrera profesional, reputación, y paz mental. Y es verdad que la política se ha convertido en una actividad riesgosa y con altos costos personales, pero es demasiado importante como para dejar de hacerla. En política como en la física todo espacio vacío se llena, y es mejor que se llene por quienes entran motivados por las razones correctas.
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Esto es aun más cierto hoy, en medio de una profunda crisis económica y sanitaria.
En este contexto, el Congreso no puede seguir siendo la principal fuente de inestabilidad del país. Necesitamos un legislativo que resuelva problemas, no que los cree. Que ejerza un contrapeso al ejecutivo sin ser una constante amenaza para la gobernabilidad. Que en materia económica ofrezca sensatez. Y sobre todo, que no sea un espacio para la defensa de intereses judiciales y económicos de un puñado de inescrupulosos que usan la función pública para servirse.
Luego de cinco años de política destructiva, quiero ir al congreso a construir. A buscar consensos incluso con quienes piensan distinto a mí, y así consensuar una agenda mínima de trabajo para la reactivación económica y la atención de la crisis sanitaria. En esta tarea los jóvenes debemos tener un rol protagónico.
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Tal como lo demandaba Manuel Gonzales Prada en su célebre discurso del teatro Politeama tras la guerra con Chile, hoy también somos los jóvenes quienes debemos llevar la bandera de la política constructiva para salir de nuestra peor crisis desde aquel traumático enfrentamiento. Para nuestra suerte, son muchos los jóvenes que han entendido la urgencia del reto y postulan en este proceso. Aspiro a trabajar junto con todos ellos, el Perú no merece menos.
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