La falaz estrategia del partido de gobierno es demoler el sistema desde adentro en espera que el Estado se desmorone.

Por Alejandro Miró Quesada C.

A estas alturas no es imposible aventurar que el lápiz tiene un claro y espeluznante objetivo: destruir nuestro actual sistema de gobierno desde adentro para, desde sus cenizas, resurgir imponiendo un modelo populista proclive a sus intereses. Sin embargo, para darle un lustre de legalidad a su pretensión, requieren de una nueva Constitución que les permita, con la tranquilidad necesaria, hacer los cambios estructurales para lograr aferrarse al gobierno.

Solo así podemos entender que cometan tantos errores, equivocaciones, abusos o tantas otras “negligencias” que, desde nuestros ojos constitucionales, constituyen una trasgresión contra el sistema político actual.

Ahí están los gabinetes fallidos llenos de incapaces o transgresores con frondosos expedientes delictivos o amorales; o hacerse de la vista gorda frente a “errores” de gobierno que para muchos son motivo de vacancia; sospechosas coincidencias entre visitas al presidente y, a lo pocos días, el otorgamiento de  contratos con privados; actos delictivos o que inducen a una clara sospecha de ello (dólares escondidos en Palacio); vinculaciones con personajes non sanctos como Karelim López; falta de transparencia en la información que se otorga sobre funcionarios públicos, como el caso de la negativa de Castillo de entregar la lista de visitantes a casa de Sarratea; escasez de documentos públicos como pasaportes, DNI, brevetes, etc. generando un comprensivo malestar público.

Y, como consecuencia de este maremágnum, surgen por doquier voces que gritan desesperadas: “vacancia”, “acusación constitucional”, “traición a la patria”, etc.

Y claro, el lápiz se ríe. Y se ríe porque ésa es su estrategia. Nombrar prefectos y sub prefectos de tinte rojimio o hasta subversivo en todo el país; continuar captando firmas para elaborar, al guerrazo, una nueva Constitución; y sobre todo actuar en base a gabinetes en la sombra. Mientras los casos de corrupción y las denuncias continúan incrementándose, el sistema se va deslegitimando poco a poco y el Estado se desmorona por su propia inoperatividad. Al destruir progresivamente la democracia desde adentro, el gobierno va ganando tiempo para instalarse y, soterradamente, dar el zarpazo final para tomar el poder, copiando el proceder de otros líderes del socialismo de siglo XXI, como el caso de Hugo Chávez en Venezuela.

¿Qué hacer entonces? 

  • Guardar la calma y no dejarse llevar por las provocaciones del ejecutivo, caso específico de gabinetes comandados por personajes inaceptables como el reciente de Héctor Valer, cuya censura le podría haberle contado al Congreso una bala de plata, quizá imprescindible más adelante.
  • Exigir que la oposición se una y, como un puño, dejen de lado prejuicios y se enfrente al comunismo en las próximas elecciones (con o sin Castillo).
  • Unirse en base a ideales, como lo demostró “El Comercio” en su edición del domingo 6 de febrero, al juntar a periodistas de las diversas casas editoras priorizando el poner al país por delante.

Y para los que mantienen dudas, continúen observando al lápiz y sorprendiéndose de sus barrabasadas. Sin embargo, no le vaya a pasar que cuando se convenza sea ya demasiado tarde.

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